Primero de enero de 2021. Algunas cosas cambian, otras son una continuidad. Titula el “gran diario argentino” que más de trescientas personas sufrieron efectos adversos en nuestro país por la aplicación de la vacuna Sputnik V. El enunciado que encabeza la nota focaliza en la cantidad, percibida como importante cuando se pierde la información de contexto. No son dos o tres, son trescientos. La nota, sin embargo, aclara que es sobre más de treinta mil dosis aplicadas -es decir, el 1%-. Los efectos adversos abarcan febrículas, mialgias y cefaleas, y se consigna que fueron revertidos por los pacientes. Todos estos datos pueden encontrarse en la misma nota, sin deber acudir a terceras fuentes. Clarín no miente, pero manipula al elegir un modo de presentar la información de modo insidioso, artero. Lo mismo pudo haberse titulado “sólo el uno por ciento de las personas que recibieron la vacuna presentaron efectos adversos menores y reversibles”. En el periodismo, en tiempos en que la información se viraliza por las redes sociales y pocos lectores superan el segundo párrafo de cada noticia, el cómo transmitir adquiere una importancia fundamental. Lo instantáneo mata el cuidado que hay que tener al transmitir noticias tan sensibles a la salud pública -especialmente en medio de una pandemia-.
El despegue del avión que transportaba las primeras dosis fue relatado por Víctor Hugo Morales con un ímpetu casi comparable al grito inolvidable del gol de Diego a los ingleses. Pudo haber sido bueno el relato, pero nunca como el primigenio describiendo de forma increíble y en la espontaneidad la obra de un artista inigualable de la pelota. De un lado, la esperanza -tal vez un poco grandilocuente-, exagerada no por la procedencia o calidad de la vacuna, sino por el número escaso de dosis para más de cuarenta millones de argentinos. Pero por algo se empieza. Del otro lado, la inefable Elisa Carrió presenta una denuncia por envenenamiento a las principales autoridades de Salud de la Nación, sin dar mayores explicaciones. Más vale pájaro en mano que cien volando. A caballo regalado no se le miran los dientes. Acá, lejos de los refranes, algunos analizan tendenciosamente las características del ave o el equino que pudimos conseguir. Y los cien pájaros volando son siempre maravillosos, la Pfizer o la de Oxford, por caso. Cierto cipayismo careta aflora en esas mentes para las cuales todo lo cercano a oriente es sinónimo de barbarie.
Contrario a lo que sucedía en los imperios de la Antigüedad, donde los súbditos probaban primero la fruta del emperador para asegurarse que no estuviera envenenada, la bendecida democratización de las sociedades hace que se invirtiera la secuencia: primero el Presidente, el gobernador. La política tiene que dar el ejemplo -cosa que, sin haber resuelto una reducción de sus dietas y salarios en un contexto de recesión económica, no siempre sucede-. Ahora, por lo menos, varios ponen el brazo.
Tiempo de poner lo que hay que poner. También, en la faz más periodística o de comunicación, de no dejar que cuestiones ideológicas o de partido alteren la percepción de la realidad. Parece chiste que informar sin títulos tendenciosos y de manera responsable sea un desafío, pero en contextos de mucho encierro la televisión y los medios hegemónicos quieren funcionar como alter ego de mucha gente. Hay que intentar no caer en los dos extremos, ni en la exageración artificiosa de los logros ni en la lupa posada sólo sobre la herida de los fracasos. Dejar de desear el fracaso del otro para intentar el éxito de todos en sobrevivir, de la mejor manera posible, a estos tiempos excepcionales.
«Tiempo de dejarse de joder», dijo en una conferencia Axel Kicillof cuando defendió la Sputnik V. Que la interpelación sirva a ambos lados de la grieta, para lograr una mayor ecuanimidad a la hora de realizar las necesarias críticas y aportes en un tiempo que lo necesita de todos. Dejarse de joder también sabiendo que es tiempo de poner el hombro.