Cuánta furia tiene este silencio colectivo

Santiago Maldonado, Milagro Sala y la democracia.

“En la causa criminal que ante mí pende, y se ha seguido de oficio (…) por el horrendo crimen de rebelión o alzamiento general de los indios, mestizos y otras castas, pensado más ha de cinco años (…) con la idea (de que está convencido) de quererse coronar Señor de ellos, y libertador de las que llamaba miserias de estas clases de habitantes que logró seducir”.

 

Son las palabras con las que comienza la sentencia pronunciada en Cuzco por el visitador José Antonio de Areche, contra Tupac Amaru II, Micaela Bastidas y sus hijos.

 

La interpelación que hoy hace el macrismo frente al nuevo encarcelamiento de Milagro Sala y a la aparición del cuerpo sin vida de Santiago Maldonado en el río Chubut recupera un sentido configurado por los colonizadores hace cinco siglos. Los indígenas son “ociosos, mentirosos, crueles, inhumanos, sodomitas, de frágil memoria, inclinados al mal y con toda clase de vicios”: así lo planteaba el Consejo de Indias como justificación del genocidio, el trabajo forzado (luego asalariado) y la destrucción de la propiedad comunal.

 

La construcción del “otro” (indígenas, negros, mujeres: mayorías minorizadas de nuestro continente) ha sido una política eficaz en tiempos de conquista. ¿Por qué no lo sería en tiempos de reconquista? En el afán por definir un enemigo interno que permita recuperar una versión siglo XXI de la Doctrina de Seguridad Nacional no es nada casual que el macrismo apele una vez más a los indígenas que, como dice Bonfil Batalla, remite a la condición de colonizado; por tanto, su estigmatización se monta sobre una historia de desprecio y racismo. Es la historia de la larga noche de los 500 años.

 

Tampoco es casual que los sujetos y territorios en disputa hoy en la Argentina sean precisamente memorias colectivas indígenas con potencia movilizadora. La humillación del poder político y judicial (con la falta total de garantías en el debido proceso) de una indígena mujer luchadora –Milagro Sala– representa un disciplinamiento que mira desde el norte al resto de nuestro territorio nacional, y mira también hacia el norte: hacia el proceso revolucionario boliviano, y hacia el otro Norte, ese que orienta las políticas de subordinación y reconquista vigente en la mayor parte de las latitudes latinoamericanas. Y Santiago, un traidor a su clase (a la blanquedad), luchador, solidario, consustanciado con las causas de los pueblos oprimidos, que en el sur indígena exigen que el Estado Nacional deje de cuidar los intereses de Benetton y reconozca la legítima propiedad de la tierra originaria.

 

Milagro y Santiago son dos momentos –distintos aparentemente– de “indigenismos” en disputa con gobiernos provinciales blancos o en disputa por la tenencia de tierra colonizada por capitalistas extranjeros. Dos momentos que implican una tendencia: el lado amenazante de esa construcción de poder que reverbera oscuramente sobre la Argentina. La construcción de poder encarnada por la alianza Cambiemos.

 

Esto hace el poder cuando ve amenazado su dominio o cuando pretende reconquistarlo. Ambos crímenes de Estado, la desaparición forzada de Santiago y la prisión humillante de Milagro, ponen en tensión –sino en jaque– el Estado de Derecho. Pero de manera más explícita, lo que está en peligro es la democracia. El macrismo propone mucho menos que una democracia formal. Propone a la vista un proyecto profundamente autoritario con fachada democrática.

 

Frente a esto, los sectores populares –obreros, campesinos, estudiantiles, feministas, indígenas, intelectuales– tenemos la tarea de impugnar fuertemente esta apuesta de reconquista y debemos apelar a nuestras cualidades colectivas, aquellas arraigadas en nuestra historia de rebeliones, construcciones y resistencias, para impulsar la emergencia de una disponibilidad social general de nuevas certidumbres. Dar vida a un tiempo turbulento que contenga la crisis del proyecto político macrista y la construcción de un nuevo sentido común que empiece por expresar la humanidad dolida de estos días. Una lucha para que el nuevo sentido común se haga institución. Esto significa la construcción de un nuevo proyecto de poder que comporte la desarticulación de la organización del bloque de clases encarnado en Cambiemos, su fuerza moral y su propuesta de país para la sociedad argentina.

 

Significa recuperar la democracia en su dimensión absoluta. Implica que la organización y la lucha consoliden e institucionalicen ese nuevo sentido común. Es la democracia absoluta en acción, que eleva la participación de los sectores populares a los asuntos políticos colectivos. A trazarnos nuestro propio camino.

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