Bush: “Follow me, I won’t cheat you…”

A fin de securitizar un piso de sinergia proactiva sustentable capaz de maximizar la competitividad en términos de efectividades conducentes, los escribas de ZOOM (a quienes suelen sumarse notables invitados de los medios, que rivalizan por no quedar afuera y reservan su lugar con varios meses de anticipación) las noches de los jueves solemos reunirnos en un comedero para intercambiar figuritas y animarnos mutuamente.

Es más o menos como una reunión de cierre, pero en lugar de sillas, vuelan por el aire miguitas y, en ocasiones, copas de cristal.

Como la quiebra de Wall Street estaba en boca de todos, el jefe de redacción decidió invitar a destacados pensadores locales: cada uno, libremente, esbozaría su receta para sacar al capitalismo financiero de la crisis. El aliciente intelectual era un ecléctico menú a la carta y canilla libre, todo a cargo de la editorial.

Entrar en la pauta oficial de publicidad tiene sus ventajas.

El único punto en contra del restaurante es que el propietario mantenía prendido un televisor de 78 pulgadas que colgaba de la pared. Desde la pantalla, la CNN emitía un programa especial dedicado a las angustias de los inversores en un formato parecido a la cobertura del 11-S.

Rompió el fuego Carlos Melconián: “Bush va a anunciar el cambio de la moneda. No olvidemos que el 30% de las exportaciones de Estados Unidos son billetes verdes”. Todos nos quedamos recordando las buenas épocas de los pesos 18.188 y la convertibilidad.

Interrumpió Miguel Ángel Broda: “Ya decía que esto de tener reservas en dólares era inviable”.

“Tu opinión es muy volátil: siempre aconsejaste pasarse al dólar a 15 pesos”, opinó un columnista de Miradas al Sur.

Jorge Castro movió los platos, cubiertos y vasos que estaban dentro de su radio de acción: “Jaque a China, que quema los bonos de la deuda de EEUU en la plaza Tienanman. Kamchatka moviliza tropas en la frontera con el Imperio Otomano. Persia reduce su producción de crudo. Rusia pierde Alaska”.

Cuando las camareras (dos pechugonas equipadas con unos muslos zamborotudos) ya habían retirado la entrada, llegó un conductor de radio con una noticia que sonó poco creíble: “Swarzenegger no puede pagar los sueldos estatales y va a emitir el patacón Terminator”.

Intervino entonces Guillermo Mondino, quien anunció que el 26 de octubre, la Reserva Federal decretaría un corralito bancario. “La nueva moneda universal se llamará shrub o bush, en inglés, arbusto o arbusto”, finalizó.

Los presentes respondieron con un “Mmm” escéptico porque Mondino, desde su puesto ejecutivo en Lehman Brothers, no había podido anticipar la crisis. Pero semejante grado de certeza, con fecha y todo, puso a prueba la estabilidad emocional de la concurrencia, adicta a las primicias no importa lo creíbles que fueran. La mayoría se prendió a sus celulares: alguien, cualquiera, debía escuchar semejante novedad. Un periodista pelirrojo se incorporó, dejó el local y se lo contó a un cartonero que pasaba por el lugar, agregando datos de su propia cosecha.

“Me gusta más bush, imagínense a un santiagueño pronunciando shrub”, intervino el corresponsal de AFP.

“A juzgar por el desarrollo de la campaña electoral, es probable que el nuevo dólar cambie de color”, opinó el secretario de redacción de Noticias Urbanas. Desde el fondo del salón pidió la palabra Alfonso Prat Gay: “Si se cae un mercado financiero, nos caemos todos. Por insistir en los mismos errores no vamos a compartir el final épico de los inversores”, sostuvo.

Un colaborador eventual de ZOOM acotó que la suerte de los inversores le provocaba una muy cristiana compasión, la misma que sentían los lacedemonios antes de celebrar su ceremonia de purga racial mediante el desmoronamiento. A continuación, todos los presentes se sumieron en una discusión sobre el nuevo papel regulador que deberían tener los Estados, si acaso eso era compatible con medidas keynesianas, y si era posible domar a las corporaciones bancarias.

Intervino el locuaz pastor Stamateas, otro de los invitados, que había permanecido silencioso porque la porción de vacío y su nueva prótesis dental no se estaban llevando bien:

“Los Estados deberán regular la codicia y la avaricia. Cualquier mínimo control sobre los inversores va a desalentar la adquisición de activos: aquí lo que se necesita es policía moral, para poner coto al consumo tóxico…”.

Lo interrumpió una asesora de prensa de la repartición estatal que protege la pluralidad cultural: “¿Ese control no tendrá funciones parecidas a la de los psicólogos policiales que tendrán a raya los desvíos perversos dentro del universo de la diversidad sexual? Digo, se podría crear un organismo con ambas funciones”.

En ese punto, varios se quedaron soñando con los escotes de la Lubertino, o alternativamente, si eran proporcionales a su estatura.

Alguien opinó que habría que poner vigilancia en la cajas de los supermercados, y establecer castigos espirituales a los consumidores que gastaran de más, y a continuación se escuchó que eso era volver al soviet.

Melconián hizo un gesto como de vestuario de Nueva Chicago y explicó que podía haber límites indirectos al consumo.

“Eso es keynesianismo puro”, opinó un crítico de cine. “Pero al revés”, acotó el editor de ZOOM mientras dudaba frente a unos sorrentinos de calabaza con salsa de café.

Desde la pared, la presentadora de la CNN estaba resumiendo el último discurso de Bush.

“El que depositó dólares recibirá dólares, y síganme, no los voy a defraudar, afirmó el presidente de los Estados Unidos frente a la Casa Blanca. Los especialistas interpretan que eso traerá alivio a los inversores”, informó Patricia Janiot.

“Obama le va a cambiar el nombre. Suena muy discriminatorio”, estimó un periodista free lance sobre el domicilio del presidente de la primera potencia de la Tierra, lo que provocó el aplauso de una morocha prometedora que vivía en los márgenes de Palermo Rúcula y escribía bastante bien.

Entre el café y el postre, la CNN practicó un muy creíble zigzagueo informativo. Un flash dio cuenta de la estrepitosa caída de las Bolsas en todo el mundo, mientras el titular del FMI declaraba que la crisis ya había pasado.

Todos nos agarramos a los respaldos de las sillas.

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