De lo bueno y lo mejor

¿Cómo se es de izquierda criticando al gobierno cuando es más izquierdista, siendo que se lo apoyó cuando era más conservador? ¿Algún miembro de la centroizquierda puede asegurar que el gobierno nacional es más dañino para el país y las personas que Mauricio Macri?

En 1973 estaba claro que el gobierno peronista no podría –o no se proponía– ser lo bastante revolucionario como para satisfacer los deseos de sus cuadros militantes más jóvenes que, deslumbrados por Argelia, Cuba y Vietnam, creían poder derrotar al ejército argentino y no advertían la intensidad de la ofensiva norteamericana. Los gobiernos transformadores, nacionalistas o progresistas de Latinoamérica iban cayendo uno a uno bajo la simultánea presión de una izquierda ansiosa y maximalista y de la derecha más reaccionaria, alentada y financiada por los Estados Unidos.

“Lo mejor es enemigo de lo bueno” alertó entonces Juan Perón, que solía inventar, plagiar o adaptar muy oportunos adagios.

A la generación de quien escribe le costó mucho sufrimiento, frustraciones, exilios y más de treinta mil muertos entender el profundo significado de la advertencia de Perón. Además, teníamos veinte años y “montar quisimos en pelo una quimera”, escribió alguna vez Machado acerca de su propia juventud.

La edad no excusa, pero explica, pone en perspectiva los errores, las ingenuidades y las tonterías.

Quien esto escribe prefiere diferenciar a la gente por su calaña, como para no perder tiempo en tránsfugas y tartufos. No se va a ocupar entonces de esa “izquierda” crítica de la gestión gubernamental compuesta de quienes fueron oficialistas hasta ayer ni de los legisladores opositores que chuparon las medias del ex presidente hasta hoy al mediodía. Que se ocupen ellos de explicar cómo se es de izquierda criticando al gobierno cuando es más izquierdista siendo que se lo apoyó cuando era más conservador.

Digo mal: siendo que se formó parte de ese gobierno cuando era más conservador.

Dejando entonces de lado a quienes no merecen ser tomados en serio, a la izquierda, o a eso que tan vagamente se denomina centroizquierda, una cierta miopía parece impedirle distinguir lo malo de lo bueno o relativamente bueno, pues todo pretende compararlo, sin matices, con lo que sería mejor.

Es perfectamente legítimo, y hasta deseable, el utilizar a lo mejor como parámetro, pero a condición de que se diferencie. Es que no todo es igual, al menos para las gentes comunes, los ciudadanos de a pie que vivimos de nuestro trabajo, acá y ahora, en este tiempo y en este rincón del planeta.

También entre los ciudadanos comunes y silvestres hay diferencias, claro. No se corren a los cincuenta o a los sesenta los mismos riesgos de ser maltratado por la policía que a los veinte o los treinta. Tampoco si se es rubio o se es morocho, si se vive en Recoleta o en Budge.

Quien esto escribe puede asegurar que no corre prácticamente ningún riesgo de ser víctima de las picanas futuristas que acaba de adquirir mister Macri. También es conciente de que ese riesgo lo corren muy seriamente sus hijos.

Este sólo hecho hace que quien escriba no pueda permanecer indiferente al cariz que ha tomado el proyecto policíaco del Pro y crea que lo afecta personalmente.

En los últimos tres años la contribución por alumbrado, barrido y limpieza en la ciudad de Buenos Aires sufrió un incremento de entre el cien y el cuatrocientos por ciento, según las zonas. Así y todo, mister Macri sigue negándose a continuar las obras de prolongación de los subterráneos si el Estado nacional no avala un crédito a tomarse a favor de la ciudad de Buenos Aires. También se redujeron y subejecutan los presupuestos para educación, acción social y salud mientras sin licitación se compran uniformes para la policía metropolitana, y patrulleros y carros hidrantes, picanas a distancia y también cartuchos de escopetas cargados de pimienta.

Hasta no hace mucho era posible ver excéntricos cirujas deambular junto a las rutas 8, 7 o 5. Entre Pilar y Del Viso solía caminar uno que llevaba un palo de más de setenta centímetros inserto en su fosa nasal derecha. El que colgaba de la fosa izquierda era más corto.

Se trataba de pacientes que así como escapaban, regresaban al neurosiquiátrico de Opendoor, que no inútilmente significa “puerta abierta”.

Ahora mismo, con la vergonzosa complicidad del personal directivo, designado ahí de ex profeso, cada día son expulsados diez pacientes de los neurosiquiátricos Borda y Moyano. No se van, sino que los echan, y no se trata de la famosa desmanicomialización sino de un negocio inmobiliario.

Esas personas carecen de familiares que puedan hacerse cargo de ellos y son tirados a la marchanta.

Los pacientes que cada día son expulsados del Borda y el Moyano deambulan por las calles de la ciudad provocando la falsa piedad de las Mirta Legrand de barrio: “¿Vio la pobreza que hay? ¡Qué barbaridad!”, comentan en la peluquería en tren de sacarle el cuero a “la Kirchner”.

Si uno mira con atención a esos seres semidesnudos, descalzos, desgreñados, con las pieles tiznadas, que ni siquiera cirujas son, puede comprobar que no se trata de pobreza, o sólo de pobreza: es demencia.

Lástima que hubo que reciclar a la UCEP, porque ese era el segundo paso: tras ser desalojados de la institución que mal o bien los cobijaba, hay que desalojarlos de las calles más visibles, tirándolos en Pompeya, Soldati o de ser posible, más allá. No estará la UCEP, pero queda la Metropolitana.

La policía metropolitana es un buen ejemplo de algo decididamente mal hecho, de lo que jamás debió hacerse, de lo que necesita urgentemente ser deshecho.

Se trata de un monstruo creado a imagen y semejanza del PRO, que debería advertir a muchos desatentos respecto a los muy serios riesgos que se corren al alentar el crecimiento de estos fascismos criollos cuando se contribuye a debilitar los imperfectos esfuerzos populistas de los gobiernos surgidos tras la debacle del 2001, que muchos parecen haber olvidado.

La policía metropolitana pudo haber sido una fuerza policial de nuevo tipo, una policía capacitada para intervenir comunitariamente que sirviera de modelo de referencia para la imprescindible reforma de todas las policías del país, pues así como desde hace veinte años se ha venido buscando rediseñar la estructura y objetivos de las Fuerzas Armadas, fijarles un nuevo rol, reformular su doctrina, es urgente transformar las fuerzas policiales, concebidas y moldeadas dentro de la doctrina de la seguridad nacional. Son así instrumentos represivos programados para violar sistemáticamente los derechos humanos, abusarse de los débiles, servir a los ricos.

Las reformas han sido insuficientes, en algunas policías provinciales, directamente nulas y, en el caso de la de la provincia de Buenos Aires, cada tanto algún descubridor del agujero del mate deshace lo poco que se ha hecho para volver a las viejas formas y doctrinas represivas de los tiempos de Camps. Los últimos dos genios de esa cosecha son el ministro Stornelli y el gobernador Scioli, que empiezan a sufrir las consecuencias de su ineptitud, su soberbia y su dependencia respecto a la opinión de los mass media.

La policía metropolitana nace sin matices, incoherencias ni reconcomios y ha sido concebida desde un principio como una aceitada, eficiente y brutal maquinaria represiva, si bien su objetivo aparente es actuar en infracciones contravencionales y no en casos de delitos. Para que se entienda, en varias ciudades del interior del país existen los inspectores municipales, así como en Buenos Aires campeaban los “zorros grises”.

Por sus objetivos explícitos y aparentes la policía metropolitana sería un cuerpo de zorros grises que no se limitaría a las infracciones de tránsito sino a las demás infracciones al código contravencional. Sin embargo, está integrada por ex policías exonerados de la Federal y de la Bonaerense, así como por ex gendarmes y ex militares expertos en inteligencia, provistos de carros hidrantes, picanas futuristas y municiones de pimienta.

Los legisladores capitalinos del centroizquierda han hecho mucho para demostrar la verdadera naturaleza de una policía concebida para reprimir con dureza todas las infracciones que el poder político le impide reprimir a la Policía Federal. Pero los líderes porteños de esa misma centroizquierda se hacen los distraídos y fingen amnesia cuando participan en programas televisivos donde son invitados para que aporten su granito de arena en la demolición mediática del gobierno nacional.

¿Tanto cuesta salirse del libreto preparado por los empleados de uno de los más nefastos monopolios que padecemos los argentinos?

Con la mano en el corazón ¿algún miembro de la izquierda o el centroizquierda puede asegurar que el gobierno nacional es más dañino para el país y las personas que Mauricio Macri? ¿O que es lo mismo? ¿El enemigo es Kirchner y no Macri, como un diario dice que dijo uno que ahora dice no haber dicho semejante cosa? ¿Por qué entonces centrar la construcción de un perfil político en el ataque sistemático al kirchnerismo y aliándose frecuentemente con lo más representativo de una Argentina que debió haberse extinguido hace ochenta años?

Uno se pregunta si no hay formas de construcción política que escapen a la regla general de la manipulación mediática. Capaz que no y entonces el que se equivoca completamente es uno, que se quedó en el tiempo y tiene que resignarse a que los jóvenes de hoy deban inevitablemente correr los riesgos de ser maltratados y asesinados que corríamos los jóvenes de ayer, ante el silencio de líderes de izquierda que no se salen del libreto convenido con los productores del programa a que han sido invitados. Cosa de caballeros, ya se sabe.

Hace poco, llevados vaya a saber por qué –porque una cosa arrastra a la otra o porque a veces la lengua es más rápida que el cerebro o por el gusto de pasarse de listos– varios legisladores del centroizquierda estuvieron a punto de caer en una patética trampa.

Cuando al ritmo de las batutas de Federico Pinedo y Patricia Bullrich (si esa no es la puta oligarquía, ¿la puta oligarquía dónde está?) el Congreso nacional estuvo a un tris de autoconvocarse, al estilo de sus colegas de Honduras (es sabido que las sesiones extraordinarias pueden sólo ser convocadas por el Presidente de la Nación y es fácil sospechar del propósito de una autoconvocatoria… en contra del Presidente). Los diputados del centroizquierda, vivos de ojo y zonzos de temperamento, desafiaron: sólo formarían parte de la autoconvocatoria si en la subversiva sesión se discutía la ilegalidad e ilegitimidad de la deuda externa. Y chupate esta mandarina.

Ni lerdo ni perezoso, Federico Pinedo recogió la gorra que esos diputados habían arrojado ya demasiado lejos: claro que aceptaba discutir la ilegalidad de la deuda externa. De acuerdo a los previsibles votos de cada quien, nuestros hábiles estrategas de izquierda habrían sido aplastados en forma demoledora.

Quiso la suerte, el cariz que tomaron los acontecimientos debido a factores por completo ajenos a su voluntad, que la centroizquierda no resultara cómplice de una maniobra golpista armada por una derecha que pretende pagar la deuda externa con ajuste y nuevo endeudamiento. Y, todavía más grave, que resultara culpable de que, por primera vez, las cámaras legislativas, por abrumadora mayoría, sancionaran la legalidad y legitimidad de la deuda contraída por la dictadura militar.

Si con tanta astucia van a defender los intereses nacionales y populares y si en los programas televisivos no se animan a salirse del librero concertado con los productores, uno no sabe qué se puede razonablemente esperar de esta gente.

Tal vez todo esto sea inevitable, pues quien quiera participar de la vida política del país no tiene por qué integrar el oficialismo. Y si no hay otra opción, si la izquierda y la centroizquierda no tienen otro camino que aprovecharse y ser aprovechados por el poder económico, qué le vamos a hacer.

Pero si tal es el caso, los dirigentes y militantes de esa izquierda y centroizquierda que tan exigentes y sectarios se han vuelto últimamente, deben saber que si en el próximo período no son ellos quienes reciben la banda presidencial de manos de Cristina Fernández… Si la recibe un menemista de la variante reaccionaria, un petiso fascista o un De la Rúa deficiente, pues si tal fuera el caso, esos dirigentes y militantes deben saber que los tipos de a pie, como el que escribe, jamás los perdonarán.

Tarde o temprano habrán de tomar conciencia del modo en que están contribuyendo a destruir lo poco de lo bueno que tenemos. Y todo indica que no será justamente para mejor. Será hora que entiendan, ahora que todavía se puede, de que a esta altura de nuestra experiencia personal y de la experiencia colectiva de nuestro país, ya no hay lugar ni excusas para arrepentimientos tardíos.

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