Las interminables filas de refugiados e inmigrantes que, con su vida entera en un bolso, recorren indetenibles las rutas y los caminos de Europa parecen hoy una herida del pasado reciente que comienza a cicatrizar, gracias a un fortalecimiento de la derecha y de una promesa de todos los gobiernos del continente de que no volverá a pasar. En apenas dos años y pese a haber sufrido uno de sus peores conflictos políticos, la Unión Europea (UE) frenó la llamada crisis de refugiados, o para ser más exacto, la sacó de la vista de sus ciudadanos y la confinó a territorios donde el valor del ser humano vale mucho menos que la sensación de seguridad de los ciudadanos europeos.
Los expertos definen a la estrategia europea como la externalización de sus fronteras y de sus controles migratorios. Primero las potencias y los países ricos del norte del continente lo aplicaron sobre los Estados del sur y principales puertos de llegada de los refugiados e inmigrantes, Italia y Grecia. Los hicieron responsables de frenar, vetar y devolver a todos los que no cumplían con los requisitos legales para quedarse en Europa, y les dieron muy poca ayuda para hacerlo. Cuando Roma y Atenas se plantaron y amenazaron con abrir sus fronteras o hacer estallar por los aires los acuerdos de la UE, los jefes de Estado y gobierno de los países miembros patearon el sufrimiento humano de los recién llegados un poco más lejos, esta vez completamente fuera de la jurisdicción europea.
La cumbre de líderes de la UE y la Unión Africana de la semana pasada en Costa de Marfil, en la que todos los participantes destacaron su compromiso de la defensa de los derechos humanos, no fue sino el último de una larga serie de esfuerzos por garantizar que cientos de miles de jóvenes africanos se queden en su continente y no lleguen a Europa.
“La UE construyó una imagen de Libia como socio estratégico de su política migratoria y eligió ignorar el caos político que domina a ese país”
Originalmente la cumbre debía sellar la creación de un fondo de 4.100 millones de euros para financiar proyectos de desarrollo en los países de origen de los jóvenes que intentan en masa todos los años llegar a Europa y construir una mejor vida, lejos de la violencia y la pobreza estructural. Se trata de la contracara amable de una política de cooperación que, no sólo no está funcionando, sino que se basa cada vez más en la seguridad.
En 2015, en plena crisis de los refugiados, la Comisión Europea, una suerte de Poder Ejecutivo de la UE, aprobó un fondo similar. Le pidió a los países miembros que aporten 1800 millones de euros, pero sólo entregaron 78 millones. Como contraparte, comprometió a los Estados africanos a que repatrien a todos sus ciudadanos que entren ilegalmente al bloque. Eso tampoco sucedió y los números de recién llegados siguió creciendo y abarrotando los centros de detención griegos e italianos.
Como consecuencia y sin poder conseguir un mayor compromiso de los países europeos, la UE redireccionó millones de euros de fondos destinados a la cooperación y la ayuda humanitaria en África y los usó para financiar centros de detención de migrantes y capacitar a fuerzas de seguridad en ese mismo continente. Uno de los grandes beneficiados fue Libia, el país donde mafias de traficantes de personas aprovecharon el caos político que dejó el derrocamiento y el asesinato de Muammar Kaddafi en 2011 para armar una operación millonaria que sube todos los días a cientos de refugiados e inmigrantes a barcazas y los lanza al Mediterráneo a un viaje casi imposible.
La esclavitud del siglo XXI
Pese a ser un Estado fallido, en el que coexisten tres gobiernos en pugna -sólo uno es reconocido por la comunidad internacional- y las milicias son las verdaderas fuentes de poder político, la UE inyectó cientos de millones de euros y habilitó a la Marina libia -o a los restos de ella- a atacar a los barcos de las organizaciones humanitarias que intentan rescatar a los refugiados y los inmigrantes que naufragan en sus aguas territoriales y llevarlos, seguros, a las costas europeas.
La UE construyó una imagen de Libia como socio estratégico de su política migratoria y eligió ignorar el caos político que domina el país norafricano desde que la OTAN ayudó a una variopinta rebelión popular a derrocar a Kaddafi e inauguró un período de guerras intestinas, que crearon el escenario perfecto para que florezcan mafias de todo tipo.
Por eso, en octubre pasado, tras reconocer que el número de personas que se aventuraban a cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa había disminuido, la reconocida organización Médicos Sin Fronteras advirtió: “Continuamos extremadamente preocupados por las políticas europeas que promueven que estas personas queden atrapadas en Libia, donde corren peligro de abusos y violencia. Es completamente inaceptable considerar que detener o devolver a personas a Libia puede representar una solución humanitaria”.
«Miraron para otro lado hasta que CNN filmó y mostró a todo el mundo un mercado de esclavos del siglo XXI»
La UE desoyó esta advertencia y los crecientes artículos periodísticos que denunciaban las cárceles medievales de Libia. Miraron para otro lado hasta que CNN filmó y mostró a todo el mundo un mercado de esclavos del siglo XXI, donde refugiados e inmigrantes que quedaron atrapados en ese país norafricano son vendidos por apenas unos cientos de dólares.
La indignación de los líderes y de las principales organizaciones del mundo fue inmediata y sólo unos pocos se animaron a no esconderse detrás de la sorpresa.
“Que el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio no es aceptable. Que en Libia se estén vendiendo personas no es aceptable. Todos los dirigentes europeos y africanos son cómplices de esto. Pero esto ya lo sabíamos desde hace tiempo. (…) Libia existe gracias a las políticas de migración europeas, que solamente se han ocupado de cerrar y externalizar fronteras, pero no asegurar vías seguras a los migrantes”, sentenció la directora regional de la ONG Oxfam Intermón para el oeste de África, Imma de Miguel en una entrevista con la agencia de noticias estatal española EFE.
Frontera de contención
Con las imágenes de la compra y venta de personas aún frescas, los líderes europeos viajaron a Costa de Marfil hace unas semanas y volvieron a comprometerse con el desarrollo del continente, el mismo que muchos de sus Estados gobernaron con mandato imperialista y civilizatorio. Hicieron renovadas promesas de dinero y voluntad política, pese a que hacía apenas unos días la Comisión Europea había reconocido públicamente que los miembros de la UE sólo habían ofrecido 34.400 de las 50.000 plazas inicialmente prometidas para la llegada segura de refugiados de Medio Oriente y África, especialmente Libia.
Lejos de ampliar este número, la reciente cumbre de jefes de Estado y gobiernos de la UE y la UA acordó financiar y facilitar la repatriación de decenas de miles de refugiados e inmigrantes varados en Libia a sus países de origen, los mismos que abandonaron, en algunos casos, o de los que escaparon, en otros.
El segundo gran punto del acuerdo es que los líderes europeos se volvieron a comprometer a “trabajar junto al gobierno libio” para luchar contra las mafias de traficantes de personas, mientras en el Mediterráneo la estrategia de disuasión se mantendrá. En otras palabras, rescatar a los refugiados e inmigrantes detenidos y varados en Libia, al mismo tiempo que blindan la frontera mediterránea de ese país, la nueva barrera de contención de Europa.
“Libia es sólo el ejemplo más reciente y extremo de las políticas migratorias europeas que se remonta varios años atrás, donde el objetivo principal es sacar a refugiados y migrantes fuera de la vista”, reaccionó Médicos Sin Fronteras tras la cumbre y sus palabras no fueron casuales. La organización, como muchas otras, hace meses que denuncia, sin éxito, las precarias condiciones de vida de millones de refugiados en Turquía, la otra barrera de contención migratoria que construyó la UE fuera de su territorio en los últimos años.
El caso turco
No hay duda de que los actuales acuerdos con la Unión Africana, y principalmente con Libia, se basan en la convicción de muchos líderes europeos de que la primera externalización de las fronteras de la UE tras la crisis de refugiados, la que hicieron con Turquía, fue un éxito.
En marzo de 2016, la UE firmó un acuerdo con Turquía para que cerrara su frontera y recibiera de vuelta a los refugiados e inmigrantes que habían quedado detenidos en Grecia, en una suerte de limbo de hacinamiento y desesperación, luego de que los vecinos de Atenas suspendieran la libre circulación de personas -uno de los grandes orgullos del bloque- y aislaran al país. Los Estados europeos aceptaron pagar 6.000 millones de euros al gobierno de Recep Tayyip Erdogan y le prometieron reactivar su candidatura en Bruselas.
“La Unión Europea, reivindicada tantas veces como ejemplo de madurez política, de desarrollo económico y social, y de respeto al ser humano, cedió el timón a una Europa más oscura”
Estas dos promesas con el tiempo se frustraron parcialmente, pero el trato se mantuvo. En marzo pasado, en el primer aniversario del acuerdo, Amnistía Internacional publicó un informe con un repaso de los resultados. Lo tituló: “El año de la vergüenza de Europa”.
La UE, con la canciller alemana Angela Merkel a la cabeza, defendieron, no obstante, el acuerdo e hicieron todo tipo de malabares políticos para mantenerlo vivo, aún cuando Erdogan lanzó una masiva purga en el Estado y una aún mayor ofensiva político, judicial y policial contra la oposición de su país, y cuando las principales organizaciones humanitarias del mundo denunciaron que el gobierno turco no concede un status completo de refugiado a los más de tres millones que se instalaron en el país tras escapar de la guerra en la vecina Siria.
La prioridad, se hizo evidente, era otra: frenar como sea la llegada de refugiados e inmigrantes, y evitar la supuesta desintegración política de la UE.
La Unión Europea, reivindicada tantas veces como ejemplo de madurez política, de desarrollo económico y social, y de respeto al ser humano, cedió el timón a una Europa más oscura, que no esconde una reivindicación identitaria que atraviesa su sentido de la solidaridad y sus valores humanistas más preciados.