Por Julio Fernández Baraibar, especial para Causa Popular.- Cuatro noticias de la sección El Mundo de la edición de Clarín del domingo 20 de marzo de 2005 revelan la sutil manipulación, ya no del diario, sino de sus periodistas más destacados.
El señor Gustavo Sierra, promocionado como corresponsal de guerra y presentado con bombos y platillos como una especie de héroe del periodismo argentino, escribe en la página 22 de esta edición del matutino un lacrimógeno y vacío artículo sobre los dos años de “la guerra de Irak”.
Aclaremos primero este concepto. Lo que viene ocurriendo en Irak desde hace dos años no es una guerra. Guerra fue la Guerra de las Rosas que intentó determinar la legitimidad de la dinastía reinante en Gran Bretaña o la Guerra de los Cien Años con la ambición inglesa de hacerse del trono francés. Guerra fue la Guerra de los Treinta Años entre los recientes principados protestantes y los viejos poderes católicos. Guerra fue la Guerra Franco Prusiana entre la recientemente unificada Alemania y el meñique sobrino de Napoleón Bonaparte.
Guerra fue la de Vietnam, con su parte de guerra civil y su intromisión yanqui, derrotada finalmente por el pueblo vietnamita. Pero lo de Irak bajo ningún concepto puede ser llamado una guerra. No es otra cosa que la arbitraria y brutal ocupación de la principal potencia militar de la historia de la humanidad al país más organizado y occidentalizado de Medio Oriente, cuya principal desgracia es, a su vez, su principal regalo: poseer la más grande reserva de petróleo del mundo.
El promocionado corresponsal de guerra reproduce lo que a su parecer son desgarrantes testimonios de un afamado cirujano que para no colaborar con la resistencia ha cerrado su consultorio, la de un chofer ganapán que le saca dólares a los periodistas extranjeros y los de una chica cuyos dos maridos han muerto de modo ecuánime: uno por una bomba norteamericana y el otro por una bomba de la resistencia. Todo el esfuerzo de Sierra por presentar la ocupación militar de Irak como una guerra es estéril. Sólo refleja la total incomprensión de un pequeño burgués porteño ante una guerra, ésta sí guerra, de liberación nacional contra el invasor de otro continente, de otra lengua y de otra religión.
Pero allí no termina la caminata de Clarín por el mundo. La señora María Laura Avignolo, quien suele escribir desde la más tranquila Londres, envía su informe desde Beirut. Allí nos enteramos del miedo que la burguesía comercial drusa y maronita tiene de que nuevamente se desate la guerra civil de los 70 y de su deseo de que se retiren las tropas sirias. En un recuadro aparte y como un ejemplo de la extemporaneidad e irreflexiva intransigencia musulmana, reproduce un reportaje a un dirigente del partido Hezbollah.
Es tan sólo por su boca que nos enteramos lo que es evidente a cualquier observador: que el asesinato del ex primer ministro antisirio Rafik Hariri no puede sino haber sido producto de una conspiración yanqui israelí. Pero de ello no se hace cargo la empleada de Clarín.
Ya entrados en la página 26 de la misma edición la señora Telma Luzzani, desde su escritorio, reflexiona sobre la política china. Cómo se sabe, el parlamento de la República Popular de China ha autorizado a atacar a Taiwan en caso de que el gobierno de la isla promueva una agresiva política independentista. Presumiendo de conocedora nos informa que la medida no sólo está dirigida a las autoridades taiwanesas sino a “otras provincias con las que Beijing históricamente tiene problemas, como la muy turbulenta y separatista Xinjiang de mayoría musulmana”.
Y aquí viene la carne podrida que nos envasa la señora Telma Luzzani en su presuntamente erudito comentario: “En otras palabras China se copió de la administración Bush e inventó su propia ‘doctrina de la guerra preventiva’ abriendo astutamente un paraguas legal para sus posibles acciones punitivas”. Nada más falso y mendaz. La doctrina de la pandilla de Washington sobre guerras preventivas está destinada a actuar imperialistamente sobre países que la mafia plutocrática que gobierna los EE.UU. considere oportuno.
La medida de China tiene a evitar que esa misma mafia intente apoyar a los decadentes herederos de Chiang Kai Shek en Taiwan o a cualquier intento secesionista dentro del inmenso país continental. Más que una política similar a la de Bush, la ley aprobada por el parlamento chino se asemeja a la posición de Abraham Lincoln con respecto a la secesión de los estados esclavistas confederados. El progresismo bienpensante de Telma Luzzani confunde su pensamiento y ayuda a confundir a los lectores de su diario.
Y por fin, en la página siguiente -habida cuenta que la edición de los domingos dedica casi la totalidad de las páginas impares a la publicidad- el enviado a Bolivia, Néstor Restivo, escribe una nota sobre la ciudad de El Alto, ese bastión de la resistencia nacional boliviana contra el despojo de sus recursos naturales.
Haciendo una pequeña historia del lugar, afirma: “Al migrar, los mineros e indios trajeron aquí su añeja organización y avanzaron en urbanización y servicios. Hubo un paréntesis, años 80 y 90, en los que un corrupto animador de TV devenido político, Carlos Palenque, se quedó con la alcaldía”. Muy pocas líneas para semejante calumnia.
Carlos Palenque, el compadre Palenque, como lo llamó su multitudinario electorado indígena, fue la expresión política de esa nueva realidad constituida por las migraciones internas bolivianas a El Alto.
Desde la radio -nunca tuvo un programa de televisión- reunió y organizó a las cholas y los cholos logrando consolidar un partido político, Conciencia de Patria (Condepa) que nuleó ese nuevo sector social y agrupó a importantes políticos e intelectuales de la Izquierda Nacional boliviana, como Andrés Soliz Rada, quien llegó a ser senador de la Nación por esa fuerza. El compadre Palenque falleció sin haber recibido ninguna denuncia por corrupción y dejando en su gente el recuerdo de una vida dedicada a sus paisanos.
Lejos de interferir en la organización de El Alto, su alcaldía constituye, aún hoy, la base de la fuerza y presencia que los hijos del incanato tienen en la realidad política boliviana.
Cuatro escribas a sueldo, cuatro informes sobre el Tercer Mundo, que contribuyen magníficamente a la confusión general. Esto es el gran diario de la Argentina.
Julio Fernández Baraibar / fernandezbaraibar@yahoo.com.ar