Brasil en su laberinto

Bolsonaro anticipa un fraude en las elecciones presidenciales de 2022 y siembra dudas sobre el futuro democrático del país. El drama brasileño se profundiza.

Ciento cincuenta vehículos de combate, tanques, aviones y lanzamisiles desfilaron el martes pasado por la Explanada de los Ministerios, en Brasilia. El presidente Jair Bolsonaro asistió al evento escoltado por los tres jefes de las Fuerzas Armadas: todo un despliegue en el corazón de la capital brasileña, donde conviven el Palacio del Planalto, el Tribunal Supremo y el Congreso Nacional.
Se dijo que las Fuerzas buscaban entregar una invitación para que el mandatario participe en el tradicional ejercicio de la Armada, llamado “Operación Formosa”, en Goiás, la próxima semana. La demostración pública resultó tan inédita como elocuente. En plena crisis política y con señalamientos al proceso electoral de 2022, Bolsonaro salió a la calle para proyectar su sombra militar.
La amenaza democrática
El desfile militar en la Explanada fue visto como una intimidación al Congreso, donde el bloque bolsonarista presentó un proyecto para implementar una papeleta impresa en reemplazo del voto electrónico. Todo esto desde una arremetida más general contra los resortes democráticos del país. El presidente de la Cámara habló de una «trágica coincidencia» e incluso se planteó posponer la votación. Para buena parte de la oposición, el gobierno no hace más que desviar la atención de los problemas urgentes, vinculados a la crisis económica y sanitaria del país.
Durante estos meses, hubo numerosas movilizaciones contra las políticas del gobierno brasileño, exigiendo medidas más decididas contra la pandemia y bajo la consigna común #ForaBolsonaro. Se estima que las protestas llegaron a extenderse a más de 400 ciudades y lograron la adhesión de sectores independientes y de centroderecha, como el PSDB, además de las fuerzas populares que impulsan estas acciones callejeras.
La presidenta del PT, la diputada Gleisi Hoffmann (PR), destacó además la creciente inflación de los alimentos y los combustibles. «No tenemos un gobierno eficiente que gobierne para el pueblo», dijo. «Con toda esta situación de dificultad, ¿qué está haciendo Bolsonaro? Está pensando en las elecciones. Quiere cambiar el sistema electoral. Quien tiene un voto no se esconde detrás de un tanque».
Está claro que Bolsonaro no está pasando su mejor momento, con varios frentes abiertos, entre ellos, su disputa con el Poder Judicial. El Tribunal Superior Electoral (TSE) abrió una investigación administrativa contra el mandatario por su campaña de difamación contra el sistema electrónico de votación. Y es que Bolsonaro ya agitó el fantasma de fraude de cara a los comicios de 2022 —sin presentar ningún tipo de prueba— y señaló que, si se mantiene el voto electrónico, Brasil acabará como Venezuela.
Sus declaraciones no solo encontraron el rechazo del campo popular, sino también de sectores poderosos del Brasil. En una declaración titulada «Las elecciones serán respetadas», publicado en los principales periódicos el 5 de agosto, un conjunto de banqueros, empresarios, economistas y asesores del mercado financiero salieron en defensa de la Justicia Electoral y el respeto de los resultados. Esto no habla de una ruptura, pero sí de cierto desgaste de la burguesía nacional, que demanda garantías para sus negocios y no cuenta aún con un candidato de tercera vía que sustituya al actual presidente.
Impeachment vs disputa electoral
¿Cómo enfrentar y derrotar a Bolsonaro?, es la pregunta que se hace el arco de la oposición. En mayo, Lula da Silva se reunió con Enrique Cardoso —quien fuera presidente de Brasil entre 1995 y 2002— en lo que podría interpretarse como un gesto, una señal de que es necesario conformar una alianza amplia para sacarlo del poder.
La dificultad de gobernar es evidente, en un contexto de enorme fragmentación del sistema político, situación que se vio agravada a partir de 2014, durante el mandato de Dilma Rousseff, y que terminó en un golpe bajo la figura de Michel Temer. Las alianzas electorales con sectores de la derecha han sido un auténtico salvavidas de plomo para las aspiraciones populares.
Pero la creciente militarización del aparato estatal, sumada a la radicalidad que Bolsonaro alienta en su base de apoyo, hace temer por el futuro democrático del país. Es por eso que hay sectores que proponen no esperar a las elecciones y avanzar hacia un impeachment. Se necesitarían al menos 2/3 de los votos favorables en la Cámara de Diputados para que la iniciativa prospere. En vista de las últimas votaciones del Congreso, es un escenario más bien improbable.
“No creo en el golpe de Bolsonaro”, aseguró tajante Lula.”El gran golpe que asestó fueron las elecciones de 2018. Mintió toda la campaña, no participó en ningún debate y fue elegido”, remarcó, en línea con la necesidad de enfrentarlo en la arena electoral. Tras recuperar sus derechos políticos, Lula se perfila como el mejor contendiente, y aseguró que si está “en la mejor posición para ganar” y tiene “buena salud”, no dudará en ser candidato.
La imagen de Lula ha ganado fuerza a lo largo de este año y eso también se expresa en las encuestas. De acuerdo a los últimos sondeos del Instituto Datafolha, su intención de voto supera el 46% en primera vuelta. Lula también lidera la disputa en todas las simulaciones de la segunda vuelta, en la que enfrentaría a Bolsonaro. El exmandatario aparece con el 58% de las preferencias frente al 31% del actual presidente.
Por su parte, el debilitamiento de la imagen de Bolsonaro tiene mucho que ver con el desarrollo de la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) sobre COVID-19, donde quedó en evidencia la inacción del gobierno federal durante la pandemia y las maniobras de corrupción en su gestión de las vacunas. Aún con una imagen dañada, Bolsonaro va por la reelección y moviliza a los suyos, apostando a una recuperación económica que le permita ganar aire en el futuro cercano. Queda más de un año para las presidenciales.
Brasil en la geopolítica global
En un continente donde conviven varios procesos abiertos, Brasil puede ser decisivo para la reconfiguración regional. Cada país enfrenta sus propias batallas, de manera dispar, al tiempo que se discute cuál es la mejor forma de articular entre vecinos. El cono sur no es el epicentro de las miradas, pero sigue siendo estratégico.
Es por eso que en la primera semana de agosto, Jake Sullivan, asesor en materia de seguridad del presidente Joe Biden, hizo una gira por los dos países centrales de ese bloque: Brasil y Argentina. Sullivan es un hombre de confianza de Biden, que también trabajó cerca del expresidente Barack Obama. La visita de Sullivan ocurre apenas un mes después de la que realizó el director de la CIA, William Burns, en Brasil y Colombia.
Sullivan fue recibido por la primera plana del gobierno carioca, desde el presidente hasta el ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Franca, pasando por el ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, Augusto Heleno; el secretario especial de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, Flávio Rocha; y gobernadores de los estados de la Amazonía.
No es que Bolsonaro sea una figura simpática para Biden, sino que Brasil representa un aliado importante en el intento por contener la influencia de China en la región. Una de las preocupaciones centrales de Estados Unidos es la expansión territorial de Huawei, el gigante asiático de las telecomunicaciones. En esta visita, Sullivan le habría ofrecido apoyo a Brasil para que se convierta en socio de la OTAN a cambio de evitar la participación de Huawei en el mercado nacional de 5G, aunque esta versión luego fue desmentida por el director de Tecnología y Seguridad Nacional de Estados Unidos, Juan González.
A falta de mayores acuerdos comerciales, Estados Unidos apuesta por compromisos en materia de seguridad, en un contexto en el que la llamada geopolítica de las vacunas contra el COVID-19 lo mostró relegado respecto a Rusia y China, de mayor iniciativa en la región. El desentendimiento puede remontarse a la era Trump y mucho antes. Como sea, Estados Unidos no está dispuesto a observar con pasividad el avance económico y financiero de su principal rival geopolítico.
De acuerdo al periódico Folha de São Paulo, Sullivan también habría subrayado la importancia de no socavar la confianza en el proceso electoral de Brasil, como quien habla desde sus traumas recientes, considerando la conflictiva salida de Donald Trump. De hecho, Jair Bolsonaro fue uno de los últimos mandatarios en reconocer la victoria de Biden y acompañó públicamente la narrativa de fraude, la misma que ahora alimenta y anticipa en su país.
Este lunes, Eduardo Bolsonaro, diputado e hijo de Jair, publicó una foto junto a Trump y un mensaje: “Estamos juntos en una convergencia de ideales (…) Aproveché para invitarlo [a Trump] a venir a nuestro país cuando lo crea conveniente, tal vez en un CPAC [Conferencia de Acción Política Conservadora]”. La familia Bolsonaro también se ha mostrado cerca de algunas de las principales referencias de la derecha radical europea; en España, Alemania y Hungría, por poner algunos ejemplos.
Es difícil pensar un rol articulador para Bolsonaro en términos de las derechas globales, considerando su futuro incierto dentro del país. Pero las aspiraciones de estos sectores claramente son elevadas y van encontrando nuevos voceros en la región. Más allá de la cosecha en términos institucionales, han demostrado incidencia en el debate público y en los niveles de violencia social. Y cuando acceden al poder, las consecuencias institucionales y sociales son de largo alcance, como ya lo demuestra la dramática experiencia brasileña.

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