Las diferencias entre lo que pasa en nuestros días respecto de lo acontecido en el período que va desde las puebladas en Cutral Có y Plaza Huincul, en 1996, hasta la Masacre de Avellaneda del 26 de junio de 2002 son seguramente mayores que las similitudes. De todos modos, no estaría de más reparar, no tanto en los paralelismos, sino en las enseñanzas que consciente o inconscientemente están presentes hoy en el campo social.
A diferencia de lo que pasó hace unas semanas en Baradero, donde el pueblo salió a las calles acompañado de las organizaciones gremiales del lugar, el pasado 7 de marzo importantes sectores del pueblo argentino salieron a las calles -sobre todo en Buenos Aires- pero con cierto sentimiento de malestar respecto de los dirigentes sindicales. Eso se hizo sentir con fuerza en el acto en Plaza de Mayo, más allá de las internas, e incluso más allá de quienes se quedaron e insultaron al triunvirato. La imagen, además de elocuente, no deja de evocar en cierta medida aquella consigna coreada por miles en diciembre de 2001 y el primer semestre de 2002: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Más allá de lo polémico de dicho cántico, lo cierto es que en el sindicalismo argentino -parte central de la “crisis de representación” de aquellos días- fue en donde menos se expresó aquel anhelo. No entraremos en debate aquí respecto de cuánto se fueron o no los integrantes de la “clase política” -la “casta” dicen hoy los españoles- pero sí, al menos así lo considera este cronista, es innegable que ciertos discursos sociales y determinadas políticas de Estado tuvieron que tomar otros rumbos tras el cuestionamiento y la crisis que estalló en 2001 pero que había comenzado a gestarse varios años atrás.
Baradero en las calles
Baradero es un distrito conformado por cuatro localidades de la provincia de Buenos Aires, situado a unos 15 kilómetros de la Ciudad Autónoma. Según el último censo, cuenta con una población de 32.761 personas de las cuales, en las últimas elecciones nacionales, casi 9.000 votaron por Cambiemos (el 42,3% del padrón electoral) que llevó a Mauricio Macri a la presidencia de la Nación y a Fernanda Antonijevic a la intendencia (una de las 64 intendencias bonaerenses conquistadas por la actual alianza gobernante). Días atrás, ese mismo pueblo que votó en las urnas por un cambio reclamó en las calles otro cambio, esta vez respecto de ese mismo oficialismo que salió triunfante en octubre de 2015.
Alrededor de las 7 de la tarde del 3 de marzo, una masiva columna de familias trabajadoras arribaron a la Municipalidad de Baradero. Al llegar se toparon con otros miles de vecinos autoconvocados esperándolos en el lugar. El principal reclamo de la protesta estaba centrado en la escasez de fuentes de trabajo tras el cierre de Atanor S.A Planta Baradero, la preocupación por el preventivo de crisis presentado por Ingredion (que amenaza con despedir unos 80 trabajadores, el 40% del personal), la quiebra de Germaiz, y otros ajustes en diferentes empresas de la ciudad, como Refinería y otras tantas que dieron también de baja a las tercerizadas que contrataban para realizar distintas obras.
“Ese mismo pueblo que votó en las urnas por un cambio reclamó en las calles otro cambio, esta vez respecto de ese mismo oficialismo que salió triunfante en octubre de 2015”
Según declaraciones del titular local de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (UOCRA), Miguel Hereñú, son 3.000 los trabajadores de distintas actividades que perdieron sus trabajos en los últimos meses. A esto se suma el anuncio de reducción de turnos en algunas empresas radicadas en la zona (lo que trae aparejado nuevos despidos y suspensiones, precarización de las condiciones laborales y magros aumentos salariales).
Algunos tuits que circularon por aquellas agitadas horas dejaban leer: “Que se vayan todos”. Y también: “Baradero paró antes que la CGT”. El propio Hereñú afirmó: “Lo que sucede en Baradero no es una marcha a la que estamos acostumbrados, es una pueblada”.
Las diferencias entre puebladas como las de Cutral Có y Plaza Huincul en 1996 (que duraron días en los que la población permaneció en las rutas con barricadas y enfrentó la represión de Gendarmería Nacional) con la recientemente producida en la localidad bonaerense de Baradero son notables. Pero el denominador común es que todo un pueblo salió a las calles, indignado con sus gobernantes y dispuesto a defender sus puestos de trabajo frente a los embates de la política económica en curso. Eso, al menos, no debería subestimarse. Tampoco el “efecto contagio” que este tipo de experiencias suelen tener. No olvidemos que tras aquellas primeras puebladas en el sur, al poco tiempo prácticamente todas las provincias del país amanecieron algún día con sus rutas cortadas.
Del piquete al movimiento
“A los noventa no volvemos nunca más”. La consigna, coreada por amplias franjas de las militancias, tuvo su contrapunto días después del triunfo del PRO-Radicalismo, cuando esas mismas militancias comenzaron a equiparar al nuevo gobierno con el menemista, a Macri con Carlos Saúl y a las protestas emergentes con las de antaño (aún en sus nombres: Marcha Federal, Marcha de la Resistencia, etcétera).
La operación más sencilla a partir de la pueblada en Baradero sería pensar que podría habilitar algo similar a lo que habilitaron las de la Patagonia, pero sería un ejercicio perezoso. Los de entonces fueron estallidos en pueblos petroleros (como también los de General Mosconi en Salta), que vivían alrededor de las plantas de YPF y que quedaron “en pampa y la vía” tras las privatizaciones. Además las del sur contaron con un protagónico papel jugado por la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén (ATEN) y se dirigieron contra un “poder político” que llevaba décadas en el gobierno: el Movimiento Popular Neuquino (MPN), que contaba con dirigentes como los Sapag, muy acostumbrados a tratar los conflictos sociales como cuestiones domésticas. De allí la sorpresa que implicó la pueblada, en la que ya no solo estaban los ex obreros petroleros sino sus familias enteras, con las mujeres y los jóvenes a la cabeza (lo que aportó radicalidad a las medidas, porque estaba en juego el hambre de los niños, el hartazgo de las promesas y la inexperiencia de las negociaciones gremiales).
Lo paradójico es que tras dos puebladas (en la segunda, de 1997, emergieron los “fogoneros”, que acusaron de “traición” a los piqueteros que encabezaron la anterior de 1996) en la zona no emergió un movimiento, pero decenas de grupos de norte a sur del país levantaron el nombre de Cutral Có y Teresa Rodríguez (la joven asesinada cuando pasaba por un piquete de la segunda pueblada) para conformar el suyo, y tomaron su ejemplo para hacer de la tríada del emergente movimiento piquetero (asambleas, cortes de ruta y acceso a planes asistenciales del Estado) su gimnasia de acción directa en las calles y organización de base en las puebladas.
“La operación más sencilla a partir de la pueblada en Baradero sería pensar que podría habilitar algo similar a lo que habilitaron las de la Patagonia, pero sería un ejercicio perezoso”
Lo revulsivo para el sistema político no fueron sin embargo las asambleas y los piquetes (que tienen su larga historia en el movimiento obrero nacional e internacional) ni los “Planes Trabajar” (que en principio surgieron como una respuesta del Estado ante esas luchas y como un modo de contención de eventuales conflictos sociales, más allá de que luego fueron utilizados por las organizaciones territoriales para crecer en número y aumentar su grado de visibilidad pública). Lo revulsivo para el sistema político argentino fue que aparecieran nuevos movimientos sociales en los cuales convivían radicales y peronistas, cristianos y ateos, izquierdistas en todas sus variantes, jóvenes anarquistas y otros nunca adscriptos a ninguna identidad social y política, viejos y jóvenes, adolescentes y niñas, todas, todos, reunidos en torno a las nuevas necesidades y los nuevos y muchas veces creativos modos de abordarlos, sea para exigirle respuestas al Estado como para crear de manera autogestiva las suyas propias.
Lo de Baradero, que incluso los dirigentes gremiales del “clásico” sindicalismo argento caracterizaron como “pueblada”, puede funcionar como índice de nuevas respuestas ante los nuevos desafíos. No en términos de que podrían sucederse casos iguales o similares (o tal vez sí, nunca se sabe), sino en términos de experiencia que muestra unidad y masividad en las calles en pos de objetivos inmediatos concretos, que se respalda en estructuras tradicionales (los sindicatos) apelando a los modos emergentes de expresarse (los autoconvocados) sin ver en ello contradicción. En términos contemporáneos, podríamos pensar que la pueblaba de Baradero fue un verdadero acontecimiento político, en tanto nadie se esperaba algo semejante, y ya nadie en el lugar podrá pensar lo que sigue sin tener en cuenta eso que ha pasado.
La sombra de la crisis de representación
Como una sombra que se expande por el campo social, hoy dirigentes políticos, sindicales, sociales y “comunicadores” toman nota de la crisis de representación latente en la Argentina. Y el triunvirato de la CGT lo sabe porque lo vivió, porque lo recuerda. El período 1996-2002, la gestación del proceso de resistencia popular antineoliberal mostró que de cierto modo el país podía paralizarse (o al menos complicarse al extremo su “funcionamiento normal”), aún sin huelga general, con piquetes, cortes rutas, movilizaciones, ollas populares, edificios públicos tomados, grandes empresas con sus ingresos bloqueados. También que los “paros domingueros” podían transformarse en “activos” con la participación activa -vaya la redundancia- de los movimientos sociales.
A diferencia de la última década del siglo pasado, el movimiento obrero argentino en la actualidad se encuentra fortalecido numéricamente, con una nueva camada de jóvenes activistas de base, con sus dirigentes no tan abiertamente deslegitimados (no, al menos, al punto en el que estaban en los años noventa, cuando al frente de los sindicatos estaban los mismos rostros que habían sido cómplices o socios directos del proceso privatizador) y, lo más importante quizá, con una dinámica que tendía o tiende a la unidad. Una voluntad de unidad que se expresa no sólo en el hecho de mantener la CGT dirigida por un triunvirato sino también en la reunificación de las dos CTA y la apertura de la CGT hacia los movimientos sociales, cosa que en los 90 sólo -parcialmente- había sucedido con la CTA, además de que expresiones como la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) manifiestan ya desde su nacimiento un salto cualitativo respecto de los movimientos de trabajadores desocupados porque incluyen en su seno dinámicas contradictorias que a veces se parecen más a un sindicato y, otras veces, a las organizaciones sociales de base.
Para bien y para mal, todo lo recientemente descrito muestra enormes diferencias entre los años 90 y la actualidad. Demuestra, asimismo, que cierto olvido transitorio respecto de las experiencias de organización y de lucha popular previas a los años kirchneristas no se han perdido, y se recuperan, más o menos activamente, por amplias franjas del pueblo argentino.