De empanadas, crueldades y esperanza

Desde la tierra de la empanada, otra agenda tejida de esperanza. La comida, la salud, el despojo. Por Yeyé Soria

La abuela, enharinadas las manos, apura los bollitos de la masa para las empanadas. El relleno espera su momento: matambre cortado a cuchillo, huevo picado, los trece repulgues y cocción en horno de barro. Secretos que se comparten: grasa de pella y la pizca justa de comino. Y el amor con que el legado se transmite generación tras generación, para que la empanada sea, en nuestro Tucumán querido, una señal de identidad, con vino en jarra, bombo y violín.

Esa memoria entrañable fue manoseada hasta la náusea en estos días de agendas de la crueldad, mientras por los hachazos del desatino y el ajuste permanentes el país se desangra, con tenues ruidos de tambores y balazos de goma.

Desde la tierra de las empanadas, queremos sumar una mirada a esta disputa que inundó las redes, los canales de TV y los portales de noticias; casi no se habló de otra cosa que no sea de empanadas de casi 50 mil pesos y de colchones con dólares, aunque la realidad de la mayoría de las argentinas y argentinos no haya probado jamás una empanada de ese precio, ni pueda cambiar el colchón, cada vez más deformado, que no junta dólares, sino polvo y sueños soterrados.

Lo que hay detrás de la hojarasca que se fabrica en los almuerzos de la Chiqui, amplificado hasta el hartazgo por los medios de (in)comunicación, por voceros adornados y un gobierno sin escrúpulos, es una crueldad sin límites que deja una estela de pobres cada vez más pobres —que no compran empanadas de cincuenta mil pesos— y ricos cada vez más ricos —que están fugando la plata que nos falta en los bolsillos—, mientras al país le quiebran el espinazo de su ciencia, de su salud pública, de sus rutas, de sus obras públicas y de paritarias justas para los trabajadores. Es de ese país que nos están arrancando que queremos hablar.

Las empanadas y los amigos del gobierno

Cuando pudimos construir un país que no nos daba vergüenza, sino orgullo, lo nutrimos de normas que obligan a los productores de alimentos a incluir ciertos aditivos que contribuyan a una dieta rica en nutrientes. En el caso de las empanadas, ya que estamos en tema, la Ley 25630 de Prevención de las Anemias y las Malformaciones del Tubo Neural, impone a quienes elaboran productos alimenticios la obligación de utilizar harina adicionada con hierro, ácido fólico, tiamina, riboflavina y niacina. El gobierno de Milei, por medio de la Resolución 675/2024 le permite a la firma Molinos Río de la Plata S.A. producir tapas de empanadas “La Salteña” con harinas sin enriquecer. Sí, uno de los que impone el precio de la comida tiene vía libre para meternos lo que se le cante en nuestro organismo. Vale, por ello, recordar que, en el acto conmemorativo del centenario de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC), en 2024 fue Luis Pérez Companc, presidente de Molinos Río de la Plata, quien consideró que el gobierno de Milei está haciendo un trabajo “excelente al estabilizar la macroeconomía”. “Queda mucho por hacer. No va a ser de la noche a la mañana, esto va a llevar décadas para que Argentina se vaya estabilizando”.

Con la certeza de los beneficios otorgados a sus amigos es que el ministro de Economía, Luis Caputo, habla de las empanadas “baratas”: no todos tienen derecho a consumir productos con nutrientes para cuidar su salud, hay un grupo de argentinos que puede decidir y otro que no. La asimetría entre unos y otros produce mucho más que indignación.

Precios, salud y soberanía

Se habló mucho de precios de empanadas y poco de precios de medicamentos que, durante 2024, aumentaron un 250%. El resultado es que la población más vulnerada tiene que elegir entre comprar una medicación o comer, porque ahí… ni tres empanadas. También se corrió de “la agenda” el precio de los alquileres, por ejemplo, que durante el mismo periodo aumentó el 262,8%, según la Federación de Inquilinos Nacional. Un alquiler promedio cuesta entre 300 y 400 mil pesos, mientras que la jubilación mínima es de $ 273.086,50. Es bueno tenerlo en cuenta para las comparaciones que les falta hacer.

El presidente ¿de todos los argentinos? se reunió algo más de una hora en Casa Rosada con Robert F. Kennedy Jr., el secretario de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos. El pomposo cargo del funcionario enviado por Donald Trump empalidece cuando se lo aprecia manipulando la motosierra dorada que, en su afán destructivo, invoca “las fuerzas del cielo”, y es inevitable preguntarse dónde sería posible rastrear lo humano, entre un secretario de Salud anti vacunas y anti ciencia, y un presidente que se propone destruir la salud pública, y vaciar uno de los hospitales de pediatría de alta complejidad más importante de la región —el Hospital Garrahan— que recibe a las niñas y niños de todo nuestro territorio nacional. El reclamo por las malas condiciones salariales de los trabajadores que durante estos días estuvo en los medios y en las calles pretende ser cerrado con una “conciliación obligatoria”, sin diálogo ni propuesta de solución, un cierre violento como cada acto de un gobierno impiadoso. Conviene no olvidar que, sumiso hasta el servilismo, el gobierno, alineado a pie juntillas con Estados Unidos, se retiró oficialmente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una decisión que —según los expertos— pone al país en una situación de riesgo al aislarlo de la coordinación de políticas de salud ante emergencias globales, como las pandemias.

El diputado nacional por Tucumán presidente de la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados, Pablo Yedlin, advirtió que “la salida de la OMS no solo nos aleja de la posibilidad de participar en estudios multicéntricos o recibir alertas tempranas ante pandemias, sino que también compromete el acceso equitativo a vacunas y tratamientos”. En ese sentido, consideró que la decisión responde a una visión ideológica “que descree de la equidad” y que promueve el aislamiento internacional en un área tan sensible como la salud pública. “Es una decisión profundamente equivocada, no tiene absolutamente ningún beneficio para la Argentina y tiene muchos riesgos, algunos potenciales y otros reales. No veo ningún beneficio desde lo sanitario, sino perjuicios. Y es una profunda equivocación política y estratégica” afirmó el ex ministro de Salud de la Nación, Eduardo Rubinstein.

La abuela pone la bandeja con las empanadas en la pala y la introduce en el horno, mientras una guitarra recoge las hilachas con que los pobres tejen su esperanza. Como en aquella zamba de Luis Profili, que nunca dejó de sonar en los ranchos de nuestra gente. Fue prohibida por el terrorismo de Estado, porque cuando gobierna la crueldad la esperanza es una amenaza. En 1978 Jorge Cafrune la cantó, a pedido del público, en el Festival de Cosquín, haciendo caso omiso de la prohibición: “Aunque no esté en el repertorio autorizado, si mi pueblo me la pide la voy a cantar”. Pocos días después murió atropellado por una camioneta. En los momentos más sombríos, la poesía nos empuja a mirar hacia adelante, porque en nuestros pechos se aprieta una certeza: la esperanza es una construcción colectiva y aún hay quienes estamos dispuestos a arremangarnos por ella, una vez más.

Zamba, a ti te canto/ porque tu canto derrama amor/ caricia de tu pañuelo/ que va envolviendo mi corazón

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