Cristina y su circunstancia

CFK vuelve al redil que la consagró como figura política y abre un nuevo escenario: de la relación con Pichetto a la paradoja de ser la más votada afuera pero la más resistida adentro.

Hoy Cristina Fernández jura la banca que ganó en octubre para representar a la provincia de Buenos Aires en el Senado nacional. Regresa así al recinto desde el que saltó a la fama para el gran público en la década del 90, como la rebelde del bloque oficialista durante el gobierno de Carlos Saúl Menem. De ahí que cuando su esposo, Néstor Kirchner, se lanzó como candidato a la presidencia de la Nación en 2003, ella fuera más conocida que él, por entonces apenas un gobernador de la lejana (para los flashes) Patagonia. La presencia de la ahora jefa de Unidad Ciudadana en la cámara alta, que siempre ha sido peronista desde 1983 –récord que en dos años puede acabarse, por si algo le faltara perder a esa fuerza–, alcanza como radiografía del estado de desorganización y enojo que aqueja al movimiento desde 2015. Ya lo avisó Miguel Ángel Pichetto: el último rinconcito de convivencia que quedaba entre cristinismo y gobernadores, scrum que él regenteaba, ya es historia.

 

Carlos Romero señaló acertadamente en este sitio que la salida de CFK de Balcarce 50 fue calamitosa para el kirchnerismo como colectivo pero no para ella en sí, despedida por una Plaza de Mayo repleta, y consiguiendo, más allá de no haber logrado encarrilar su propia sucesión a gusto, entregar la casa en orden y a la hora correspondiente. La decisión de los jefes provinciales de hacer rancho aparte de la anterior primera mandataria confirma esa tesis, que puede formularse también como pregunta: ¿cómo es que la peronista más votada no logra vertebrar una oposición efectiva a la regresión macrista en curso?

 

Un cristinista línea dura responderá que, una vez asumido Mauricio Macri, el resto de los justicialistas reveló su verdadera esencia (neoliberal, se entiende), y que actúan meramente por conveniencia. Como ahora la suerte le sonríe a Cambiemos, fracturaron la coalición que gobernó hasta hace dos años para negociar su supervivencia sin importarle nada del sufrimiento del pueblo por el ajuste. Demos por bueno esto. Aunque así fuere, lo cierto es que el proceso de disgregación se desató antes de la derrota de Daniel Scioli. De ahí en más, sólo se ha acelerado. Entonces, de nuevo, ¿por qué perdió el kirchnerismo la capacidad de convocatoria que en 2007 lo hizo duplicar el 22% de 2003, y capturar 9% más de ahí a 2011?

“¿Cómo es que la peronista más votada no logra vertebrar una oposición efectiva a la regresión macrista en curso?”

Una respuesta posible podría ser que porque se dejó de hacer política. Si parece demasiado, es al menos innegable que el formato de conducción no ha sido adecuado desde la reelección.

 

Desde que fuera revalidada hace seis años, CFK dejó de interpelar a muchos sectores sociales que la habían acompañado. Las estrecheces derivadas del bajo crecimiento de su segundo mandato limitaron el margen para ampliar la voluntad redistributiva aunque se logró la proeza de sostener empleo e ingresos. Ello tensó las relaciones con la dirigencia vinculada a dichos segmentos. Y la respuesta a esto último no fue la contención precisamente. Desde la muerte de Kirchner, su sucesora supone que alcanza para congregar con la enunciación de los conflictos que subyacen detrás de cada coyuntura, y con demostrar argumentativamente que, en tales disyuntivas, siempre opta por la posición más favorable a los intereses y necesidades de las mayorías. Con eso debería bastar para que el resto de sus pares la reconociera como la mejor denunciadora del reaccionarismo que efectivamente es, y –atención, que aquí hay otro detalle no menor– subordinársele en consecuencia, pues su calidad de cuadro es superior.

 

Sería casi imposible discutirle alguna de las anteriores afirmaciones a Cristina, y, sin embargo, no está siendo suficiente. Primeramente, porque nunca se decidió a encarar su reconciliación con la gente con la sinceridad y profundidad que ello demandaría. Y además, nunca exhibió tampoco predisposición a arriesgar su participación en un armado como no sea en rol principal. El techo que las urnas le marcan desde 2013 parece inquebrantable, y desalienta a la tan mentada unidad porque hasta que llega la hora del sufragio el que firma los cheques es Macri, y quienes deben compartir gestión con él no pueden no negociar recursos. De lo contrario, conspirarían contra sí mismos, colocando sus territorios en riesgo y, con ello, agravando todavía más el achicamiento y, por ende, la crisis del peronismo.

 

Kirchner se recuperó de su caída de 2009 cuando revisó críticamente su bienio fuera del sillón de Rivadavia y ofreció apertura hacia los disconformes con su mando. Sí, se pudo.

 

Otro sería el cantar si ella manifestara decisión de, por lo menos, apostar a que, en lo sucesivo, puede que le toque intervenir en un frente como parte y no como síntesis, prestando su consenso, que no es poco pero parece estéril para afrontar una segunda vuelta. A favor de la senadora electa, ningún otro peronista está haciendo méritos para ganarse el bastón.

“Se anuncia un bloque senatorial no-K de 28 miembros y uno de UC de 10. No obstante, no todos en el que comandará Pichetto coinciden con su anticristinismo”

Varios de estos defectos se intentaron subsanar en la experiencia reciente de UC. Por caso, el diseño de las listas fue más repartido. Quizá haya sido demasiado tarde. El nuevo presidente del Partido Justicialista bonaerense, Gustavo Menéndez, inteligentemente, declaró que espera confluir en 2019 con la herramienta que lo tuvo como protagonista en 2017 (y a la cual, desde Merlo, le sumó uno de sus mayores éxitos). No la segrega pero separa los espacios de acumulación. El antimacrismo no puede condensarse desde el vértice cristinista, parece decir. La apuesta de Cristina, en cambio, es a prueba de evidencias: la CEOcracia es insustentable, en algún momento se desmoronará, el pueblo virará hacia el rechazo a Macri y, para cuando ello ocurra, hay que estar preparado; lo que en sus términos significa poder ostentar a futuro un CV incontaminado de cambiemismo. No es seguro que ella se beneficie de una debacle amarilla, y peor: ¿y si estuviésemos ante un neoliberalismo que no estalla pese a que lastima?

 

Se anuncia un bloque senatorial no-K de 28 miembros y uno de UC de 10. No obstante, no todos en el que comandará Pichetto coinciden con su anticristinismo. Y algunos tienen rispideces con sus gobernadores como para abrir una alternativa al opoficialismo automático. Por si fuese poco, el gobierno nacional hizo saber que deseaba definir los proyectos de ley del reformismo permanente antes de que llegara CFK a la cámara alta. ¿A qué le tendrán tanto miedo, si la vienen venciendo seguido? A que les pone en evidencia, y eso nunca deja de ser un riesgo. ¿Exploró alguna de esas hendijas para torcer la relación de fuerzas hoy adversa? 22 acudieron a su invitación de 2016 al Instituto Patria, ¿por qué sólo la mitad la seguirá ahora? Sería bueno para sus defendidos que hiciera por ellos algo más que tener razón.

 

Bienvenido, en definitiva, un regreso que prestigia al Congreso nacional. Augura riquísimos episodios, pero no está claro aún si conseguirá que ello sirva a más que a su biografía.

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