Por Enrique Oliva, especial para Causa Popular.- Mientras tantas instituciones de vocación moralizadora no ven las desgracias sociales que trae el juego, aquí los únicos que cuestionan a los casinos son los piqueteros. El pasado martes 25, vimos una sentada frente al barco casino de Puerto Madero y meses atrás fue ocupado otro centro de juego en el Chaco. Ambos sucesos estuvieron dirigidos por Raúl Castells. Eso nos provoca reflexiones.
Es bien sabido que donde hay juego fácil y masivo, surgen fatalmente las mafias, el crimen organizado, la corrupción de funcionarios, el blanqueo y salida al exterior de dinero sucio, entre otras delicias de la globalización.
Múltiples razones se esgrimen para justificar el juego, como uno de los atractivos para el turismo, la creación de empleos, la llegada de inversores, la recaudación de impuestos para fines sociales y varios etcéteras más, solemnemente anunciados.
De continuar así, podremos llegar a convertirnos en un inmenso Las Vegas, aunque más caótico, sin controles eficientes para ponerle límites.
Curiosamente, los principales clientes son las mujeres que descubren el “entretenimiento” del juego a la vuelta de cualquier esquina, en forma de casinos, bingos y máquinas tragamonedas.
Paralelamente, usureros y reducidores merodean como buitres los casinos.
Jugadores compulsivos en busca de revanchas, se desprenden a precio vil de alhajas o recargan peligrosamente sus tarjetas de crédito, éstas ya bastante esquilmadas por las timbas telefónicas de programas de televisión.
La adición a esos “entretenimientos” lleva al delito y hasta al suicidio, porque sufren la pérdida del dominio de los controles síquicos, que suelen agravar buscando falso consuelo en las drogas.
Sociólogos y siquiatras han demostrado que ese vicio es más peligroso y más difícil de curar, que el alcoholismo, el tabaquismo y ciertas drogas.
El juego es uno de los más lucrativos “negocios ilícitos”, porque no es posible la evaluación exacta de los ingresos y las ganancias. Eso facilita el lavado de dinero sucio, asociado a la rentas encubiertas de grandes empresas, en especial las extranjeras, las privatizadoras de servicios públicos.
La creciente ola de violencia delictiva tiene algo que ver con la expansión del juego, pero de eso no se habla ni escribe. La fiebre del juego permite que los múltiples centros de juego, grandes y pequeños, estén abiertos día y noche.
En Europa, no pueden entrar a casinos los empleados públicos ni de bancos, ni cuantos tengan antecedentes delictivos.
También hay legislaciones, en Francia por ejemplo, donde alguien que desee dejar el vicio, en un momento de lucidez, se presenta a una oficina judicial y solicita que no se le permita entrar a casinos, decisión que no puede revocarse por lo menos durante un año.
Quienes han traído casinos, bingos y maquinitas a la Argentina no son inversores, son mafiosos y, por ende, corruptores. ¿No convendría hablarle de esos “empresarios” al presidente español Rodríguez Zapatero, así como él se preocupa tanto por la supuesta deuda que los angelitos de Telefónica reclaman a nuestro gobierno la friolera de 2.834 millones de dólares?.
Ahora, hay una fuerte puja entre mafias del juego, compitiendo entre si por el monopolio en nuestro país. Asimismo, en fuentes del ambiente se teme el arribo inminente de la llamada “mafia rusa”, ya impuesta en el mismísimo Nueva York, desplazando a italianos, chinos y yanquis.