CUIDAR EL REBAÑO

En tiempos como los que corren a nivel tanto global como nacional, debemos abrazarnos unxs a otrxs, cuidarnos y luchar por las políticas en las que creemos.
CUIDAR EL REBAÑO

Horas antes del atentado a Cristina Fernández de Kirchner estaba sentada en mi escritorio escribiendo una nota sobre las vigilias, para publicar en esta misma revista. Busqué en internet su significado, la historia de las vigilias sociales y su carácter simbólico. Es que pasé por la casa de la Vicepresidenta una noche y un mediodía: respiré fuerte y me di cuenta que extrañaba cantar y saltar y observar los abrazos y a los tipos en cuero colgados de los semáforos. La luna estaba hermosa y una nena la señalaba subida a los hombros de su papá. Una pareja de personas muy mayores llegaba agarrada del brazo cerca de las dos de la mañana. En la esquina de Juncal y Uruguay flameaba una bandera del Diego y la gente aplaudía. Se vendieron choripanes y cervezas y mucha gente se enamoró y después se buscaron por redes y se encontraron y vaya a saber qué pasó después. Recoleta se llenó de otra cosa. Mientras estaba ahí me pregunté por las vigilias, su origen y cuáles son las alertas causantes de que miles de personas decidan que es necesario juntarse para esperar un suceso, comunicar algo, proteger a alguien. En grupo. Atentas. Despiertas.


El jueves 1 de septiembre a la noche estaba cenando con mi amiga en casa. Estábamos contentas porque al fin íbamos a poder ver el capítulo de una serie. Mi celular empezó a sonar y llegaron las primeras imágenes. Seguramente, por mucho tiempo, todxs vamos a recordar qué estábamos haciendo, dónde estábamos y con quién cuando nos enteramos de la noticia. Nunca tuve tanto tiempo la piel erizada, creo que fueron dos horas de sentir algo nuevo para mí: el shock en estado puro. Por la noche no pude dormir bien, tuve insomnio. Otra definición de la palabra vigilia.


Sobre el hecho en sí creo que no puedo aportar mucho más de lo que ya se dijo (en términos de repudio y declaraciones). Sólo repito como una autómata hace días que hay dos cosas en las que no puedo dejar de pensar: una, jamás imaginé que, habiendo nacido y vivido en democracia, iba a ser contemporánea a semejante hecho de violencia. La otra, y es la que más persiste en estos días posteriores, es esa pregunta, la que se hizo la mayoría de nosotrxs: ¿qué hubiese pasado si ese tiro salía?
Ahora la jueza Capuchetti impuso secreto de sumario y se está investigando la posibilidad de que Fernando Andrés Sabag Montiel no haya planeado el atentado solo. Los datos de su celular se borraron. Detuvieron a su pareja. Cristina se presentará como querellante. Clarín publicó un manual de cómo usar el arma correctamente.


Vigilantibus non dormientibus iura succurrunt: el derecho socorre al que vigila, no al que duerme.
Las vigilias que menciona la Biblia se refieren más que nada a la vigilia para orar y la vigilia para cuidar el rebaño. Tantos judíos como romanos se turnaban para quedarse despiertos y así asegurar que nadie robase sus ovejas. Me acuerdo que en los campamentos de mi escuela los profesores y las profesoras se turnaban por las noches para cuidar al alumnado. Saber que estaban Fito o Tesi despiertxs mientras nosotras dormíamos en nuestras carpas me daba una paz infinita. ¿De qué nos protegían? ¿De quiénes? ¿Monstruos, ladrones, algún pervertido de Ezeiza? ¿Le dará algún tipo de tranquilidad a Cristina saber que estamos ahí abajo, día y noche, intentando cuidarla?


La violencia que viene escalando hace ya mucho tiempo en nuestro país se evidenció de la manera más cruda la primera noche de septiembre: un arma calibre .32, con cinco balas adentro, a centímetros de la cara de nuestra Vicepresidenta. El tipo gatilló dos veces. La bala no salió. Algunxs se lo adjudican a Néstor. Otrxs al Diego. Los más creyentes, a Dios. La verdad es que no había llegado la bala a la recámara. Pero siempre es más lindo creer.


El viernes 2 de septiembre se decretó feriado nacional y la Plaza de Mayo se llenó de 300.000 personas. Sentí lo mismo que había sentido en la vigilia: unidad, amor y un sol tremendo. No hubo ni un disturbio, no vi ninguna situación de violencia. No se prendió fuego ninguna esquina. Me encontré con gente que nunca pensé encontrarme en la plaza. Nos bronceamos los cachetes. Había tanta demanda de choris que se agotaron pasado el mediodía.


No sé dónde lo escuché, quién lo dijo, pero el fin de semana me llegó la siguiente frase: “esto evidencia una cosa: el cuerpo de Cristina es el cuerpo de todxs”. Caí en la cuenta de lo volátil de “la paz”, de lo peligroso que es coquetear con la violencia, de la fragilidad del cuerpo de una persona, de la fragilidad del cuerpo de Cristina. O, visto de otro modo, la fuerza que puede llegar a tener una líder política. Sin ella, ¿a dónde vamos?


Ayer leía el último newsletter de Iván Schargrodsky, Off the record, titulado “Todo sigue igual”. A veces pasan días desde que me llega hasta que lo leo, pues su pesimismo muchas veces me angustia. Esta vez, lo estaba esperando. Supongo porque el grado de pesimismo ya había llegado a lo insuperable:


(…) Argentina vive un clima de tensión política a veces irrespirable -donde los insultos y agresiones cruzadas son diarias-, pero siempre canalizado institucionalmente. Cristina y su dispositivo de cercanía tienen mala suerte: son los únicos con quienes el sistema hace excepciones. El ataque a su casa de Santa Cruz, las ocho indagatorias en un día, la vigilia con insultos en su departamento de Juncal, los piedrazos a su despacho en el Senado, el explosivo en un local de La Cámpora en Bahía Blanca o el intento de asesinato del jueves reflejan que es la vicepresidenta la receptora de esas medidas de acción directa. Cristina, en privado, responsabiliza a una parte del periodismo y al tándem Mauricio Macri-Patricia Bullrich.


La sociedad no sabe -por suerte- dónde viven Horacio Rodríguez Larreta, Cristian Ritondo, Bullrich o Macri. Sí María Eugenia Vidal porque multiplicó los dólares como Jesús los panes. Y -otra vez: por suerte- los medios no difunden la dirección de sus casas como sí ocurre con la vice. Esa situación irregular y permitida por acción u omisión por todo el sistema político y empresarial encontró un límite el jueves. Ni la oposición ni en el establishment parecen advertir que, en algún momento, el peronismo va a empezar a defenderse. Hay urgencias vinculadas al incendio que se evitó por una milagrosa y afortunada torpeza en la manipulación del arma que apuntó a CFK. La competencia por responder a una base cada vez más radicalizada en la oposición no es gratuita. La pregunta sobre lo que podría haber pasado si el desenlace del jueves hubiera sido otro debería llamar a la reflexión. El asesinato del líder liberal y candidato opositor Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, fue atribuido a un desequilibrado. Eso no evitó que el episodio, en un escenario de hostilidad extrema entre los partidos conservador y liberal, diera inicio a una revuelta popular, el Bogotazo, que luego daría lugar a una guerra civil que duraría diez años, hasta 1958, y terminaría por derivar en la fundación de las FARC, la guerrilla más longeva del continente, y un conflicto de millones de desplazados. El fuego, si te acercás mucho, quema. (…)


Me acuerdo de mi ingenuidad al pensar que luego de la pandemia, el mundo iba a intentar mejorar: pasó todo lo contrario. La misma ingenuidad, o llámese esperanza, tuve las horas posteriores al atentado. Esperé respuestas y reacciones: otra vez sopa. Ahora me pregunto qué es lo que esperaba leer o escuchar, por qué ante momentos de quiebre lo primero que pienso es “ahora algo va a cambiar”. También leo páginas y páginas que nos cuentan cómo llegamos hasta este punto. Lo que no encuentro es a alguien que nos explique qué es lo que va a pasar.
Sinceramente no tengo idea. La sensación de fragilidad y tensión y de que todo puede reventar en un segundo me ronda en estos días. Lo que sí tengo en claro es que hay que seguir cuidando el rebaño. Practicar la vigilia más que nunca. Entrelazar los brazos, formar cordones. Porque de algo estamos segurxs: los defensores de esa Bersa, no pasarán.

Martina Evangelista (1995, Bs.As). Es estudiante de la Lic. en Artes de la Escritura (U.N.A), escritora y poeta. Miembro jurado en diversos concursos literarios y redactora de artículos, reseñas de arte, crónicas y notas. Premio en categoría “Poesía en Voz Alta” en el festival Poesía Ya! edición 2022 (Ministerio de Cultura). Actualmente, está preparando la publicación de su primer poemario.

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