Corredor

Luego del duelo de la política nacional por el fallecimiento del senador, Carlos Reutemann, Gustavo Castro analiza lo que dejo su paso por Santa Fe.

Por Gustavo Castro       

Carlos Alberto Reutemann fue, probablemente, la figura más trascendente de la provincia de Santa Fe en los últimos 40 años. Su magnetismo, primero como ídolo deportivo y luego consolidado como dirigente político, lo convirtió en un hombre decisivo en múltiples planos, de esos cuyas acciones suelen conmover a la sociedad.

Es necesario dimensionar claramente el tamaño de la veneración popular santafesina por el Lole corredor (el apodo proviene de cuando era chico y en el campo se refería a lo’ lechone’). Son inagotables las anécdotas de familias enteras que se juntaban los domingos por la mañana en la casa del vecino que tenía televisor a color para ver las carreras de Fórmula 1. No es arriesgado afirmar que ese gringo pintón que volaba en las pistas de todo el mundo está en el podio de ídolos del deporte de la historia de Santa Fe.

Ese notable deportista, tras concluir su carrera profesional en el primerísimo nivel mundial, volvió a vivir a la ciudad de Santa Fe. Desde su casa en barrio Guadalupe, salía a correr todos los días por la costanera. Una y otra vez la gente que lo veía trotar lo saludaba con gritos y bocinazos. Eso era Reutemann en aquel momento.

Cuando decide lanzarle a la política, de la mano de Carlos Menem, habían pasado menos de 10 años de su retiro de la F1. Su popularidad estaba intacta. Aún así, no le resultó fácil ganar las elecciones a gobernador en 1991. El peronismo venía con el lastre de dos gestiones atravesadas por denuncias de corrupción. La oposición contaba con un candidato de indudable volumen electoral: el ex intendente de Rosario Horacio Usandizaga. La victoria de Lole fue posible merced a la instauración de la ley de Lemas, cuya aprobación contó con el paradójico respaldo de quien sería su principal víctima, el “Vasco”, quien pretendió con ese mecanismo resolver su interna en la UCR con Luis “Changui” Cáceres.

Los dos gobiernos de Reutemann (1991-1995 y 1999-2003) fueron una clásica gestión de la década del 90. Achicamiento del Estado. Ajuste de salarios. Privatizaciones. Los servicios sanitarios y la administración de la autopista Santa Fe-Rosario pasaron a manos privadas en su primer paso por la llamada Casa Gris. Dejó todo listo para que Jorge Obeid, un ex dirigente del peronismo revolucionario remasterizado a tono con la época, con quien tuvo una alianza no exenta de fuertes tensiones, vendiera el banco provincial. Logró, en su último tramo, la aprobación de la ley de enajenación de la Empresa Provincial de Energía.

Nada demasiado extraño para ese período histórico, en definitiva. No es fue eso lo que hizo mella en la imagen de Reutemann. Hay dos hechos clave para entender su progresivo declive. En primer lugar (cronológico), la represión del estallido de diciembre de 2001, que en Santa Fe les costó la vida a 9 personas, entre ellas el emblemático militante social Claudio “Pocho” Lepratti. En segundo término, la trágica inundación de 2003, que dejó a un tercio de la ciudad de Santa Fe y provocó 23 muertes de manera directa.

Este último episodio fue letal. No tanto por haber sufrido un descenso abrupto de su popularidad, que de hecho no ocurrió, sino porque las protestas constantes de agrupaciones de inundados e inundadas adonde él se presentara le impedían desplegar su particular carisma en el mano a mano con la gente.

Si me disculpa el lector y la lectora, voy a escribir este párrafo en primera persona para graficar lo antedicho. Me tocó cubrir periodísticamente un cierre proselitista en Alto Verde, barrio costero humilde por excelencia, inmortalizado en los versos de Horacio Guarany. Llegó Reutemann, enfundado en su mítica campera roja, con sus candidatos y empezó a caminar por la calle principal “Demetrio Gómez”, cuyo nombre es un homenaje al jugador de Colón que hizo el gol en la histórica victoria sobre el Santos de Pelé. Los vecinos salían de las casitas y se le abalanzaban para abrazarlo. Él saludaba a cada uno con sus nombres o apodos. En ese momento advertí finalmente por qué se decía que el Lole en campaña era invencible. Y por qué, luego de la inundación, ese talento quedó clausurado.

Su negativa a ser candidato a presidente para evitar quedar en medio de la disputa entre Menem y Duhalde abrió las puertas para la llegada de Néstor Kirchner a la Casa Rosada. Apostó por el riojano en 2003 y luego aceptó a regañadientes una convivencia áspera con el nuevo peronismo. Hasta 2008, cuando explotó el conflicto por la resolución 125. Fue aquella una de las pocas ocasiones en las que hizo oír su voz en el Senado de la Nación. Lo hizo en defensa del sector al que pertenece y cuyos intereses representó siempre: los productores agropecuarios.

Ese enfrentamiento con el kirchnerismo derivó en 2015 en su postulación a renovar su banca en el Senado por Cambiemos, en la presidencial que llevó a Mauricio Macri a la cima del poder político. Fue la primera vez que perdió una elección. Cayó frente al actual gobernador Omar Perotti, quien era el candidato del peronismo y acompañaba a Daniel Scioli.

La herencia de Reutemann es dispar respecto de su permanencia en el tiempo. El reutemanismo, en tanto organización política, nunca existió. Era él y sus cientos de miles de votos. No creó ni le interesó crear ninguna estructura que permanezca en el tiempo. Los dirigentes que lo acompañaron ya se reconvirtieron. Para muestra: casi todas sus privatizaciones fueron revertidas por los gobiernos justicialistas post 2003, los de Obeid y Perotti.

Sí dejó una huella institucional difícil de exagerar en un espacio de poder que le garantizó evitar problemas de tipo penal por la represión y la inundación. Cuatro de los seis actuales integrantes de la Corte Suprema de Justicia fueron designados por él: su primo político Rafael Gutiérrez, su abogado personal Eduardo Spuller, una ex diputada de su sector María Angélica Gastaldi y el radical Mario Netri, puesto allí en acuerdo con Usandizaga.

Su muerte, previsible por severos problemas de salud, lo encontró habiendo perdido la relevancia de sus épocas de gloria. Casi nadie, más aún en el peronismo santafesino, se preocupaba por su opinión o pedía su respaldo. El ostracismo ya era una realidad. La bandera a cuadros hace rato había flameado para el corredor.

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