Crímenes que se siguen cometiendo

Es molesto comenzar así este editorial pero ¿qué remedio?, sólo que es mucho más que molesto: resulta profundamente doloroso. El caso es que al momento de cerrar esta edición Jorge Julio López sigue sin aparecer, no está ¿no es? Es. Y todos creemos saber quién es Jorge Julio López. ¿Sabemos? ¿Conocemos sus sueños, sus deseos -hay deseos a los setentas, sí señor-, sus frustraciones, sus derrotas, sus íntimas tragedias, sus sufrimientos? Sus sufrimientos.

Creemos saber. No sabemos nada. Sólo que no está ¿no es? Hay especulaciones: sufrió un shock emocional, vagabundea, ha perdido la memoria, fue secuestrado, etcétera (permítasenos decir nomás etcétera). Pudo pasar lo peor, lo que sería “infinitamente más grave” dice alguno que debería mantener silencio, como si “infinitamente” fuera un adverbio capaz de referir algo mensurable.

Lo infinito no tiene medida, por si no lo sabían. Muchas son las cosas que no tienen medida. El dolor es una de las cosas que no tienen medida. La recurrente presencia del dolor es una de ellas.

Qué saben los que saben. Del dolor, de la tristeza, de la derrota, de la humillación, de la vejez, del aburrimiento, de la muerte. De sobrevivir. Eso es: sobrevivir. Para seguir siendo. Para volver a ser, al menos en el instante fugaz, demasiado fugaz, de la verdad y la justicia.

Volver a ser significa seguir siendo, seguir viviendo lo vivido.

Viviendo lo vivido.

Jorge Julio López fue, es, siguió siendo. ¿Está? Al momento de cerrar esta edición no sabemos exactamente dónde. Pero está. Es.

Por primera, asombrosa vez, el pueblo automovilístico, no replicó a los bocinazos una extemporánea interrupción del tránsito.

Interrumpían el tránsito quienes marchaban por la aparición de Jorge Julio López. Como si con eso, con su marcha, pudiesen conseguirlo. ¿Quién puede creerlo?

Inmune a la razón lógica, el pueblo automovilístico -neurótico si los hay- asistió a la interrupción de sus afanes en profundo silencio. En respetuoso silencio. En solidario silencio. En egoísta silencio.

Egoísta, sí. No tiene por qué ser malo ni condenable el egoísmo. Ese silencio fue egoísta entonces.

¿Por qué? Porque si el cuerpo revive lo vivido, si la mente revive lo vivido, la memoria es capaz de revivir como propio hasta lo que ha vivido como ajeno.

Aunque no se quiera mirar atrás, aunque haya quienes insistan en cuestionar una supuesta “obsesión en mirar al pasado”, nadie quiere hacerlo: los veríamos a ellos, justamente a ellos, en su más cruda catadura, más atrás de las máscaras con que se han ido cubriendo con el paso de los años.

Nadie quiere eso, podemos asegurarlo. Pero es inevitable. Ese supuesto mirar al pasado es mirar el exacto presente.

¿Alguien puede dudarlo?

Con un Jorge Julio López que no es ni está ¿alguien puede dudarlo?

Porque hay crímenes que se siguen cometiendo, víctimas que siguen siendo víctimas, de una u otra manera, cualesquiera acaben siendo los hechos anecdóticos.

Hay crímenes que se siguen cometiendo. De eso se trata.

No tenemos derecho, dijo el presidente, no tenemos derecho a tener miedo.

Muy bien dicho. Es cierto. Es una gran verdad.

Pero no es toda la verdad.

Es que hay crímenes que se siguen cometiendo. Víctimas que siguen siendo víctimas. Victimarios que siguen victimizando. Con la espada, con la pluma y la palabra, como quien dice.

Y con el silencio.

Hoy, al cierre de esta edición, el silencio de Jorge Julio López es tan estruendoso como el que, como quien venera respetuoso el paso de una procesión, prefirió el pueblo automovilístico.

Porque hay crímenes que se siguen cometiendo. Y Jorge Julio López es una de sus víctimas.

Y existen, son, están, sus victimarios.

Ese es la otra cara de la verdad.

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