En pocas horas, ya nada quedará de esta campaña más que las paredes empapeladas y los paredones pintados. Y las encuestas, en las que ya casi nadie cree, porque han dejado de ser una herramienta para el análisis de los votantes para simplemente convertirse en una forma más de engañar al electorado o direccionar una decisión.
La telepolítica ha tenido su máxima exposición con Gran Cuñado, esa hábil manera de convertir a la política y sus políticos en una gran comedia, para vaciar de contenidos las propuestas. Aunque quizás para muchos haya sido la coartada perfecta para no decir nada, ya que nada tenían para decir.
Seguramente el lunes 29 muchos harán proyecciones de cara al 2011 y otros deberían, si aun les quedara un poco de dignidad, hacer las valijas para dar un paso al costado.
Si algo queda claro después de esta campaña son dos cosas elementales por las cuales hay que pelear a partir del lunes, si es que pretendemos profundizar el proceso que se viene desarrollando desde el año 2003: la ley de medios audiovisuales y la reforma política.
En el primer caso, ya quedó harto en evidencia cómo funciona el acceso a la información cuando solo hay medios monopólicos. La forma de ¿informar?, de presentar los problemas, ocultar, meter miedo y confusión, alcanzan cada día nuevas marcas para el asombro.
La reforma política también es absolutamente prioritaria. No se puede pensar un país en serio con partidos políticos que se han convertido en los cotos de caza de grupitos ansiosos por cobrar lo que dejan los votos, cuando no en PYMES familiares o en ONGs de amigos. No existe ni puede existir construcción sin organización política, formación de cuadros y debate. No habrá cambios en la política si seguimos alimentando candidatos hiperpersonalistas que no responden más que a sí mismos y a su espejo, y que encima pretenden hacernos creer que desde esa estructura inexistente llevarán adelante reformas revolucionarias cuando ni siquiera pueden organizar las fiscalización de sus boletas.
En las tareas postelectorales a emprender, hay una mayúscula que tal vez configure la más terrible debilidad del gobierno: la necesidad de dar un vuelco y abrir la participación para que el partido deje de ser un sello que se utiliza cada dos años y convocar a un gran encuentro de todas las organizaciones sociales, políticas, gremiales e intelectuales.
Solo de esa manera podremos darnos una organización sustentable que contribuya a sostener un gobierno contra los enemigos históricos del país. Esa oligarquía sojera, financiera y mediática que tiene candidatos y empleados en más de una boleta electoral.