La derrota del Gobierno en el Senado abrió un nuevo escenario político en el país. La discusión sobre las asignaturas pendientes para recuperar la iniciativa del Estado y sobre el armado político que la sustente se cruzan con las mutaciones y movimientos de un peronismo cuya crisis de identidad es terminal.
Todo podrá seguir como antes, pero nada será como antes. Si ahora, en peores condiciones que en marzo, el Gobierno Nacional no cambia el rumbo, estaremos asomándonos al abismo que la propia Cristina rechazó para sí misma en el discurso en el que anunciara el compromiso de destinar parte de las retenciones a la construcción de hospitales: conducir un gobierno anodino, de esos que promueven una repentina primavera y terminan naufragando entre planes australes y golpes de mercado.
Una semana antes de esa confesión de parte, desde ZOOM se había expresado algo similar, pero hay un equívoco en esta coincidencia: no es lo mismo estar a la intemperie que al frente del Gobierno.
Contra ese escenario se argumentará, no sin alguna razón, que los hijos de esa amplia familia que alguna vez se unió bajo la identidad peronista, aprendieron, por convicción o fogueo en la adversidad, a huir hacia adelante o morir en todo caso con las botas puestas, pero jamás entregarse mansamente. Se olvida que también existió un Menem, y que la pertenencia al justicialismo se convirtió en un provechoso medio de ascenso social.
La rendición incondicional podrá no figurar entre los planes de los K, pero esa posibilidad, como el sur, también existe, y en nuestra sociedad hay una cuota elevada de frivolidad, codicia e individualismo capaz de abrirle las puertas. Vivir la vida loca seduce al más pintado, y si contabilizamos el salto de cientos de menemistas a las filas del kirchnerismo de la primera hora, no hace falta aclararlo.
Asignaturas pendientes
Uno de los errores básicos del Gobierno cuando decidió, sensatamente, nivelar la rentabilidad agropecuaria a los precios internos, consistió en haber creído que, sin intervenir, el Estado estaba interviniendo. O mejor, que esa intervención radicaba más en los discursos que en las efectividades conducentes. Somos muchos los que, de este lado de la cancha, podríamos suscribir parte o todo el modo en que los K intentan hacer comprender a esta sociedad cuáles serían los cambios necesarios. Pero se impone hacerlos, y no solo gritarlos.
Hay que restañar muchas heridas, y las personas reales de carne y hueso no podemos esperar al Tercer Centenario para ver un rumbo cierto solo porque hace cinco años se cambió la Corte, comenzó una política distintiva en derechos humanos o se armó un modelo económico pertinente para la etapa.
Se necesita mucho más que eso.
En una nota anterior, planteábamos, sin pretensiones de originalidad, que un Estado desmantelado adrede para ser funcional al modelo neoliberal no puede servir también a la defensa de los intereses populares.
Es necesario que el INTA recupere el espacio que perdió en la producción rural ante el avance del marketing sojero. Que el Estado tenga alguna intervención en la producción de fertilizantes y herbicidas, como por ejemplo con precios testigo. Que se tenga una política cautelosa en
Que los ferrocarriles vuelvan a tener un rol protagónico ante la loca y cara política de transporte carretero de granos.
Que los entes reguladores protejan efectivamente a la parte débil, el usuario, algo que siempre estuvo en el discurso K pero no termina de cuajar. Que el INDEC, el SENASA y la CNRT dejen de ser organismos cooptados por consultoras y sponsors.
Que se cambien las leyes de granos, de entidades financieras, de radiodifusión y que haya una reforma fiscal.
Que el federalismo no sea una oportunidad para la anarquía sino la resultante de un proyecto de país, un solo país acordado, porque el texto constitucional de 1994 es producto de una etapa en la que era necesario asegurar un papel pasivo para el Estado, habilitando un descontrol centrífugo que sirvió para colocar a los grupos económicos, socios mayoritarios de las oligarquías provinciales, en situación de diseñar el país y establecer la dirección y el sentido de la política.
Que se deje de plantear la necesidad de “articular”: articulan los iguales, y estamos hablando de que el Estado conduzca, el único modo posible de salir de la dictadura de los mercados.
Hay que dar vuelta como una media, en fin, este Estado que, está demostrado, no permitió (además de las torpezas o soberbia reinantes) dotar al gobierno de herramientas útiles para oponerse a la ofensiva patronal.
Ir por todo
Se dirá que todo esto no se puede a la vez y es cierto, pero alguien tiene que informar hacia dónde vamos y cómo se hará.
En el fondo, muchos siguen creyendo que este fue un problema mal comunicado. No. Fue un problema mal resuelto.
Si se creía realmente que venían por todo, y no solo por dos o tres puntos de retenciones, se debió actuar en consecuencia: como si vinieran por todo.
Es inconcebible que, en medio del conflicto, nos desayunemos (por parte de opositores, para colmo) del descontrol de la ONCAA y la Aduana, dos organismos que debieron constituir el dispositivo de avanzada para enfrentar el ataque de los propietarios. O que el senador Urquía, hábilmente, haya cambiado una frase de una ley que permitió a las exportadoras (él mismo) declarar granos que no tenían para adelantarse a la suba de retenciones.
Y es cierto, venían por todo el modelo, como una y otra vez lo dejaron ver los cuatro coroneles, esto es, volviendo a un país sin futuro.
Si hoy los campesinos aceptan a regañadientes la derogación de la resolución 125 en los términos que planteó el Gobierno y no siguen hasta la meta de su eliminación total es sólo porque no cuentan con un líder como para llevar la estocada a fondo.
Entre consoladores y crucifijos, a esa pegatina política le falta recorrer un trecho, aunque saquen a Charly del manicomio. No tienen la mayoría, pero casi, y sobre todo pueden apretar con el poder económico, educativo, mediático, etc.
¿Néstor lo sabía?
Queda una extraña sensación luego del segundo madrugón. En primer lugar, y aunque los senadores rechazaron el proyecto oficial, debieron además acordar algo y enviarlo a Diputados. Por eso, no es descabellado suponer que a esta comedia le falta otro final, como por ejemplo que se termine colando el proyecto de Reutemann.
Además, cabe comparar el voto no-positivo de don Cleto con los dichos de Néstor 24 horas antes, en la concurrida manifestación en la
No es improbable tampoco que, luego de un triunfo agónico en Diputados, el presidente del PJ (arrastrado a redoblar la apuesta para no dejar todo el territorio y la imagen en manos de los concentrados en Palermo, sobre quienes una suave brisa invernal derramaba los olores de la jaula de los gorilas), intuyera el peligro de una reedición de diciembre de 2001 por mano de algunos turiferarios presentes. ¿El Gobierno habría podido mantener la palabra de no reprimir, sólidamente cumplida hasta ahora, o acaso la institucionalidad dependía de D’Elía?
Con Duhalde, Barrionuevo y Rodríguez Sáa fogoneando, no es insensato imaginarlo. Carne de cañón no faltaba en Palermo. Hace solo 7 años –no debe olvidarse– alguien dejó sin llave uno de los portones del Congreso para favorecer los disturbios y eventualmente reeditar el incendio del Bundestag.
Quienes rechazan la idea de que el voto de Cobos haya sido conocido por Néstor si el escenario era el empate-derrota, anotan sus extraños (y probados) encuentros con los gobernadores que veían una oportunidad de coparticipar las retenciones.
Al fin y al cabo, se parece mucho a otro hecho confuso, el de la desmentida reunión entre la presidenta y Lorenzetti, el titular de la Corte, que anunció La Nación. Nada indica que el máximo tribunal fuera a repetir, declarando inconstitucionales las retenciones móviles, la amenaza mafiosa del ex-comisario Nazareno cuando se pesificó, hecho que Kirchner rememoraría luego. La Suprema Corte puede disentir con el Ejecutivo en cuestiones como el Riachuelo o la retribución de los jubilados, pero nunca pondría en peligro la estabilidad pegándole un hachazo a una política esencial del Gobierno. Por simple supervivencia, o al menos porque parece contar con algunos miembros honorables.
En esta batalla, el gran perdedor fue el Gobierno. Pero haremos todo lo necesario como para que no se note. Aunque no es improbable que falte otro u otros finales.