Cabeza camionera con cuerpo metalúrgico

Casi a la misma hora que el inesperado consenso oficialista sobre las retenciones estalló en la Cámara de Diputados, otro dato apareció en el horizonte y confirmó la urgencia y la nueva forma en que se apoyará el gobierno nacional sobre las espaldas del sindicalismo. Ahora el peso será repartido entre Hugo Moyano y los hombres de la Unión Obrera Metalúrgica, comandados en público por su jefe, Antonio Caló y desde las sombras por el intendente de Quilmes, Francisco Barba Gutiérrez, dos hombres de directa confianza del ex presidente Néstor Kirchner. A pesar de los tironeos, los referentes del sindicalismo cegetista llegaron a un acuerdo que le aseguró a Moyano su continuidad al frente de la poderosa Confederación General del Trabajo, pero con un margen de acción bastante acotado debido a la presencia de la UOM en el sillón número dos. Afuera quedó el oscuro Luis Barrionuevo, al frente de un masivo sindicato que reluce los niveles de explotación peor pagos de la actividad económica. El boom gastronómico benefició a inversores y empresarios pero no a sus trabajadores, quienes exhiben los peores niveles de expoliación laboral. Todo un dato a la hora de medir fuerzas dentro de la galaxia sindical argentina.

Se trató de un pacto decisivo. Ya no es ningún secreto que el favorito del ex presidente Néstor Kirchner es Hugo Moyano, pero las circunstancias encierran nuevas necesidades, especialmente para que el futuro apoyo de la CGT no termine siendo una larga e interminable lista de favores que el gobierno deba retribuirle a la conducción camionera, sino una serie de acciones concretas que construyan una representatividad más dinámica en un momento de confrontaciones vitales. No se trata de que el sindicalismo sea más digerible para una opinión pública definida por un escepticismo atrasado y conservador, sino que la CGT intente, al menos, dinamizar a enormes sectores del mundo del trabajo argentino que sobreviven abandonados de toda representatividad. La geografía del trabajo ha mutado varias veces en los últimos años y al parecer ese proceso casi no ha influido en la composición de la poderosa central obrera. Comandada por una estirpe de dirigentes que se parece más a una élite privilegiada que a un cuerpo de representantes obreros, la nueva composición cegetista intenta ser la expresión, con cierto tiempo de atraso, del modelo que consolidó Néstor Kirchner durante su presidencia. La hegemonía que perdió el sector financiero después de la crisis de 2001 está en manos de los grandes grupos industriales, los poderosos exportadores alimenticios y los nuevos intentos de “burguesía nacional” que experimenta la agenda económica actual. Semejante cambio necesitaba nuevas representatividades y no es fácil creer que eso pueda suceder de la mano de Hugo Moyano, pero la nueva composición cegetista al menos permite formularse ese interrogante.

Contradicciones que hacen daño

Según los propios hombres del kirchnerismo, la CGT deberá ser una fuerza casi monolítica y la combinación de camioneros y metalúrgicos lo podría garantizar. Pero vale la pena recordar que semejante movida volvería a alejar la posibilidad de que la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA) obtenga su personería gremial. Sin embargo, cerca del sillón presidencial creen que ese presunto equilibrio entre camioneros y metalúrgicos podría ser el puente de plata para que el reclamo del espacio sindical más combativo se haga realidad, tras casi dos décadas de postergaciones. No se trata de una cuestión de sumar sellos, sino de la necesidad política para que los sectores más dinámicos de la clase trabajadora tengan una representatividad que les permita reconstruir su poder de veto. La CTA concentra la representatividad nacional de estatales y docentes, un porcentaje para nada menor de la masa trabajadora y con un papel clave a la hora de debatir políticas de estado, a pesar de UPCN, el gremio conducido por Andrés Rodríguez quien, pese a quien le pese, siempre termina a la derecha de sus oponentes de la CTA.

Esos malditos trapos sucios

No hace falta decir que sin la presencia de los sectores más importantes de la actividad productiva, la alianza de docentes y estatales nunca ha sido suficiente, pero siempre ha sido crucial. Por su parte, la CGT, gracias al poderoso corsé vandorista de la ley de Asociaciones Profesionales de 1973, se arroga la representatividad literal de casi toda la clase obrera, pero las porciones más grandes de su poder muestran enormes deudas con la clase que representa. En el caso de la construcción, su masa crítica es la más golpeada por el trabajo en negro, su conducción lleva varios lustros en las mismas manos y su irrupción más valiente fue cuando le cortaron las calles a Macri apenas asumió. Si es por los empleados de comercio, la corporación conducida por Armando Cavallieri tiene más peso por lo que no hace que por sus conquistas y rápidamente ya se refugió en el nuevo armado. Ni hablar de los gastronómicos, que exhiben altísimos niveles de ocupación pero en condiciones miserables: un mozo o un cocinero trabajan más horas que las permitidas y su polémico representante, Luis Barrionuevo, se dedica a fundar hoteles y a pugnar por el liderazgo cegetista. Y no son los únicos. La lista puede resultar interminable: casi todas las ramas de actividad muestran reclamos mal defendidos, estructuras lideradas por los mismos de siempre, inescrupulosos acuerdos con las patronales y un vasto aparato que sólo sale a relucir cuando hay que marchar a la Plaza de Mayo.

A cambiar o morir

No es una cuestión de ceguera política: el enorme esqueleto de la estructura sindical argentina está compuesto por una poderosa red conducida por los mismos de siempre, pero sostenida por una cantidad cada vez mayor de bases que quieren cambios, pero en silencio y sin sacar los pies del plato. Puede ser por la vocación de las generaciones más jóvenes, pero quizás sea porque la crisis social no pasa inadvertida para los brazos más vivos de esa militancia sindical, sea del color político que sea. Para sindicalistas progres y conservadores, los cambios son urgentes y más que necesarios. De lo contrario el peor enemigo será la indiferencia de una nueva generación que se ha criado en las peores condiciones laborales y que escasez mediante, está preparada para ser más explotada que la anterior y con costos más flexibles para el capitalismo argentino. Del otro lado, empresarios e inversores saben de antemano que así será el horizonte del mañana próximo.

Frente a esa pobreza de conquistas sociales que suele mostrar el continente cegetista, hay algunas excepciones, como es el caso de los metalúrgicos (principales beneficiados del cambio de modelo de los últimos años) y de los camioneros. Es que más allá de las críticas a Don Hugo, vale la pena poner a prueba su liderazgo preguntándole a cualquier camionero qué piensa de su principal representante. La respuesta puede dar la justa dimensión de una influencia pocas veces vista en el armado cegetista. Quizás por eso sean tantos los dirigentes que no ocultan su recelo con Moyano, pero parece que más allá de su rudeza, la acumulación que ha ganado el camionero se debe a sostener los reclamos que muchos de sus pares han dejado olvidados menemismo mediante.

Las internas del episcopado sindical

Parece mentira, pero a veces la CGT se comporta como la Iglesia: a su enorme red de información no se le escapa un detalle, pero puede pasar una década para que algo trascendente suceda. Eso es precisamente lo que podría estar pasando dentro de la CGT: se estaría gestando una conducción que al menos se anime a desafiar los tiempos por venir. Y con tanta burocracia escondida y con tantas obras sociales vaciadas, la movida no es menor.

Por eso, para muchos de los consultados por esta revista, los hechos de la semana pasada, resultan el broche de oro de un largo y tortuoso tramo político que traerá cambios. Se dice que Caló es otro de los dirigentes gremiales que cosecha las mayores simpatías de la presidenta Cristina Fernández y por eso, apenas se supo la noticia del acuerdo, el metalúrgico salió a hacer valer la posición conseguida por su gremio para marcar los límites que debería respetar Moyano. El objetivo: terminar con su personalismo y llevarlo de buenas maneras a compartir las decisiones, algo que sólo ha sido pronunciado por los hombres de la UOM pero que es compartido por todo el cegetismo que no revista en el moyanismo. Todos recuerdan que desde 2003 el camionero hizo y deshizo desde que el kirchnerismo llegó al poder y muchas decisiones que han requerido consenso han sido tomadas en soledad y sin respetar las instancias orgánicas que el sindicalismo requiere.

Aunque algunos periodistas y representantes afines al menemismo consideran que el acuerdo no tendrá firmeza sin la presencia del gastronómico Luis Barrionuevo, lo cierto es que su ausencia puede ser, también, una buena noticia. El polémico y añejo dirigente se mantuvo empeñado en su exigencia de que Moyano quede afuera de la contienda y que hubiera una conducción tripartita, algo que rechazaron los otros sectores.

Además de contar con el poderoso gremio gastronómico bajo su férula, Barrionuevo cuenta con muchos representados mal o poco defendidos. Su exclusión de la conducción confederada no debería ser interpretado como una medida arbitraria, sino como un gesto de sentido común y honestidad política frente a los sectores más postergados de la clase trabajadora que, como en el caso de los gastronómicos, ofrece uno de los mejores ejemplos de que de nada sirve estar al frente de una organización si sus integrantes no son beneficiados a pesar de sus esfuerzos y sufrimientos.

En Palacio ven enemigos por todos lados

En este contexto, irrumpió otro dato que tampoco debe pasar inadvertido en las transformaciones sindicales por venir. Mientras peleaba por un triunvirato, Don Luis se enteró de otra mala noticia: la estratégica Unión Tranviarios Argentinos (UTA) abandonó al maltrecho barrionuevismo y se sumó al sector que selló el perfil de la nueva cúpula cegetista. Pero el corrimiento de los choferes no significa que vayan a regular su virulencia puertas adentro. Desde fines del año pasado su nuevo secretario general, Roberto Fernández, no tiene otro objetivo por delante que expulsar a los delegados independientes de las líneas porteñas de subterráneos y desde enero han ido apretando el torniquete. Cada vez que la UTA trata de contraer sus contornos, los “metrodelegados” hacen paros sorpresivos y en pocas horas la cólera se apodera de una Buenos Aires cada día más histérica. Desde el Ministerio de Trabajo sostienen que la cruzada higienista de la UTA no tiene objetivos normalizadores, sino que busca ponerle piedras en el camino a la Casa Rosada, ya que cada vez que los subterráneos se paralizan, la discusión no es el paro, sino por qué el gobierno no lo impide. Un frente delicado que tampoco le resulta indiferente a los delegados independientes, en su mayoría organizados en una izquierda trotskista que exhibe niveles de inserción sindical pocas veces vista y que ha logrado reivindicaciones laborales más efectivas en su rama de actividad que las que impulsó el gremio que los quiere expulsar. Sin embargo, esa extracción ideológica, con sólo nombrarla, cosecha lo peor de la tradición sindical peronista. Más en tiempos en que la discusión por las retenciones ha demostrado la necedad política de alguna de estas expresiones. Sin embargo, vale la pena señalar que quienes sostienen la lucha en las vías subterráneas no padecen de esta ceguera que atonta a las corrientes más universitarias. Y si bien esa militancia sindical no ha logrado que los planes de expulsión den marcha atrás, sus representantes se han ganado el respeto de sus pares cegetistas por el valor en enfrentar lo peor de la patronal.

Algo que parece un camino, pero que todavía no es tal

Para la mayoría de los analistas gremiales, lo que está sucediendo en la CGT no es más que la triste repetición de una fatalidad: “amontonamientos de apuro y mantenimiento de los espacios de poder”. Pero vale la pena recordar que a pesar de los indicadores económicos saludables de los últimos años, nadie sabe mejor que el sindicalismo lo hondo que ha calado la crisis en la cultura del trabajo y cómo ha golpeado a las nuevas generaciones. La dinámica de la crisis late en las pésimas condiciones laborales de muchas ramas de actividad, en la desatención de sus obras sociales y mutuales y en la fractura de sus representaciones colectivas.

La convocatoria del Consejo del Salario Mínimo resurgió como una demanda gremial concreta pero se esperan temas de más contenido como que el poder adquisitivo de los sueldos no siga retrocediendo ante la inflación.

El 9 de julio llegará con Hugo Moyano ratificado en la jefatura de la CGT y acompañado por la poderosa organización metalúrgica. Barrionuevo ya no quiere saber nada con los Kirchner y su papel disidente, tras años de haber sido un conspicuo miembro del Partido de la Oportunidad, le ha traído nuevos y conservadores aliados. Pero la pelea es otra y el que no la entienda, perderá, aunque crea haber ganado.

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