Crónica de un naufragio

“La historia iba regalarle a la Sanmartiniana el cumplimiento de un sueño que la diplomacia le negaba: ir a parar a las islas Malvinas”

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“La esperanza del pueblo es como las olas del mar parece que se van pero siempre están volviendo”

Alejandro Dolina

 

Con el desdén de los que miran la vida por encima del hombro, muy en congruencia con el conservadorismo de sus lectores, que siempre pretenden estar de vuelta de un lugar al que nunca fueron, el redactor del diario La Nación titulaba en letras catástrofe de molde: “Naufragio militante: fin de ciclo de un velero kirchnerista”. Era la metáfora perfecta para fines de septiembre de 2015. Un mes antes de las elecciones nacionales de octubre no había forma más sutil de marcar el destino inexorable de un proyecto nacional que venía navegando en aguas de tormenta y que había enfrentado dificultades desde su arranque: tenía que ser vencido, tenía que naufragar. Conducido por militantes no hay nave alguna que pueda llegar a buen puerto. Eso tenían que escribir y el barco les daba letra. Cuando la política conduce, cuando la brújula es la Patria, los agoreros de siempre, los gurúes económicos y culturales se pasean por los canales de los gorilopolios mediáticos, en cadena nacional del desánimo (como alguna vez los llamó la ex presidenta) para asegurar que ellos, cual pitonisas sabiondas, pueden predecir el futuro: el naufragio. Así tenía que ser, así lo diagnosticaban los que se sienten dueños de todo y de todos.

 

“La Sanmartiniana -un velero de acero, dos palos, 14,5 metros de eslora (largo) y 4,10 metros de manga (ancho)- era un barco de más de 30 años, pero duro y estable: ya había navegado esos mares y estaba preparado. La tripulación, en cambio, se había armado atendiendo a razones náuticas, pero sobre todo políticas. El buque era el orgullo de la Fundación Interactiva para promover la Cultura del Agua (Fipca), una organización militante kirchnerista”, presentaba la crónica que era tan útil a la política de entonces que llevo páginas y páginas de atención tanto en La Nación como en Clarín.

 

El velero era el que había soñado Julio Cesar Urien, un luchador de mil batallas, el mismo que alguna vez -el mismo día del retorno del General Perón a la Argentina, el 17 de noviembre de 1972-, siendo apenas un guardiamarina, había logrado sublevar la ESMA. Si, la ESMA. El mismo sitio que unos años más tarde se iba a convertir en el mayor centro clandestino de detención y torturas del país durante la dictadura genocida de Videla y Massera. Definitivamente, Urien es un hombre al que las empresas difíciles no lo asustan. Y que como militante peronista y montonero asumió un compromiso de vida. Néstor Kirchner le devolvió el grado militar que las dictaduras le habían arrancado y abrazó una causa que no estaba dispuesto a dejar en la puerta de ese velero escuela con el que se propuso promover en los jóvenes de las nuevas generaciones militantes la importancia de nuestra gran riqueza marítima. La tragedia de una Argentina de espaldas a un mar propio que sobre su plataforma marina abarca casi la misma extensión que la plataforma continental y no menos riquezas.

 

Ese sueño surcaba nuestros ríos y mares, haciendo que los militantes que la tripulaban fueran tomando conciencia de que estaban haciendo patria. Recorriendo una Patria que también estaba en la inmensidad de los mares.

 

Por eso la Sanmartiniana, que había recorrido desde Misiones hasta Tierra del Fuego, enarbolaba no solo la bandera argentina, sino también la de los países de nuestra América, incluso las de las organizaciones militantes. Y hasta una que reproducía la última batalla del Gobierno popular: «Patria o buitres».

 

Clarín, con el reduccionismo de operación permanente que lo caracteriza, pretendió estigmatizar a ese barco de la militancia rebautizándolo: “La Sanmartiniana es el velero que La Cámpora armó para llevar el relato K por los mares del Sur”.

 

Sin duda que el sueño de todo militante que se hace a la mar es pensar que es posible hacer flamear otra vez la bandera argentina en las Islas Malvinas. Como lo hicieron Dardo Cabo, María Cristina Verrier y el pelado Castillo (hoy secretario adjunto del gremio bancario) cuando eran apenas unos pibes de poco más de 20 abriles. En aquellos días de septiembre de 1966 ese puñado de militantes peronistas y nacionalistas estaban haciendo historia. Dardo Cabo va a ser después uno de los fundadores en la década del setenta de la organización Descamisados y luego, desde la editorial de la revista de Montoneros, va a ser quien nos explique cómo funciona la lealtad en el peronismo: “Quienes desde la lealtad se atreven a pensar y disentir, se diferencian en mucho de aquellos que ocultan con la obsecuencia la traición. Y también aquellos que con el cuento de la verticalidad ocultan tanto el oportunismo para sacar tajada personal como la mediocridad mental del que no se atreve a pensar”.

 

Pero las condiciones que instalaron las circunstancias de la Guerra de Malvinas durante la dictadura y la intolerancia del Imperio de ocupación en las islas hacían imposible que ese sueño pudiera ser llevado a cabo por la Sanmartiniana. En cada puerto los papeleos burocráticos le hacían jurar y volver a jurar que no iban a poner rumbo hacia ese territorio irredento de nuestra patria, hoy ocupado por fuerzas colonialistas y transformado en una megabase de la OTAN.

 

Pero Evita enseñaba que había que erradicar del diccionario la palabra imposible. Y parece que el espíritu de la Sanmartiniana se forjo leyendo esos textos y no los que enseñan a ser políticamente correctos y prolijamente atinados.

 

Fue así que cerca de la isla de los Estados, donde aún no termina la Patria (porque sigue más al sur en las islas Sándwich y Orcadas del sur, y aun en la propia Antártida), a la Sanmartiniana, después de una fuerte tormenta y mientras estaba siendo remolcada para llevarla a un puerto seguro, se le cortó el remolque y quedó a la deriva.

 

Era el cierre perfecto para una historia que venían cubriendo poniendo énfasis en el costo de la nave o en otras cuestiones menores. Ahí las noticias del naufragio ganaron espacios de prensa. Y TN le dedico comentarios de periodistas serios y una infinidad de placas dedicadas al fracaso simbólico y político de la militancia kirchnerista. La nave de la militancia había desaparecido, se jactaban los analistas atildados. Se la había tragado el mar. Aunque se hicieron las búsquedas de rigor, al poco tiempo, se la dio por perdida.

 

En su afán didáctico, La Nación, diario que nos legó Mitre para hacer de guardaespaldas de la historia liberal, publicó hasta una infografía. Los escribas a sueldo se regodeaban en los datos duros y las metáforas fáciles: el naufragio anticipaba el futuro del gobierno popular de Cristina Fernández de Kirchner. Eran sus queridos pibes, a los que le hablaba en los patios de la Casa Rosada, los que habían hecho naufragar el velero.

 

También en la realidad el 22 de noviembre en un reñido ballotage el barco del proyecto popular sufría una grave avería, que lo dejaba casi a la deriva. Por primera vez en la historia las clases dominantes, sin necesidad de ponerse las máscaras del ningún movimiento popular, con tan solo un maquillaje de prolijos globos puestos en escena y algunas mentiras bien ensayadas en el debate presidencial, habían logrado imponerse en elecciones libres. Ya no hacían falta ni las botas ni el fraude, como en otros tiempos. Se repetían a sí mismos en campaña “Si, podemos” y pudieron. El barco del movimiento nacional había naufragado, igualito a la Sanmartiniana.

 

Pero la historia escribe caprichosamente sus caminos. Y también tiene sus tiempos. Bien dijo el poeta y cantor oriental Alfredo Zitarrosa:

 

“No hay cosa más sin apuro

 

Que un pueblo haciendo la historia.

 

No lo seduce la gloria

 

Ni se imagina el futuro.

 

Marcha con paso seguro,

 

Calculando cada paso

 

Y lo que parece atraso

 

Suele transformarse pronto

 

En cosas que para el tonto

 

Son causa de su fracaso”.

 

Por eso es que borrachos en el festejo anticipado de los esforzados escribas a sueldo de los monopolios mediáticos, no podían ni imaginar que la historia iba regalarle a la Sanmartiniana el cumplimiento de un sueño que la diplomacia le negaba: ir a parar a las islas Malvinas.

 

Ahí está ahora la Sanmartiniana organizándose para volver. “Estamos volviendo”, se puede oír. Quizás como rumor, quizás como esperanza. Dicen que el velero ya no está más en el puerto que alguna vez se llamó Argentino y los invasores ocupantes le dicen Stanley (si, igual que la ministra). Algunos se arriesgan a apostar si podrá volver. Si los vientos del sur lo traerán a nuestras playas. Nosotros no dudamos. La nave ya zarpó. Pero será el objeto de una próxima crónica de la sanmartiniana.

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