Como si estuviera convenido de antemano, el Departamento de Energía del gobierno norteamericano y el Fondo Monetario Internacional propinaron un fuerte tirón de orejas al gobierno argentino por el mismo tema: la energía…, o la crisis energética.
Ambos organismos (en el caso del FMI a través de su vocero el indio Anoop Singh, un viejo conocido de la Argentina que comandó el “blindaje” al gobierno de De la Rúa, mediante el cual se esfumaron 40 mil millones de dólares al exterior, como anticipo de la crisis de diciembre de ese año) están “sumamente preocupados” por el rumbo de la actual política energética argentina, señalando que la solución a cualquier futura crisis es fácil y divertida: liberar “los precios” de los servicios y los combustibles para que el inversor… ¡invierta!
Hasta un chico de primaria podría rebatirlos: cuando los inversores tuvieron el clima ideal y “los precios” estaban de hecho internacionalizados / dolarizados por el uno a uno, en verdad invirtieron, pero en ductos y plantas compresoras que se llevaban el gas argentino al otro lado de la frontera, procesándolo en Chile para ser re-exportado a las industrias de la costa del Pacífico norteamericano, con lo que Argentina no sumaba un solo centavo de valor agregado industrial y se limitaba a entregar un commodity.
El FMI aplaudía esa política, “la más exitosa de la tierra”. El ejemplo es elocuente de que los inversores no pueden establecer las prioridades de un país, y casi no requiere comentarios adicionales.
Lo que sí es risible es que el FMI parezca preocupado por el bienestar de los usuarios argentinos y su calidad de vida.
También está “preocupado” el Club de París, organismo multilateral de los bancos europeos, aunque no por la energía, al menos directamente, sino porque la política económica argentina no está monitoreada por el FMI, lo que según sus estatutos impide sentarse a renegociar la deuda de 6 mil millones de dólares.
Al saldarse en diciembre las obligaciones argentinas con el Fondo, la función de este organismo se termina en la emisión de opiniones periodísticas (¡solventar tamaña estructura para hacer comentarios esporádicos es cosa de locos!), y esas opiniones en todo caso sirven para adelantar letra a la variada oposición argentina, y cada tanto, le dan un argumento de barricada al presidente Kirchner.
Pero poco más que eso.
Nadie cree ya que el Fondo Monetario cumpla su función original de sanear las finanzas mundiales y contribuir al equilibrio monetario. Simplemente es un vocero y auditor de “los inversores”.
¿Entonces, hay o no hay crisis?
El gobierno argentino niega que haya crisis energética en el horizonte, pero por las dudas aconseja ahorrar electricidad y ha reflotado a tiempo un plan de inversiones en usinas nucleares que en los últimos años navegaba en las nubes de Valencia. Como es de esperar, tarde o temprano, el plan nuclear argentino desatará coloridas oposiciones de Greenpeace.
Desde distintos sectores, muy alejados entre sí, se ha alertado sobre las dificultades que pueden sobrevenir en el aspecto energético.
Pero no es lo mismo que la emita el ex secretario Jorge Lapeña, las distribuidoras de electricidad o el MORENO encabezado por Pino Solanas, Félix Herrero y Gustavo Calleja.
Este último inició una campaña para recolectar un millón de firmas a fin de obligar al Congreso para que debata la re-nacionalización del petróleo, tal como lo permite el actual texto constitucional, a fin de recuperar una renta nacional superior a los 10 mil millones de dólares que podría convertir al país en un paraíso energético.
En las oficinas del Moreno en la calle Carlos Calvo 2365 de la ciudad de Buenos Aires son habituales las colas de estudiantes y adultos preocupados por el futuro del país, y que llegan para firmar el petitorio.
Como se ve, algo muy distante al interés de los inversores defendidos por el FMI y la Casa Blanca.
Mientras recibe las críticas, el gobierno argentino intenta una batalla perdida, por ahora con efecto apenas testimonial, intentando cambiar el sistema de voto dentro del FMI. La ministra Miceli cumplió un papel digno en Singapur, como vocero del estratégico G24, sabiendo que, tal como están las cosas, la organización interna de ese organismo refleja cabalmente la hegemonía unilateral de EE.UU., y que no es la democracia lo que decide en las finanzas mundiales.
Con todas las críticas que merezca el gobierno en esta y otras materias, casi todos los valores internos de la energía son “tarifas”, y no “precios”, al menos mientras dure la Emergencia Económica, algo que el gobierno no está dispuesto a rever por el momento, y no fluctúan de acuerdo al interés unilateral de los inversores, quienes ya debieron entender que las súper tasas de rentabilidad de los 90, imposibles en un país serio, son cosa de la historia.
Y no es que se les haya escapado la liebre, es cierto, si miramos la realidad actual de la mayor parte de los países africanos y de la Europa oriental, donde el saqueo empalidece al del período colonial.
Semitas
Aunque parezca mentira, una cuestión de etimología étnica está interviniendo directamente en la discusión mundial sobre la propiedad de las fuentes de energía.
Si árabes, hebreos y palestinos son semitas (para no citar a fenicios, asirios, acadios, amonitas, arameos y caldeos) descendientes de Sem, el primogénito de Noe, ¿qué es ser antisemita?
Es preocupante que la comunidad judía, o parte de ella, use un concepto étnico para sentirse ofendido por opiniones emitidas sobre el devenir del estado de Israel. Fue otro concepto étnico el que sirvió para justificar la Shoa.
Algunos miembros prominentes de la comunidad judía local, que además son ultraliberales con el contenido que eso tiene en Argentina, varios de ellos ex – menemistas, y probablemente más interesados en las próximas elecciones de la DAIA que en cuestiones de estrategia nacional, acusaron al gobierno de hacerse el tonto con algunas opiniones vertidas por grupos ultra-minoritarios durante la reciente guerra que devastó a El Líbano.
Así como hay locos que salen a practicar tiro al blanco por la avenida Cabildo, también hay idiotas capaces de embadurnar con aerosol una pared, con el viejo slogan de Tacuara “haga patria…”. Tomar eso como el reavivamiento de un antisemitismo que nunca existió en la Argentina es tan estúpido como lo son las pintadas, si careciera de otras intenciones alejadas de la etimología y de las discusiones sobre razas.
En cuanto a otras opiniones consideradas agraviantes por esa parte de la comunidad judía que se sintió ofendida, en el país hay absoluta libertad de opinión, incluso para opinar que el estado de Israel es fascista, sionista, militarista, expansionista o cualquier otra cosa, y a nadie se le prohíbe emitirlas.
¿Por qué los dirigentes, militares y ciudadanos israelíes estarían eximidos de caer en semejantes pecados? ¿Cómo se denominaría a la ultra-derecha israelí, si en el resto del mundo se la llama fascista?
¿Puede haber brotes fascistas en Francia, en Alemania, pero no en Israel? ¿Por qué?
Cualquier crítica al estado de Israel puede caer ipso facto en la categoría de antisemitismo, y ese calificativo, tomado como agravio, es utilizado activamente para defenderse de cualquier crítica, con lo que la mejor actitud sería el silencio y la aceptación a ciegas.
Eso, sin contemplar que son muchas y vigorosas las voces que en el interior de Israel condenan la política del gobierno y plantean la necesidad de convivir con los palestinos.
La izquierda argentina (y hasta la propia Elisa Carrió, que de izquierdista no tiene nada, y está convencida de que el presidente Kirchner ha parido una tiranía) utiliza con demasiada liviandad el término fascista -como tuvo oportunidad de señalarlo recientemente un cyber-lector de CAUSA POPULAR- extendiéndolo a todo tipo de política autoritaria, dictatorial, militarista y de persecución de minorías, cuando ha sido solamente un modo específico de organización del capitalismo central europeo en lucha contra el comunismo soviético que estaba a punto de copar sus organizaciones sindicales.
De modo que calificar como “fascista” a Israel es como mínimo una inexactitud.
“Sionista”, el otro adjetivo que ofendió a algunos argentinos prominentes de religión judía (a los que se sumaron, por cierto, López Murphy y Patricia Bullrich) debería llenar de orgullo a los receptores, ya que lo sionista es parte constitutiva, participa de la naturaleza y de la génesis del ese estado.
Ciertamente, acusarla de “sionista” no constituye ningún rasgo de antisemitismo.
Pero siendo unas y otras opiniones muy minoritarias, tuvieron distinta amplificación mediática.
En el momento preciso
Las acusaciones y los ofendidos se expresaron públicamente en un momento en que todo el mundo está en vilo por Medio Oriente, y no tanto por el precio del petróleo, que está por ahora a la baja.
Cuando todavía no se resuelve la última guerra desatada sobre el territorio libanés, la Asamblea de las Naciones Unidas aumentaron las diferencias que mantiene EE.UU. con todos los países que identifica como el Eje del Mal.
En una sintonía perfecta, el Papa Benedicto XVI aprovechó un micrófono en Ratisbona para decir que el cristianismo es “superior” al Islam (no se sabe cómo quedaría el judaísmo en esa calificación) y que los seguidores de Alá son inhumanos, recurren a la espada, son violentos y no entienden el “logos” helénico.
Un disparate.
Las reacciones no se hicieron esperar. Manifestaciones callejeras, discursos de los ulemas y hasta una monja asesinada por la espalda en Somalía.
Pero eso no es todo.
Para alimentar algo que se presenta como un enfrentamiento entre el Occidente democrático y el Islam autoritario (y “fascista”, ya que estamos), Irán y Venezuela, dos importantes productores de petróleo que entregan el conjunto al mercado unos 7 millones de barriles diarios, sellaron una alianza estratégica.
Mientras Chávez fustigó duramente a Israel por sus ataques indiscriminados a la población civil de El Líbano (la ONU informó que se arrojaron 1,2 millones de bombas racimo en las ciudades y pueblos), Irán continúa adelante con su plan nuclear a pesar de las exhortaciones occidentales. Bush advirtió que no toleraría que los persas usen su industria nuclear para fines militares (extremo que se niega en Teherán) y de una forma u otra, alguna forma de intervención militar sobre el próximo Satán Terrorista es inevitable, cerrando el saqueo que ya se inició sobre la zona del Cáucaso.
Washington pretende que Irán firme el Tratado de No Proliferación cuando Israel no sólo no lo ha hecho -tampoco India y Pakistán- y cuenta en la región con unas 200 cabezas nucleares.
Como el presidente de Irán, también Chávez fue tildado de antisemita.
Chávez y Kirchner mantienen muy buenas relaciones. Venezuela ingresó al Mercosur, etc. Es cosa de sumar dos más dos. Pero resulta que la reducida comunidad judía venezolana, o mejor dicho, la dirigencia de lo que sería la DAIA en Caracas, forma parte de la oposición al gobierno de Chávez y son notorias las relaciones de esta oposición con la embajada de EE.UU.
Para Bush, el Eje del Mal puede incidir en el mercado del petróleo.
Para empeorar las cosas, Argentina participa en un aspecto muy específico del plan nuclear iraní, y la canciller israelí Tzipi Livni (ex Likud, ex oficial del ejército, ex Mossad) sigue “con mucho interés” ésta participación, que al país ha dado últimamente la satisfacción de terminar y poner en funcionamiento un reactor en Australia.
Todas estas acusaciones cruzadas, donde aparece la religión o la raza desempeñando un papel preponderante que no tienen, están disfrazando de “guerra entre civilizaciones” lo que es un puro conflicto por la propiedad de la energía.
Samuel Huntington debe estar cobrando generosos derechos de autor por haber creado este argumento ideal para la propaganda, perfectamente adecuado a los intereses en juego.
La hipótesis de Huntington no es sino un retruécano bobo de las teorías de Arnold Toynbee. Sería interesante reflotar el pensamiento del historiador inglés para entender mejor cuál es el papel de las religiones en este presente incierto que nos toca vivir.