La elección presidencial en Brasil es siempre un parteaguas a nivel regional así como una disputa de gran relevancia a escala mundial. En el quinto país más grande del mundo se definen muchas de las tensiones que atraviesan Latinoamérica, pero también la posibilidad de una conducción al bloque regional que componen los países de la región.
La foto final del ballotage nos da una imagen de una elección polarizada y pareja, la más pareja de la historia de Brasil. Al momento de pensar las primeras conclusiones que deja en el escenario político y geopolítico es necesario analizar múltiples aristas: el triunfo de Lula (y la derrota del Partido de los Trabajadores), la derrota de Jair Bolsonaro (y la victoria del bolsonarismo), el impacto regional del recambio presidencial y la complejidad de gestionar un país tan dicotomizado.
Refutadores de leyendas y el avance de las coaliciones antineoliberales
Comencemos por refutar mitos: numerosos analistas conservadores han querido instalar en estos días que en la elección de Brasil triunfó la “oposición”, como sucedería desde hace tiempo en todos los países de la región. Una especie de sintagma que postula que la pandemia carcomió el capital político de los oficialismos para ceder lugar a cualquier cosa que se le pusiera enfrente.
Nada más lejano de la realidad que este argumento; a diferencia de lo que sucede en Europa (donde en Italia, Reino Unido, Hungría o Polonia se imponen regímenes de extrema derecha) en América Latina están ganando coaliciones antineoliberales. Y vale la pena detenerse en ambos factores de este producto: por un lado, en su carácter coalicionario, con las dificultades propias, las concesiones ideológicas y las complejidades de gestión que trae aparejadas. Por el otro, en su cariz antineoliberal: la heterogeneidad de los procesos de esta nueva ola en América Latina dificulta la posibilidad de englobar a todos bajo un mismo paraguas ya sea popular, progresista o de izquierdas. Si bien existe una mixtura particular con diferentes niveles e intensidades, lo que caracteriza a esta nueva oleada de gobiernos es más su oposición a propuestas neoliberales que ideas o iniciativas comunes.
Gana Lula y el bolsonarismo también
Ahora sí, de lleno en Brasil, el primer saldo que deja la elección es el retorno triunfal de Lula. Pese a la persecución mediática y política, los quinientos ochenta días de encierro y las diecinueve causas armadas en su contra y la proliferación de fake news (que lo acusaron falsamente desde de tener un pacto con el diablo hasta de querer cerrar iglesias) a sus setenta y siete años volvió Lula. El camino no fue fácil pero la victoria del metalúrgico da cuenta de la forma en que persiste la memoria histórica de los pueblos, donde permanecen latentes momentos de bonanza económica y conquistas de derechos sociales y políticos.
Sin embargo, aunque ganó Lula, perdió el PT. La formación tradicional de la izquierda brasileña fue derrotada en Sao Paulo, Brasilia y Río de Janeiro y será minoría en ambas cámaras. Además, hay un dato duro que da cuenta de la complejidad de esta situación: en las primarias el voto en blanco en las estaduales superó ampliamente a las presidenciales. En síntesis, los candidatos locales de Lula no pudieron subirse al arrastre nacional del dos veces presidente y las referencias intermedias no consiguieron consolidar el dominio nacional en sus territorios. Los números al Congreso dan cuenta cabal de esta situación.
En la vereda de enfrente el saldo es de signo opuesto: perdió Jair Bolsonaro pero ganó el bolsonarismo. Pese a contar con la caja del Estado, una emisión récord en programas como Auxilio Familia (el ex Bolsa Familia, emblema de la gestión lulista), con los militares a su favor y gran parte del empresarios y las clases dominantes de Brasil financiando su campaña, Bolsonaro no pudo retener la presidencia.
Sin embargo, el bolsonarismo demostró que se consolida como una fuerza social viva capaz de representar a casi la mitad de los ciudadanos de Brasil. La derechización del escenario político tuvo su réplica a nivel social: las protestas bolsonaristas de camioneros y otros sectores exigiendo una intervención militar, dan cuenta de una raigambre profunda del ideario conservador. Una realidad transversal que atravesó clases, regiones y religiones. Asimismo, en su expresión política, el bolsonarismo tendrá la mayoría legislativa y el control del principal distrito, Sao Pablo, donde Tarciso da Freitas derrotó por holgada diferencia a Fernando Haddad, exalcalde y delfín de Lula en este estratégico territorio.
Un país dividido en dos
Este resultado en extremo parejo traerá aparejadas las complejidades de gobernar un país fragmentado. El primer desafío será la compleja transición: en los próximos dos meses Jair Bolsonaro gobernará un Brasil cuyo mando deberá ceder en enero de 2023. Las especulaciones sobre lo que el presidente en funciones pueda realizar, generan suspicacias al interior del PT y sus aliados. En el mismo sentido, arrecian las dudas sobre la relación que logre establecer el lulismo y el Partido Militar brasilero, alineado y encuadrado en el proyecto bolsonarista.
Otro de los desafíos latentes tiene que ver con la conformación del gobierno de Lula. Luego del corrimiento al centro que tuvo que realizar para sumar la adhesión de su candidato a vicepresidente Geraldo Alckmin, la moderación se vio reforzada por el llamado de Simone Tebet (tercera en votos en la primera vuelta) a optar por Lula en el ballotage. Tebet, aupada por el propio Michel Temer, consiguió que Lula cambiara el tradicional rojo del Partido de los Trabajadores por el blanco de la paz y al mismo tiempo fue la primera en recibir un agradecimiento en el discurso de victoria del metalúrgico. Se espera que pueda ocupar un lugar en el gabinete, un entramado institucional complejo en el que Lula deberá ubicar a los diez partidos que lo acompañaron en su alianza electoral y que abarcan un amplio espectro ideológico que va desde la izquierda hasta la centro derecha.
¿Hacia dónde va Lula?
Si bien su campaña careció de un tono programático y se centró más en la tensión entre democracia y barbarie, en la reivindicación de sus anteriores gobiernos y en la crítica a Bolsonaro, hay algunos indicios de lo que puede ser una futura presidencia de Luis Inácio Lula da Silva. En su alocución posterior a conocer los resultados, Lula hizo énfasis en el combate al hambre, un flagelo que alcanza a más de treinta millones de brasileños que padecen inseguridad alimentaria. Asimismo, enfatizó en la necesidad de volver a posicionar a Brasil como potencia mundial. Lula sabe cómo hacerlo: antes de que asumiera como presidente, el gigante sudamericano era décimo tercero en economía del mundo. Cuando el metalúrgico dejó el palacio de Planalto, Brasil era la sexta economía mundial.
Entre los interrogantes que emergen con este nuevo triunfo también destaca la pregunta por la capacidad que tenga el futuro presidente de Brasil de conducir un proceso de integración regional. En la actualidad, las seis economías más grandes de América Latina son dirigidas por presidentes antineoliberales pero pese a este dato empírico de la realidad, lo cierto es que han sido magras las iniciativas estratégicas impulsadas en materia de integración. El trasfondo de esta orfandad reside en la falta de un liderazgo fuerte en la región: Andrés Manuel López Obrador no quiso asumir ese papel, Alberto Fernández no pudo hacerlo y el resto de los presidentes progresistas estuvieron demasiado ocupados en sus tensiones internas como para poner una apuesta en la difícil tarea de conducir la región.
Resta ver qué capacidad tendrá el metalúrgico para conciliar el frente interno, recomponer el tejido social brasileño, negociar con la oposición legislativa y, al mismo tiempo, tomar decisiones de fondo que puedan transformar el statu quo en un contexto internacional muy distinto al de sus primeras gestiones.
Del otro lado, habrá que analizar qué posibilidad tendrá Bolsonaro de sostener su liderazgo por fuera del poder y cuál será el impacto para la derecha latinoamericana, que tampoco es homogénea y cuya ala militarista cosechó una derrota, al tiempo que sus expresiones más empresariales (como Lacalle Pou o Guillermo Lasso) sostienen sus posiciones con grandes dificultades.
La memoria histórica demostró que persiste en los pueblos. Lula volvió. Ahora le toca gobernar.
Yair Cybel es periodista e investigador. Trabaja en El Grito del Sur y en la radio AM530 como analista internacional y en el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) como investigador. Se recibió de Licenciado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como docente. Anteriormente pasó por Telesur, HispanTV y la AM750. Al momento, cursa la Maestría en Teoría Política y Social de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).