Hay que resistir el canto de sirenas de quienes quieren desmantelar los controles de capital y mantener la estrategia de crecimiento basado en el ahorro interno
La actual turbulencia financiera global que ha ocasionado bajas en los mercados mundiales merece una reflexión en perspectiva. El actual temblor se debe al desinflado de la burbuja inmobiliaria de EE.UU. que causó la quiebra a diversos fondos que especulaban en activos de riesgo, como el mercado de hipotecas de baja calidad crediticia.
Los retiros masivos no sólo impactaron en los precios sino que generaron una extrema iliquidez que obligó a la Fed de EE.UU. y al Banco Central Europeo (BCE) a inyectar en dos días casi el equivalente al PBI de la Argentina para impedir la profundización de la crisis.
La crisis golpea también al sistema bancario de EE.UU. y Europa, altamente expuesto a créditos a inversores especulativos que financiaron con deuda la compra de activos riesgosos. Bancos como BNP Paribas y Bear Sterns, entre otros, sufrieron el colapso de sus fondos. La mayor aversión al riesgo global afecta al conjunto de los activos financieros incluidos los emergentes, por la fuga hacia la calidad de los inversores.
¿Decepción tal vez? Señores, recuerden que vivimos el mundo de la globalización financiera desregulada y que, a veces, hay que pagar la fiesta. Puede cambiar el lugar o la mercadería. Desde el 90: México, Asia, Brasil, Rusia, Argentina, Turquía, Hungría, Islandia, etc. La resaca también alcanza las fiestas de los poderosos, sean acciones tecnológicas o hipotecas riesgosas.
¿Qué tienen en común todos estos casos aparentemente diferentes? Un contexto de elevada liquidez internacional, crédito fácil (apalancamiento) para operaciones financieras, laxitud regulatoria que permite garantías deficientes, problemas de información, conflictos de intereses. En suma, una regulación y supervisión impotente e indiferente a mecanismos perversos de sobrevaloración de activos, que se desengancha de la evolución de los activos reales hasta que se pincha la burbuja y la valuación de los activos financieros converge aceleradamente hacia aquellos.
Este casino global que describió Keynes cada vez más sofisticado, no merecería mayor atención si no afectara a ciudadanos comunes y a la economía real, convidados a pagar la fiesta. No falta quienes convocan al Estado, molesto actor en la fase de auge y ganancias para que pague comprando los malos activos. ¿Esto nos suena, no?
Por un lado, están los que minimizan la crisis. ¿Se puede seguir con el reduccionismo de analizar individualmente los episodios y no el fenómeno global de las finanzas descontroladas? Cuando choca un auto se le puede achacar la culpa al conductor. Pero, ¿cómo no desconfiar de la autopista ante choques repetidos y en cadena? Esta miopía permite avizorar futuros episodios. La incógnita es cómo y donde serán.
Algunos hacen una analogía con la crisis del 30. Quizás un escenario más comparable es la retracción de 1998 que se produjo al quebrar los hedge funds expuestos a Asia y Rusia. La clave estará en hasta dónde están dispuestos a inyectar liquidez la Fed y el BCE, hasta ahora obsesionados por la inflación.
Habrá que ver si existe voluntad de tomar medidas que ataquen de raíz los problemas. En 1998 se creó el Foro de Estabilidad Financiera y se limitó el crédito a los hedge funds, aunque poco se avanzó en el tema de los centros off shore y la regulación de los flujos de capital. Parecía avanzarse a una nueva arquitectura financiera global. Al menguar la crisis, la intervención pública y los controles prudenciales volvieron a ser anacronismos molestos.
Tras la crisis del 30, EE.UU. impuso la ley Glass Steagall, separó las actividades de banca comercial de inversión y reguló la compra de activos riesgosos por el público. Los 25 años que siguieron a la Segunda Guerra fueron un período de alta regulación financiera, muy superior en términos de crecimiento, empleo y distribución del ingreso mundial que el de la desregulada globalización de 1975-2001.
Tras la burbuja de Internet y los escándalos de Enron y Worldcom, se aprobó la ley Sarbanes Oxley que fortaleció la regulación y supervisión norteamericana. Los atentados del 11-S implicaron avances en la cooperación financiera global. Una notable asimetría: la regulación sólo se endurece cuando afecta a los países desarrollados.
Si la actual crisis afecta significativamente al centro del sistema quizás el péndulo de la regulación se aleje del actual extremo hacia un mayor equilibrio. Es necesaria mayor transparencia en los mercados y educación financiera para reducir las asimetrías de información.
La mala performance de los países con apertura financiera irrestricta contrasta con la de aquellos que mantuvieron controles selectivos de capital. La actual encrucijada encuentra a nuestro país en una posición más sólida que en los 90 por su superávit externo y fiscal, la política de desendeudamiento y acumulación de reservas, el tipo de cambio alto y la desdolarización relativa de la deuda y el sistema bancario. En Argentina tampoco existe una burbuja ligada al crédito y el hipotecario está en niveles muy bajos.
Hacia adelante hay que resistir el canto de sirenas de quienes quieren desmantelar los controles de capital que desincentivan los capitales golondrina, mantener la estrategia de crecimiento basado en el ahorro interno y avanzar en una mayor integración regional que incluya financiamiento anticrisis y crédito al desarrollo.
Es la mejor forma de inmunizarnos de las turbulencias que ante las falencias de la regulación y supervisión global y en presencia de actores y productos cada vez más complejos, reclama a gritos una genuina reforma financiera global, que administre y reoriente los flujos financieros descontrolados, generadores de crisis y volatilidad, hacia el servicio del crecimiento, el desarrollo productivo y la equidad distributiva mundial.