Por Causa Popular.- Durante las últimas dos semanas todos los principales medios de comunicación del país estuvieron pendientes de un trascendente anuncio, que según trascendidos, llevaría al propio presidente Kirchner a colgar su retrato junto al del General San Martín.
El suspenso se incrementó cuando las ediciones dominicales apuntaron hacia una multimillonaria inversión china que alcanzaría los 20 mil millones de dólares. Los orientales aludidos no se hicieron esperar y al día siguiente aparecieron los propios chinos de carne y hueso para desmentirlo y terminar con las fabulaciones. El director de Información del Consejo de Estado Chino, Yang Yang, consideró desproporcionada la cifra publicada, aunque recalco el interés de su país de invertir en la Argentina. Causa Popular intentará analizar qué posibilidades concretas le ofrece a nuestro país la alianza con esta futura superpotencia mundial, sus intereses reales, y la necesidades propias del gigante asiático que empieza a recorrer el mundo de la mano de las reformas internas que intentan conciliar la economía de mercado con la planificación del Estado.
Las posibilidades estratégicas de un acercamiento entre Argentina y China comenzaron a salir a la luz cuando se preparaba al viaje del Presidente Néstor Kirchner con un importante grupo de empresarios al país oriental a fines de junio de este año.
Es que los números chinos y las potencialidades del «gigante que despierta» -como lo nombran los economistas que se relamen ante los negocios posibles a realizar – deslumbran y atemorizan a más de uno.
Los números son apabullantes. China se despertó y ahora compra y vende a gran escala. Son 1.300 millones de personas, un mercado hambriento de alimento y novedades y es además la cuna de una producción industrial que da escalofríos. Argentina, por ahora, apenas alcanza a exportar el 0,8% de la demanda china.
Pero no fue en los últimos días cuando empezaron las primeras especulaciones sobre las inversiones chinas. Un mes antes del viaje de Kirchner, el ministro de Comercio, Bo Xilai, pronunció una frase que sonó a música para el gobierno y los empresarios: «Argentina será nuestro gran socio en los próximos 25 años«, dijo. Todos sacaron la calculadora.
Pero no todo era color de rosa. El ministro chino además expresó en ese momento que el gobierno de Pekín -que en 2003 vendió aquí menos de US$ 700 millones- tiene sus propios intereses exportadores: textiles, industria ligera, naviera, juguetes, electrodomésticos, «tenemos un futuro brillante por delante«, auguró, y dejó latente la amenaza que significaría la masiva entrada de estos productos chinos para la industria nacional.
En China cada día se consumen 1,35 millón de toneladas de cereales; 1,6 millón de toneladas de hortalizas; 1,6 millón de toneladas de cerdo y 2,4 millones de toneladas de pollo.
A diferencia de todos los países del mundo para las autoridades chinas no es fácil manejar una gran familia que se agranda cada día con 44 mil nacimientos -como parámetro en Argentina hay 1900 nacimientos por día-; en la que hay 210 millones de niños en edad escolar y 21 millones en el jardín de infantes; donde 66 millones de chinos tienen más de 70 años y que un millón ya superaron los 90.
Una dimensión del significado de la apertura de la economía china la dan las diferencias en los números de importación/exportación entre 1978 (cuando comenzó el proceso de la llamada economía social de mercado) y 2003. En 1978, se movieron US$ 20,6 mil millones; el año pasado, US$ 851,2 mil millones.
De la oferta argentina que ya se vende en China, básicamente agroalimentos y sectores vinculados a la energía (en 2003, por US$ 2,5 mil millones) el país asiático le compra al mundo 35 mil millones.
En el caso de los productos que aún no llegan pero podrían se colocados como el algodón, los plásticos y cueros, China compra por 20 mil millones. Esos fueron los espacios de negocios que exploraron Kirchner y su comitiva cuando pisaron las tierras de Mao.
China es uno de los 4 socios más fuertes que tiene el país, pero al día de hoy, Argentina le vende apenas US$ 2,7 mil millones de los poco más de US$ 400 mil millones que los chinos compran. Cuando se preparaba el viaje de Kirchner los mismos funcionarios chinos sostuvieron la intención de ese país de agrandar las cifras y el propio ministro de comercio incluso sostuvo la búsqueda de «superar el comercio que tenemos con Brasil«, que hoy triplica el de Argentina.
Sin embargo, cual novia infiel, lo mismo sostuvieron ante los brasileros, que visitaron China antes que la comitiva argentina, así como el primer mandatario chino Hu Jintao lo hizo primero con Brasil, el jueves último, antes de desembarcar en nuestro país
Brasil primera parada
China aspira a elevar el comercio con Brasil, al que los números marcan como su real principal socio en América Latina, a 35.000 millones de dólares en 2010, cinco veces más que en 2003, según anunció un representante del gobierno chino, horas antes de la llegada del presidente Hu Jintao a Brasilia. «Nuestra expectativa es que en 2004 el comercio bilateral alcance los 12.000 millones de dólares. Esperamos que la relación prospere hasta 2010 a 35.000 millones de dólares«, declaró este jueves en Sao Paulo el secretario del ministerio de Comercio de China, Li Ming Lin.
El comercio entre Brasil y China aumentó un 800 por ciento en los últimos diez años, y en 2003, China se convirtió en el tercer socio comercial de Brasil, atrás de Estados Unidos y Argentina.
Según cifras brasileñas, el comercio bilateral alcanzó ese año 6.679 millones de dólares (4.532 de exportaciones brasileñas, concentradas principalmente en soja y mineral de hierro). En los primeros nueve meses de 2004, esa cifra ya fue superada y suma 7.979 millones de dólares (4.380 millones de exportaciones brasileñas), según el ministerio de Comercio Exterior.
Según Li, unas 76 empresas chinas están invirtiendo en Brasil alrededor de 130 millones de dólares, principalmente en minería, madera y electrodomésticos. Las inversiones brasileñas en China, que incluyen una fábrica de aviones de Embraer, alcanzan 120 millones.
El área que más interés está generando en China para la inversión es la infraestructura, donde Brasil aspira a hacer millonarias inversiones en los próximos años. En Brasil la expectativa es grande. El 81% de los 136 empresarios encuestados por la Cámara Brasil-China clasificaron a ese país como prioridad y 83% afirmó que espera concretar algún negocio con China en 2005.
En mayo, China fue visitada por el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, quien puso como una de las prioridades de su gobierno, inaugurado en 2003, un acercamiento a China, para defender sus intereses ante las grandes potencias.
El presidente chino Hu Jintao llegó el jueves por la tarde a Brasil. Posteriormente viajará a Argentina (del 16 al 18), Chile (del 19 al 21, para participar en la cumbre del Foro de Cooperacion Económica Asia-Pacífico, APEC) y Cuba (21 al 23).
Los gestos políticos y los números no hacen más que continuar la misma línea que la lógica comercial y las ventajas que busca la expansión china. El cuento chino tiene color celeste y blanco.
El talón de Aquiles del gigante que despierta
La espectacular evolución de la economía china en los últimos años le ha permitido crecer vertiginosamente pero, al mismo tiempo, la ha situado en el centro de la tormenta que se está gestando en la economía mundial. Desde 1979 ha mantenido un crecimiento medio del 9,4% anual, un registro astronómico si se compara con el de los demás países industrializados.
La fuente principal de este inmenso crecimiento es el ahorro nacional que se traduce en una inversión que representa casi la mitad del Producto Interior Bruto chino. Y que crece desmesuradamente: un impresionante 27% en 2003 y el 43% en el primer cuatrimestre de 2004.
Cada semana entran en China 1.000 millones de dólares en inversiones directas y en lo que va de año se han creado unas 15.000 nuevas empresas.
La gigantesca inversión que se está realizando en China es la fuente de su desarrollo en infraestructuras, industrias y servicios de todo tipo pero está ocasionando algunos problemas que pueden estallarle en las manos a los dirigentes chinos en los próximos meses.
Por un lado, ha creado una enorme burbuja inmobiliaria. La venta de propiedades inmobiliarias representa un 25% del PIB de Pekín y el 20% del de Shangai, pero, al mismo tiempo, eso está ocasionando una igualmente espectacular subida de precios que se traslada a otros sectores.
En Shangai, los precios de la vivienda suben al 20% anual desde 2001. Quienes pudieron visitar Shangai han podido comprobar que la modernidad urbana de su ciudad termina abruptamente en las afueras, donde comienzan los parajes obreros. Es como si rápidamente se saliera de Recoleta para entrar en el paisaje urbano de González Catán.
La gran inversión que se realiza en China está tirando a su vez de la economía mundial. El gigante asiático compra ya el 40% del cemento mundial, el 25% del aluminio y entre el 20 y el 50% de otras materias primas vinculadas a su desarrollo industrial.
El desarrollo industrial chino y los bajos costes de su mano de obra le está permitiendo también incrementar masivamente sus registros comerciales con el exterior, con las consecuencias como se señalaba en líneas anteriores, que esto traería si crece el comercio con Argentina.
Las exportaciones crecieron el 35% en 2003 y las importaciones crecieron más del 42% en los primeros meses de 2004.
Con los actuales volúmenes de su comercio exterior resulta que China se convierte en el principal factor del que depende el crecimiento de los países más importantes del planeta.
De la economía china depende un 28% del crecimiento de la alemana y un 21% de la de Estados Unidos.
Los chinos aportan el 25% al crecimiento del PIB mundial, mientras que Estados Unidos aporta un 20% y la Unión Europea un 14%.
Eso da idea de la gran influencia que va a tener lo que pase en China sobre el resto del mundo.
Lo que ha hecho China en los últimos años ha sido lo contrario de lo que los neoliberales aplicaron en el resto del mundo.
China realizó políticas expansivas basadas en una gran intervención pública y manteniendo un control permanente de los mercados y, sobre todo, de las relaciones exteriores y de la cotización de su moneda.
Los efectos han sido fulminantes. En 1980, la economía china era veinte veces más pequeña que la de Japón, ahora es sólo la mitad. Hace diez años, el PBI de Brasil era igual que el de China, ahora es la mitad.
Sin embrago, la paradoja es que China necesitaría que la economía de los demás países fuesen al ritmo de la suya, para no caer en una situación de sobrecalentamiento, que es lo que está ocurriendo.
Los precios han subido más del 5% en tasa interanual, cuando en 2003 sólo lo hicieron el 1,2%. El 40% de las deudas a los bancos son incobrables y hay un exceso muy grande masa monetaria.
Las autoridades han empezado ya a aplicar controles a la inversión, restricciones crediticias y seguramente terminarán por subir los tipos de interés, entre otras cosas, porque se encuentran casi tres puntos por debajo de lo que suben los precios.
Eso ocasionaría dos problemas de naturaleza distinta.
Por un lado, al desacelerarse la locomotora china se frenaría también la economía mundial en una gran medida, como ya se ha señalado. Iremos sin remedio a la recesión.
Por otro lado, resulta que China ha acumulado en estos años casi medio billón de dólares en reservas internacionales, casi todas en dólares y dedicadas a comprar grandes cantidades de Bonos del Tesoro estadounidense. Eso es lo que está permitiendo financiar el colosal déficit exterior y el no menos fabuloso déficit fiscal que ha generado el presidente Bush.
Pero si China limitara su flujo de fondos hacia Estados Unidos los norteamericanos se encontrarían en una situación difícil. Sólo podrían seguir financiando sus déficits subiendo notablemente los tipos de interés, lo que igualmente llevaría consigo una recesión económica.
La desaceleración de la gigantesca economía china parece que va a ser un hecho. Por lo tanto, se puede apostar a que se extenderá una caída de la actividad en todo el mundo.
Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que una media del 60% del incremento de las exportaciones chinas en los últimos quince años, corresponde a empresas extranjeras. En consecuencia, si se frena allí la actividad se notará claramente fuera de China. Incluso es posible que mucho más.
La única duda que cabe, en definitiva, es saber si esa desaceleración va a ser muy brusca o si será suave o «positiva» como la ha llamado el cáustico presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan.
Los chinos dicen que no importa que el gato sea blanco o negro con tal de que cace ratones. Cazaron en gran abundancia pero ahora puede ser que el empacho lo paguen otros, justamente, por no haber hecho lo que hizo China. Argentina es uno de esos tantos ejemplos.