Cruje desde el pie

La bochornosa suspensión de la súperfinal entre Boca y River derivó en una alegoría perfecta del estado de situación del proyecto macrista que se inició, precisamente, en el club de la rivera. Relaciones peligrosas en los cimientos del poder.

El fútbol lo trajo, ¿el fútbol se lo lleva?

Mauricio Macri cimentó su ascenso político en Boca Juniors. Cómo el propio Macri se encarga de recordar cada vez que puede, el club más popular de la Argentina sirvió de plataforma para su proyecto de poder. Es más que un símbolo que el club de sus inicios protagonice un bochorno planetario: los protagonistas políticos de la escandalosa final interruptus con River están en la base de la construcción de poder macrista.

 

Daniel Angelici preside Boca, tiene bingos en la provincia de Buenos Aires y opera para Macri en el Poder Judicial. Sus tentáculos alcanzan tribunales de todos los fueros y jurisdicciones, pero como es propio del macrismo, su base de operaciones radica en la Ciudad de Buenos Aires. En ese territorio, precisamente, ocurrió el desastre: el ataque de los hinchas de River al micro de Boca, la represión con gases, la suspensión del partido y la resolución del torneo pendiente de lo que se resuelva en el escritorio de la Conmebol.

 

“Hubo fallas en la seguridad” dijo el domingo el sucesor de Macri en la intendencia porteña, Horacio Rodríguez Larreta. Y apegado al manual oficialista, buscó victimizarse con la esperanza de convertir el defecto en virtud.

 

Un día después del episodio, el jefe de Gobierno de la Ciudad relacionó el ataque con el allanamiento policial realizado horas antes del encuentro al líder de la barrabrava de River, Héctor «Caverna» Godoy. «Lo de ayer tiene que ver con eso porque nadie lo puede negar. Se encontraron entradas en manos de la barra de River y son 300 personas que tenían entradas y no pudieron entrar», dijo. La excusa, por cierto, contrasta con los videos que muestran hinchas “comunes” arrojando piedras y botellas al micro de Boca, devenidos en “inadaptados” por obra y gracia de un pésimo operativo de seguridad que incluyó sugestivas modificaciones respecto de su diseño habitual. Uno de ellos: el cruce entre hinchas y jugadores rivales fue posible porque, a diferencia de otras ocasiones, la policía evitó colocar las empalizadas de madera que separan al público que camina hacia el estadio con el micro que transporta al equipo.

 

¿Acaso la barrabrava de River le ordenó a la policía que liberara la zona, como sugirió Larreta? De ser así, resultó curioso que el jefe comunal, en la misma conferencia de prensa del domingo, afirmó que había ordenado «hacer un sumario interno para determinar responsabilidades y ver qué cosas se pudieron hacer mejores». El destinatario de la orden: Martín Ocampo, el ministro de Seguridad que tuvo a su cargo el operativo fallido.

 

O sea: Larreta ordenó a su ministro a investigarse a si mismo.

 

¿Qué podía salir mal?

 

Nunca lo sabremos. Un día más tarde, el lunes, Ocampo renunció al cargo y retomó el puesto que tenía antes de asumir el ministerio: procurador general de la Ciudad.

 

O sea: ahora es el jefe de los fiscales que deberían investigar por qué «falló» el operativo que el propio Ocampo debió garantizar.

 

Total normalidad.

 

Zorros en el gallinero

Ocampo es íntimo de Daniel Angelici. “Es como un hermano, lo conozco desde que tenía pelo” admitió el ex ministro, un histórico dirigente del PRO con terminales operativas y políticas que exceden los confines de la Ciudad.

 

Hasta el lunes, el funcionario tuvo a su cargo la policía porteña, engrosada por la decisión de Macri de transferir a su órbita todas las comisarías de la Policía Federal. Antes de manejar ese ejército de uniformados, Ocampo fue procurador general de la Ciudad, un cargo clave al que accedió en 2014 rodeado de polémicas. Y que ahora retoma.

 

En su momento, media docena de ONG vinculadas al ámbito judicial impugnaron su designación por sus escasos antecedentes y su filiación al PRO. Por esos días se ventiló, también, una vieja denuncia penal por el presunto cobro de coimas a boliches de la costanera con problemas de habilitación. La demanda databa de 2004, época en la que gobernaba Aníbal Ibarra y Ocampo trabajaba en el equipo del histórico dirigente radical Héctor “Tom” Constanzo. Cosas de la política: la denunciante fue Patricia Bullrich, quien tiene el mismo cargo que Ocampo, pero en Nación.

 

El episodio sirve para datar el encono manifiesto que se prodigaron Ocampo y Bullrich en los tres años de gestión compartida. Aunque no es la única razón: el ex ministro forma parte de la facción macrista mas enfrentada a Elisa Carrió, madrina política de Bullrich.

 

A Ocampo lo apadrina Angelici, enemigo intimo de la diputada.

 

Como su padrino, Ocampo proviene del radicalismo, al igual que el vicepresidente de Boca: el abogado Darío Richarte, ex segundo de la Side durante el gobierno de Fernando de la Rúa. Angelici y Richarte comparten contactos en el submundo de los servicios, la cuna radical y un mentor común: el operador Enrique «Coti» Nosiglia. Exministro de Raúl Alfonsín, impulsó la carrera política de Mauricio Macri desde su origen -la presidencia de Boca- y fue un operador clave para la concreción de la Alianza Cambiemos. Como retribución, Nosiglia coló funcionarios leales en puestos sensibles de la administración macrista, en especial en el área de Inteligencia, donde lleva décadas de influencia.

 

De hecho, un senador suyo -el pampeano Juan Carlos Marino- presidió la Comisión Bicameral de Seguimiento de Organismos de Inteligencia en los albores del gobierno macrista. En ese rol, el senador demoró todo lo que pudo la citación de Gustavo Arribas para que explicara el origen de los fondos que dijo haberle girado un valijero brasileño del caso Odebrecht. Flojo de papeles, la protección de Marino no pudo evitar que el Señor 5 trastabillara en su paso por la comisión, donde dijo haber cobrado el dinero por «vender muebles», modificando la versión inicial, donde había asegurado que era producto de la venta de un departamento.

 

A pesar de sus tropiezos, el Poder Judicial -colonizado desde hace décadas por el Sistema de Negocios y Poder mediante operadores judiciales como Richarte o Angelici- sobreseyó a Arribas en un trámite exprés.

 

Ocampo saltó a la fama en 2015 por un episodio similar al del fin de semana que pasó: el ataque con gas pimienta de un hincha de Boca al equipo de River en el entretiempo de un partido de cuartos de final de la Copa Libertadores. Curiosidades del destino: en aquella oportunidad, el escritorio de la Conmebol benefició a River con la clasificación. Ahora es el Boca de Macri y Angelici quien reclama un tratamiento similar. La penosa imagen de un club que se ufanaba de ser exitoso y poderoso mendigando un triunfo burocrático en los escritorios es una alegoría perfecta del estado de decadencia del proyecto de poder macrista.

 

 

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