De unidad y garrotes

Una respuesta a una nota de Horacio Verbitsky y una reflexión sobre la construcción de las "nuevas mayorías".
Foto: En Movimiento Teve
Foto: En Movimiento Teve

En los últimos días la oposición al macrismo se vio sacudida por discusiones y polémicas que implican posicionamientos y definiciones que exceden lo coyuntural y sirven para pensar una identidad y una proyección. El origen del conflicto, o al menos su capítulo más resonante, podemos ubicarlo en el reciente proyecto de ley de emergencia social, motorizado por diferentes movimientos sociales en alianza con la CGT. Este hecho -la unidad de los trabajadores formales e informales- supone un hito político imposible de soslayar, más allá del análisis que deba hacerse sobre sus alcances. A partir de él, organizaciones políticas, dirigentes, militantes y editorialistas varios salieron en estas últimas semanas a cruzar acusaciones y oponer ideas, en lo que se vislumbra como un capítulo más de un debate que el kirchnerismo no termina de saldar tras un año de gestión de Cambiemos; a saber: cómo debe pararse una oposición al actual gobierno y cómo se construye la mentada “nueva mayoría”.

 

El proceso que derivó en esta unidad comenzó el 7 de agosto, día de San Cayetano, con una movilización masiva de Liniers a Plaza de Mayo. Aquella marcha recogió una vieja bandera de la CGT -Paz, Pan y Trabajo- y sirvió de base para que poco después diversas fuerzas políticas pusieran sus demandas en la agenda parlamentaria. El pasado 18 de noviembre este proceso alcanzó su climax con una gran concentración frente al Congreso, cuyo objetivo fue demandarle al gobierno la sanción de la emergencia social en todo el país, hecho que finalmente se logró unos días más tarde mediante un acuerdo entre las organizaciones y el oficialismo.

“¿Es bueno o malo para una estrategia del campo nacional permitirse arrancar, negociar, conquistarle cosas a este gobierno?”

Más allá de ser aún incipiente y empujada más por necesidades coyunturales que por visiones estratégicas, desde que en el año 1996 los obreros despedidos de YPF dieran comienzo al movimiento piquetero y fogonero -experiencia que fue mutando hasta lo que hoy conocemos como “movimientos sociales”- nunca antes se había logrado este grado de unidad. El último antecedente -frustrado- hay que rastrearlo en el año 2001, en la fallida participación del dirigente camionero Hugo Moyano de una asamblea en La Matanza convocada por la CCC, la FTV y sectores que después conformarían el Bloque Piquetero Nacional. Visibilizar, entonces, mediante acuerdos concretos, que los trabajadores formales y los informales somos parte de una misma clase (que es heterogénea y multiforme pero que tiene, en última instancia, y en un sentido histórico y material, un mismo interés) resulta, en principio, un dato político importante. Lo que no debemos dejar de ver son las características de esa unidad: qué objetivos tiene y si es funcional a quién o a qué política.

 

Garrotes y ladridos

A partir de la marcha del 18 y el posterior acuerdo entre los Movimientos y el gobierno, diferentes expresiones del kirchnerismo plantearon críticas muy fuertes -replicadas a su vez por la propia ex presidenta vía redes sociales- a los artífices de la negociación. Una de las críticas mejor enunciadas provino del periodista Horacio Verbitsky, que el domingo 27 de noviembre publicó en Página/12 una columna titulada “Garrote y chequera”, a la que podría sumarse también (aunque con menos recursos) “La emergencia social y la emergencia política” publicada pocos días antes por Roberto Caballero en Tiempo Argentino. En su columna, Verbitsky hace propias muchas de las críticas que un sector del kirchnerismo expresó en los medios en las últimas semanas. Cito un párrafo: “En la Universidad de General Sarmiento -apunta el periodista-, Máximo Kirchner comentó: Los mismos compañeros que venían a los actos de Cristina con una gran bandera que decía ‘Nos duele lo que falta’, ahora piden ‘Dame lo que puedas’. No está mal mitigar los sufrimientos que causa este modelo. Lo que no se puede es dejar de cuestionarlo”.

 

Inteligente, Verbitsky ubica la crítica en una voz autorizada dentro del universo kirchnerista: es el propio Máximo el que condena la negociación. Su diatriba, por lo demás, coincide con el comunicado que La Cámpora emitió pocas horas antes de la movilización del 18, posicionándose en contra de la concentración frente al Congreso. En el documento, la agrupación expresa: “Cualquier acción que tienda a mitigar los efectos de la aplicación de las medidas de la actual gestión en materia económica y social, tiene nuestro apoyo y acompañamiento. Sin embargo, consideramos que el caso particular del proyecto de Ley de “Emergencia Social y de las Organizaciones de la Economía Popular”, se trata de un elemento necesario y complementario a la aplicación de las mismas medidas que pretende combatir”.

 

La coincidencia entre ambas declaraciones no oculta una contradicción. Para La Cámpora, según su documento, la ley de Emergencia es “un elemento necesario y complementario a la aplicación de las mismas medidas que pretende combatir” y no una acción que tienda a “mitigar” los efectos de la política económica del macrismo. Caso contrario, parecen decir, la apoyarían. Para el referente de esta agrupación, en cambio, no se discute que este acuerdo sea un paliativo –“no está mal mitigar los sufrimientos que causa este modelo”-; el problema, asegura, es que su aceptación lleva a un sometimiento. El que acuerda, parece decir Máximo Kirchner, acuerda también a dejar de cuestionar este modelo. Sin embargo, basta un mínimo repaso por las movilizaciones, sus consignas y las declaraciones de sus referentes para cuestionar esto: en todas las intervenciones se habla en contra de esta política económica. Pero entonces, ¿por qué la crítica de Máximo Kirchner? Probablemente, lo que La Cámpora y su referente observen detrás de esta avanzada sea la posibilidad -verosímil- de que algunos de los dirigentes que participaron de esta movilización, otrora enrolados en el kirchnerismo, alcancen hoy acuerdos electorales con espacios que le compiten en votos y representación a la figura de Cristina. Una pregunta posible frente a ese escenario es: ¿por qué no salir a hacer política en ese terreno, por qué no disputar esas representaciones en esa cancha? La forma en que muchos kirchneristas construyeron su rol de oposición en este último año parece entrar en cortocircuito con las implicancias de esa pregunta. La sola posibilidad política de un acuerdo -aunque sea sectorial- con el gobierno resulta herético para ciertos referentes del kirchnerismo que, desde el 10 de diciembre del año pasado a hoy, insisten en construir su estrategia política a partir de la indignación y la denuncia por las malas artes desplegadas por el macrismo en la última campaña electoral, como si no se permitieran entrar en la nueva etapa, analizar sus características y redefinir tácticas. Que poco antes del comunicado y de la masiva marcha, el diputado Andrés Larroque haya movilizado a su bancada para presentar un proyecto de ley que declare al 15 de noviembre como “Día Nacional de la Mentira”, en referencia al último debate presidencial de 2015, resulta sintomático de este problema.

“El que acuerda, parece decir Máximo Kirchner, acuerda también a dejar de cuestionar este modelo”

Sin embargo, esta disputa abre otro interrogante. ¿Es bueno o malo para una estrategia del campo nacional permitirse arrancar, negociar, conquistarle cosas a este gobierno? Por lo que sugiere su comunicado y las posiciones de sus dirigentes, para La Cámpora sería una claudicación. Pero, ¿desde dónde se ejerce esa crítica, o mejor, desde dónde los movimientos sociales generan estas iniciativas políticas? Aun teniendo claro que las organizaciones juegan en política y no son ingenuas, lo cierto es que su naturaleza no es solamente “política”; en tanto suerte de movimiento de desocupados o changarines, la responsabilidad política de sus dirigentes está siempre en tensión con una responsabilidad más de tipo sindical, inmediata, de resolución de demandas concretas y urgentes. Este dato, aunque no determinante, porque en última instancia los argumentos políticos siempre son eso, no debe perderse de vista.

 

“La precarización del trabajo -continúa el comunicado de La Cámpora-, su literal destrucción, eso sí es una fenomenal campaña de miedo e intimidación cuyo único objetivo es el de concentrar aún más el ingreso y la riqueza en la Argentina. Frente a este hecho no vemos la utilización de las herramientas que tienen a disposición los trabajadores y las organizaciones sociales aunque sus dirigentes ´amaguen´ con hacer uso de ellas”. Aparece aquí un elemento importante: el reclamo a la CGT por no haber declarado ya el paro nacional. Parece existir un consenso sotto voce de que si no ha existido hasta hoy esa medida es más debido a un eficaz disciplinamiento del macrismo a los dirigentes gremiales que no quieren mirarse en el espejo del Caballo Suárez que a la situación de sus bases. Es interesante la analogía histórica que hace Juan Salinas sobre la decisión de La Cámpora de no apoyar ni el proyecto ni las movilizaciones de la ley de emergencia social. Dice Salinas: “Me recordó la decisión de la conducción de Montoneros de no concurrir a la manifestación convocada por la CGT y las 62 Organizaciones post “Rodrigazo” a mediados de 1975 (decisión que, dicho sea de paso, fue ampliamente desobedecida por las bases de la organización) que provocó no sólo la eyección del gobierno del ministro Celestino Rodrigo sino también la de su mentor, José López Rega, ministro, jefe político de la Triple A y secretario privado de la presidenta ´Isabel´ Perón”. El reclamo de un paro nacional por los mismos que hace poco más de un año se sacaban selfies en sus oficinas con el hashtag “#yonoparo” y mantuvieron una relación por lo menos tensa con las organizaciones obreras -a quienes muchos consideraban una “corporación” más a combatir-, resulta llamativo, aunque no invalida la demanda per se, teniendo en cuenta de que hay espacios sindicales importantes, como la Corriente Federal de los Trabajadores que, desde otro lugar, también lo reclaman.

 

Por su parte, Verbitsky dice que el acta se firmó “sin presencia de los movimientos kirchneristas y de la izquierda trotskysta”. Pero, ¿cuáles son esos movimientos sociales kirchneristas? Ampliando la pregunta: ¿puede un proyecto político que se pretende transformador estar ausente de la mayoría de los movimientos y sindicatos? Probablemente con una línea política correcta sí, pero es importante que esa línea no se aísle ni se pare por encima de los dirigentes que sí tienen responsabilidad social directa para con sus representados, y que no se debata con ellos desde la sospecha, sino desde la seguridad que otorga tener argumentos políticos válidos y desde la confianza de estar de un mismo lado del fuego.

 

Cuestionar el modelo económico nos debe llevar a una reflexión más general: ¿cuál es la contradicción entre negociar reivindicaciones concretas con este gobierno y discutir su política económica? Ese debate es viejo y ya está saldado por todas las organizaciones con trabajo en el seno del pueblo: ambas son tareas necesarias y complementarias. La cuestión es en qué estrategia uno está inmerso. Con eso claro no debería haber mayores debates al respecto; el problema actual es que no hay estrategia unificada del campo nacional, porque no existe una conducción unívoca de estos sectores. En esa dispersión todos llevan agua para su quinta y tampoco parece condenable que los sectores quieran fortalecerse mientras el panorama se va aclarando. La pregunta siempre es a qué precio o a costa de qué. Y para el caso, si extremamos la lógica de cuestionar los modelos en vez de hacer política concreta y posible, ¿podríamos haber apoyado al kirchnerismo que, aun introduciendo enormes mejoras para nuestro pueblo, no modificó sustancialmente el modo de producción? La respuesta sería no. Sin embargo el kirchnerismo fue un proceso progresivo, reivindicable, aunque siguieron existiendo durante esos años trabajadores sin casa, analfabetos, gatillos fáciles, corrupción, desocupación, trabajo precario, etc.

“El tema no es seguir dividiendo al campo nacional con acusaciones graves, sino ayudar para una estrategia común”

También, Verbitsky plantea un paralelismo que por astuto no deja de ser maniqueo, ya que el correlato que le opone a los “negociadores” como CTEP y compañía es el de Milagro Sala presa. Para Verbitsky hay dos maneras de oponerse a Macri: una “pura” que se paga con cárcel, y otra “transera” que se paga con beneficios económicos. Lo cito porque su prosa fina y seductora lo vale: “Lo hace también como prenda de paz con los movimientos sociales acunados por el papa Francisco, ávidos de un lubricante tan viscoso como el que apaciguó los ánimos sindicales”. En todo caso, el tema no es seguir dividiendo al campo nacional con acusaciones graves como ésta, sino ayudar para una estrategia común. O, en todo caso, definamos quiénes juegan para el movimiento nacional y quiénes no. Sobre la polémica del acta firmada, el argumento sobre el punto final que supuestamente obliga a las partes a no generar conflictos no merece mucha atención: cualquiera que haya tenido una representación gremial o social sabe que esas fórmulas existen y no implican nada. ¿O acaso el derecho constitucional a manifestarse queda renunciado por la firma de un acta? Es una cláusula de imposible cumplimiento y, por otro lado, el obligado también es el gobierno, y cualquiera de las organizaciones firmantes podría, ante una medida del Ejecutivo que afecte intereses sociales, interpretar que los que violaron la cláusula de “no conflicto” fueron los miembros del gobierno y declararse libres de adoptar el temperamento que consideren.

 

En definitiva, ¿se puede construir «nuevas mayorías» blandiendo el garrote contra los que movilizan por reivindicaciones? La vieja idea de los que no se «ordenan» ¿Cómo construir legitimidad desde el llano? ¿El latigazo funciona lejos del calor de la botonera? Si volver es una tarea eminentemente política, y para eso se necesita de estrategia electoral y votos, todo lo que implique divisionismo innecesario parece atentar contra ese objetivo de máxima que es reconstruir un frente nacional bajo un programa de transformación social. Por lo que todo siempre vuelve a poner a Cristina en el centro del tablero. Trabajar en contra de sus chances electorales es un error grave, y el macrismo parece saberlo mejor que nadie. Pero es interesante marcar que muchos referentes, en una política errática, insegura, casi adolescente, creen estar trabajando para ella aunque los resultados de su acción indiquen exactamente lo contrario. Que la política de algunos kirchneristas no aísle a Cristina de los demás actores del movimiento es una tarea no menor; o, al menos, no se debería permitir que eso pase sin dar el debate.

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