Por Juan Salinas, especial para Causa Popular.- Dice Alejandro Rúa, el hasta hoy inasible jefe de de la unidad gubernamental de investigación del atentado de la AMIA: «Tenemos que buscar las pruebas. Hay un esqueleto aportado por los informes de Inteligencia y nuestro trabajo es llenarlo con pruebas judiciales» (ver abajo). Ergo: admite que no tiene prueba alguna de la disparatada novela pergeñada por el Stiusso Dream Team que controla la SIDE para satisfacer los acuerdos EEUU-Israel (o CIA-Mossad).
Una novela virtual: la Historia Oficial II.
Una bóñiga apestosa preparada por aquellos servicio secretos extranjeros y sacada de la manga por los Stiusso boys cuando el proceso oral y público en los sótanos de Comodoro Py había entrado en la recta final. Fuera de la pretérita existencia física de algunas personas de religión musulamana en su vertiente shiíta (y, parece, de algunas llamadas telefónicas internacionales que nadie sabe a ciencia cierta sobre qué versaron y aun quienes fueron los interlocutores y que, de todas maneras, la CIA bien pudo haber inventado) no hay en esta historia un átomo de verdad.
Al punto de que Rúa dice que «lo (único) que se sabe es que el atentado se hizo con una Trafic» a partir de lo cual «investiga» (es un decir) únicamente a extranjeros.
Lo que confirma lo que venimos afirmando por todos los medios disponibles desde hace ocho años: que la (falsa) existencia de una Trafic-bomba, es la piedra sobre la que se edifica toda una Catedral de mentiras.
O, dicho de otro modo, que la garantía de la impunidad de los asesinos es la exitosa presencia del fantasma de una Trafic-bomba, cuya única encarnadura real fue una Trafic señuelo, dejada en un estacionamiento de las inmediaciones de la AMIA 63 horas antes de su voladura por dos amigos desde la infancia, ambos allegados a Alejandro Monjo (cabeza del que era entonces el más fructífero negocio ilegal de la Policía Federal), el agente Carlos Alejandro Martínez y el gaznápiro Tomás David Lorenz, quien fue efímeramente detenido cuando se disponía a viajar al Caribe (a cobrar su recompensa de manos de Monjo, que ya estaba allí) a pesar de carecer de pasaporte, según admitió en sede juidicial.
Por cierto, resulta muy sugerente que el TOF3 y Galeano acordaran en que estos dos pánfilos del barrio de San Telmo, Lorenz & Martínez, no declararan en el juicio. Es que si lo hubieran hecho, hubiera quedado muy clara la calidad de señuelo de aquella Trafic, que fue «cortada» (desarmada) el sábado 16 de julio, y algunas de cuyas piezas pequeñas iban a ir apareciendo por aqui y acullá después de la voladura.
Si algo demostró el juicio es que absolutamente nadie vio la supuesta Trafic-bomba, y que no quiso seguirse ninguna hipótesis que pusiera en duda su existencia.
Es que la idea de la Trafic remite a un conductor suicida, y el jamikaze remite al fanatismo religioso, y ello hace pensar automáticamente en Hezbollah e Irán… aunque ni Hezbollah ni Irán hayan sido acusados jamás de cometer atentados con bombas en otros lugares del mundo.
Lo que ni la CIA, ni el Mossad, ni Menem (y ahora vemos con absoluta claridad y mucho dolor que tampoco Kirchner) quieren que se sepa es que el de la AMIA fue un atentado mafioso perpetrado en vendetta por las mexicaneadas cometidas por una parte de una extensa banda de traficantes de armas y drogas en perjuicio de otra parte.
Que esa banda, continuadora de la conformada en los años ’80 y que salió a la luz pública con el escándalo Irán-Contras (o Irangate) estaba integrada por la CIA, el Mossad, un seleccionado mundial de traficantes y lavadores de dinero, coordinada por el coronel Oliver «Ollie» North por órdenes de su superior, el vicealmirante John Poindexter, consejero nacional de Seguridad de Bush padre, y obviamente con el conocimiento de éste
Y que en aquella banda, si bien había traficantes y lavadores de dinero de origen árabe (como Adnan Kasogui y Monzer al Kassar entre los primeros y Gaith Pharaon entre los segundos) tambíen los había judíos (como el británico Judah Eliazar Binstock -íntimo de Al Kassar, con quien pretendió radicarse en Mendoza y vive ahora en Marbell- y el asesinado (en diciembre de 2003) titular del National Republic Bank de Nueva York, Edmond Safra, una especie de Raúl Beraja multiplicado por diez.
Al someterse al chantaje de Stiusso, el presidente Kirchner se vio obligado a comprar todo el paquete, con gran alivio de quienes cometieron ambos atentados por encargo y siguen viviendo entre nosotros sin haber sido jamás siquiera molestados.
Kirchner le confía la «investigación» a Rúa y la «acusación» recayó en el fiscal Alberto Nisman, fiel compañero de encubrimiento de sus superiores, Eamon Mullen y José Barbaccia, ahora abogados de Southern Winds.
Tráfico y lavado.
El paquidérmico expediente de la AMIA pasó primero a manos de Claudio Bonadío (cuyo único y exclusivo mérito para ser juez federal fue ser colaborador de Corach) y ahora a las de su colega Rodolfo Canicoba Corral, íntimo amigo de Aldo Ducler, el impune introductor del Cartel de Juárez en el país.
Tráfico y lavado.
Y asco, mucho asco.