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¿Cómo pensar las problemáticas de salud mental?

¿»Adentro» o «afuera» del sujeto? Lo social de la crisis y la crisis de lo social: mucho más que un enredo de la lengua. La salud mental y sus debates impostergables. Por Carlos Alberto Díaz

El 25 de octubre, la usuaria María Migliore, hizo una posteo en Instagram que se viralizó, y decía:

“Se desfinanciaron casi todas las políticas sociales y las cosas no explotan… Me niego a que el termómetro de bienestar sea que no haya un estallido. ¿Por qué no explota? Bajar la inflación no es menor, de hecho, es una gran política social. Negarlo no tiene ningún sentido… Además, desde 2001 el Estado construyó capacidad: AUH, programas alimentarios, políticas provinciales y municipales. Pero ahora lo que sucede es otra cosa… El estallido ya sucedió, pero no en la calle. Esta vez fue para adentro: crecen las adicciones, la violencia familiar, la angustia, la soledad. Y hay una gran crisis de salud mental. Y eso no es casualidad, es consecuencia de la falta de políticas que acompañen y generen comunidad. Entonces la pregunta cambia. ¿Para qué sirve la política social? ¿Para contener? ¿Para transformar? Para algunos es un parche, para otros —me incluyo—, la política social es sinónimo de desarrollo. Es asfaltar la calle para que entre un colectivo, es poder pagarle un tratamiento a tu hijo con discapacidad, es asegurarte de que los chicos vayan a la escuela”.

Después de leerla, me quedé pensando: ¿por qué considerar estas problemáticas como implosiones y, al mismo tiempo, darles un carácter social? ¿Qué significa exactamente que el estallido fue hacia adentro? ¿Adentro de qué?

La publicación abre el siguiente planteo: cómo pensar las problemáticas de salud mental junto con las políticas públicas que buscan abordarlas. No se trata solo de discutir presupuestos o programas, sino de revisar los supuestos desde los cuales se las concibe: la idea de sujeto y la noción de comunidad que las sustentan.

La lectura de Migliore parece sostener que, ante la ausencia de estallidos en las calles, la crisis se habría desplazado hacia el interior, hacia una especie de espacio íntimo donde la angustia, las adicciones y la violencia familiar serían la nueva forma del malestar social. Pero pensar el sufrimiento en términos de “adentro” y “afuera” es reproducir una lógica individualista: suponer que existe una interioridad psíquica separada de lo social.

Si algo nos enseña la experiencia clínica y social es que no hay adentro ni afuera del sujeto, porque su existencia es, desde su origen, relacional. No se trata de individuos que después se vinculan: los sujetos son en el lazo, y es en esa superficie común donde se inscriben los fenómenos que llamamos padecimientos. Las adicciones, la depresión o la violencia no son el lazo mismo, son efectos que se producen en él, modos en que lo social se manifiesta cuando el lazo se debilita o se distorsiona.

Hablar de los padecimientos como “problemáticas sociales” podría sugerir que son procesos que exceden lo particular, pero incluso esa formulación conserva la trampa: esa idea de que lo social es algo que ocurre afuera de nosotros. Los altos índices de consumo problemático, suicidios o depresiones no crecen solamente por falta de recursos o políticas, lo hacen también porque tanto los problemas como sus respuestas se piensan desde una epistemología individualizante.

Por eso, las políticas públicas en salud mental no crean comunidad por sí misma: la comunidad se construye en la participación de definiciones conjuntas de metas, en la discusión sobre qué nos duele y cómo queremos vivir. Lo comunal no es una suma de individuos interrelacionados, sino la condición misma del sujeto social. Las políticas, cuando logran articular esa trama relacional, dejan de ser meras administraciones de recursos para volverse actos de cuidado del lazo.

La paradoja es que muchas de esas políticas (que en la actualidad vienen siendo cada vez menos), siguen pensadas desde el individuo y no desde la comunidad. Si para pensar políticas públicas, aceptamos que toda configuración social cambia, lo que no cambia es la condición relacional de la existencia: todo acontecimiento humano ocurre en ese espacio compartido que nos constituye antes de cualquier yo.

Entonces, quizás, el análisis a realizar en un marco de progresivo desfinanciamiento, sea desde dónde se piensan los problemas y quiénes participan de su lectura porque solo cuando el Estado, la clínica y la comunidad se piensen como una misma escena —como distintas expresiones de esa superficie común— la salud mental podrá dejar de ser un asunto privado y volverse lo que verdaderamente es: una forma de existencia compartida.

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