Como Ulises a Ítaca

El Día de la Militancia ponía punto final a diecisiete años de largo exilio del General y de resistencia de sus seguidores. El regreso frustrado que sin embargo abrió una nueva etapa.

El 17 de noviembre de 1972 el general Perón retornaba —tras diecisiete años de largo exilio— a la patria. Fríos sudores empezaron a correr por las espaldas del elenco militar gobernante. Plutócratas y traidores iniciaban largos cabildeos para ver cómo se acomodaban a la nueva situación. Los viejos fantasmones de la Argentina agraria y semicolonial empezaban a entrar en pánico. Volvía el viejo caudillo, el “populismo irredento” se hacía nuevamente presente en la escena histórica. Otra vez, los negros. Otra vez, 1945. No podían esconder el odio de clase que sienten ante el retorno de Ulises.

El pueblo, mientras tanto, se movilizaba para recibir a su líder. Diecisiete años de lucha y resistencia habían templado su espíritu. El momento tan deseado estaba por concretarse. Pero ¿qué había pasado en la Argentina desde 1955? ¿Cómo se podía explicar este retorno de Perón? Para entenderlo repasaremos, brevemente, los hechos.

El 16 de Septiembre de 1955 se produjo el golpe oligárquico. Fue conducido en su primera etapa por el general Lonardi. Este era un hombre proveniente de la matriz del nacionalismo católico, rodeado de bravucones ultramontanos y reaccionarios modelo 1930. Lonardi intentó encontrar una fórmula intermedia imposible, es decir, una política militar de patria sin pueblo, una revolución “nacionalista” funcional al imperialismo. No lo logró. Su idea de mantener la estructura económica del peronismo resultó indigesta para la oligarquía. Esta clase social sólo quería desperonizar la Argentina a sangre y fuego. Para ellos, Lonardi no odiaba lo suficiente.

La segunda etapa es la del revanchismo gorila, conducida por Aramburu y Rojas quienes llevan adelante una política económica antinacional, antipopular y para la cual convocan al economista Raúl Prebisch. Este tecnócrata de la CEPAL fue el encargado de inventar una crisis que no existía. El objetivo era asustar al país frente a la supuesta quiebra económica para justificar la contrarrevolución y el retorno de una política económica de vasallaje ante el imperialismo. Prebisch presenta —en tiempo récord— un informe económico con el cual pretende “abrirle los ojos al país” sobre el “estado lamentable” en que ha quedado la economía. Curiosamente, este informe desmiente sus trabajos anteriores en la CEPAL que ponderaban el éxito de la política económica de Perón. Por supuesto, las medidas tomadas a partir del informe serán las clásicas recetas del liberalismo cipayo: devaluación de la moneda, desnacionalización del Banco Central y, sobre todo, liquidación del IAPI. Esta última medida, sonoramente aplaudida por la oligarquía terrateniente, puso fin a uno de los intentos más audaces de Perón: apropiarles la renta agraria diferencial para volcarla al desarrollo industrial.

La Revolución Libertadora tiene también en su haber una larga lista de crímenes. Durante este periodo, adquirieron notoria relevancia siniestros personajes, torturadores de obreros, como Desiderio Fernández Suárez, Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires y psicópatas como Próspero Fernández Albariños, el capitán Ghandi, quien “atendía” en su despacho con la calavera de Juan Duarte en la mano. El 9 de Junio de 1956 un grupo de patriotas encabezados por el General Juan José Valle iniciaron un movimiento revolucionario contra la dictadura. Pese a que se rindieron, fueron fusilados sin juicio, sin defensa y sin apelación posible. Años más tarde Rodolfo Walsh narraría estos hechos en su libro Operación Masacre. La Resistencia Peronista enfrentaría con éxito los embates de la dictadura y de su lucha se abriría la posibilidad de una salida democrática.

Tampoco se ausentó en el festín oligárquico la inteligencia semicolonial. José Luis Romero fue designado interventor de la Universidad de Buenos Aires y desde allí, en una gestión “progresista”, devolvió a las cátedras a todos los figurones del liberalismo antinacional. Borges asumió en la Biblioteca Nacional llevando su notorio rechazo al país y a su pueblo a la gestión pública. Martínez Estrada comenzó a curarse de la neurodermatitis que —afirmaba orgulloso— le habían producido diez años de peronismo. Desinteresados de las cuestiones esenciales de su país, incapaces de comprender al pueblo real, europeizados y dedicados al cientificismo serán —en tanto intelectuales del coloniaje— un factor esencial, en el terreno de la cultura, para apuntalar el desmantelamiento del proyecto nacional y popular. Nada de esto cambiaría con los años. Hasta 1966 seguirán alienados discutiendo sobre “laica” o “libre” y realizando onanísticas teorizaciones sobre la Universidad Libre en el país sometido. Claro, espacio para diletar tienen, total, el plan CONINTES se lo aplicaron sólo a los obreros peronistas.

No mejor le fue al pueblo trabajador con Frondizi y con Illia. El primero, intentando reeditar el Frente Nacional de 1945, triunfa en 1958. Con su victoria se abren ciertas esperanzas de construcción de una alternativa política al gorilismo de corte nacional, democrática y antiimperialista. Pronto defraudaría a todos. De la mano de Frigerio se aleja del programa económico votado, pierde la base popular de apoyo y aplica el catecismo liberal camuflado en la zoncera del “imperialismo industrializador”: devaluación del peso, liberación completa de las transacciones financieras, endeudamiento externo y designación, en 1959, del cipayo capitán-ingeniero Álvaro Alsogaray como ministro de economía. La utopía frondizista de construir un desarrollo económico sin afectar los intereses de la oligarquía y el imperialismo concluye con su derrocamiento en Marzo de 1962. El corto gobierno de Guido —títere de los militares— sólo ofrece el retorno breve e infausto de Federico Pinedo que produce una terrible devaluación que afecta aún más el nivel de vida de los trabajadores.

El segundo, Illia, se mostró tibio ante la oligarquía, duro con la clase trabajadora, visceralmente antiperonista, portador de un nacionalismo agrario defensivo —obsoleto para esos tiempos— cayendo víctima de sus propias incapacidades en la noche del 29 de Junio de 1966.

Comenzaría allí la autodenominada “Revolución Argentina” conducida en su primera etapa por el cursillista general Juan Carlos Onganía y en la segunda por el eterno conspirador Alejandro Agustín Lanusse. Era el gobierno de la oligarquía agraria tradicional y el capital extranjero. El ministro Krieger Vasena aplicó a rajatabla la política económica dictada por los intereses del gran capital.

Se disolvieron los partidos políticos y se atacó a los sindicatos, salvo a aquellos que mostraban una actitud conciliadora con el régimen. Se abrió la importación, se redujo la industria nacional y se atacaron los derechos laborales. Nada de esto fue suficiente para derrotar al movimiento obrero. El 29 de mayo de 1969 estallaría el Cordobazo. Con este acontecimiento se inició la confluencia obrero-estudiantil y el auge de masas. El camino de la lucha revolucionaria se había iniciado. Una juventud rebelde y comprometida participaba desde partidos políticos y organizaciones guerrilleras en la lucha antidictatorial. FAP, FAR, ERP y Montoneros, sólo por citar las más numerosas, crecieron notablemente en este período y acompañaron las luchas del movimiento obrero y las organizaciones sociales. El crecimiento de la Juventud Peronista fue notable.

Para mediados de 1972 la dictadura se batía en retirada frente a la ofensiva de las fuerzas populares. Lanusse amenaza a Perón diciendo que “no le da el cuero para volver” e inventa la cláusula de residencia por la cual Perón no podía ser candidato a Presidente si no regresaba al país antes del 25 de Agosto.

¿Cómo no iba a festejar el pueblo el retorno de su líder luego de esta zaga de gobiernos desastrosos?

Cuando a las 11.08 el avión de Alitalia aterrizó, por fin, en Ezeiza miles de manifestantes lo esperaban alborozados. Custodiado hasta el Hotel Internacional del aeropuerto, Perón no atiende a la prensa, pues no le han dejado primero comunicarse con su pueblo. Se abría con este retorno otro capítulo trascendental de la agitada historia política argentina contemporánea. El proceso de liberación nacional se ponía nuevamente en marcha.

El autor es Historiador y Docente.

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