Tras el triunfo en las elecciones generales del 27 de octubre de 2019, el actual presidente electo, Alberto Fernández, centralizó la retórica de amplitud del Frente de Todos, y profundizó aún más su discurso de tono alfonsinista, evocando las palabras y los pronunciamientos del dirigente radical en su campaña presidencial de 1983.
En sintonía, su despliegue narrativo también retomó la valía de la justeza y el compromiso desde lo político, institucional y económico, y se ubicó en una zona de sobriedad dominada por Néstor Kirchner, tras su asunción en 2003.
De esta manera, el discurso “albertista” opera desde una intertextualidad que entrecruza las estrategias enunciativas de dos líderes democráticos que, a su modo y conforme a los contextos inmediatos, tuvieron que reconstruir lazos sociales, suavizar conflictos y/o contener enfrentamientos potencialmente desordenadores.
En 1983, tras obtener el 52% de los votos, Raúl Alfonsín se convirtió en el rostro de la transición a la democracia que contuvo la desesperación, los traumas y los ardores de una sociedad que salía de una etapa oscura, con terrorismo de Estado, ruptura política y economía destruida. “Entre todos vamos a constituir la unión nacional, consolidar la paz interior, afianzar la justicia, proveer a la defensa común”, expresó el 10 de diciembre, desde los balcones del Cabildo.
En 2003, con el 22% de los votos y luego de que Carlos Menem renunciara a participar de un ballotage, Néstor Kirchner se convirtió en el nuevo presidente de la Argentina. Su momento histórico también estuvo atravesado por una crisis profunda, altos índices de pobreza, endeudamiento feroz y una generalizada decepción en la clase política. «Llegamos sin rencores, pero con memoria. Memoria no solo de los errores y los horrores del otro. Sino que también es memoria sobre nuestras propias equivocaciones», dijo en su asunción del 25 de mayo del mismo año.
Fernández, por su parte, retoma las potencias de esas puestas en palabras con el propósito de edificar su propio escenario de descripciones. El planteo de reconstrucción, solidaridad y trabajo en común es una base fundamental de la “retórica albertista”, y es también su respuesta a la radicalización hacia la derecha que desarrollaron tanto Mauricio Macri como los candidatos de Juntos por el Cambio durante los meses de septiembre y octubre.
Vivir en distintos barrios
El tono mesurado y de concordancia de Alberto Fernández se fue afianzando luego del primer debate televisivo, tras la breve, pero intensa referencia sobre su dedo índice al hablar y debatir. En este sentido, su apuesta discursiva se puntualizó más aún en los actos llevados a cabo en La Pampa (17 de octubre, Día de la Lealtad peronista), en Mar del Plata (cierre de campaña) y en el búnker de la victoria (tras conocer los resultados que dio ganadora a la fórmula presidencial del Frente de Todos).
“El Frente de Todos nació para incluir a todos los argentinos y a todos los argentinos estamos convocando”, remarcó en su discurso de triunfo, luego de una encendida intervención del gobernador electo de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, y una nivelada participación de Cristina Fernández, actual vicepresidenta electa. “Vamos a construir la Argentina igualitaria que soñamos, y ojalá que quienes sean nuestros opositores en estos cuatro años sean conscientes de lo que nos han dejado y nos ayuden a reconstruir el país de las cenizas que han dejado”, enfatizó.
Tras este evento, el discurso de Alberto Fernández fue considerado el más ecuánime de la noche e, inclusive, fue el menos criticado por los medios de comunicación que aún antagonizan con la “retórica kirchnerista” (reorientada hacia la figura de Kicillof).
En esa línea, en el inicio de la semana post-elecciones, el ex jefe de gabinete de Néstor Kirchner se reunió con Macri en la Casa Rosada, tuvo encuentros con empresarios que apoyaron a Cambiemos en su momento y comenzó a hacer las articulaciones necesarias para mostrar coincidencias entre su discurso de diálogo y la efectiva realización del hecho.
A partir de ello, la figura de Alfonsín fue recuperada para subrayar la necesidad de una armonía interna, en pos de “la estabilidad de la democracia” y la participación de una oposición responsable que logre emular “la ayuda de un peronismo que se renovaba y buscaba ser democrático” durante la década del ochenta.
En suma, el recuerdo de Kirchner activa las dosis de pragmatismo político y plantea objetivos precisos de rearmado tanto del peronismo como de otras fuerzas progresistas o transversales que resultan clave para darle integralidad al Frente de Todos. Asimismo, la “retórica nestorista” fortalece la reorganización de los compromisos financieros internacionales y destaca una participación en la negociación “sin imposiciones ni condicionamientos”.
Así, la estrategia discursiva de Alberto Fernández consiste en cohabitar las voces de Alfonsín y Kirchner, a fin de atravesar un estadio de crisis que requiere de la convivencia y la referencia democrática e institucional.
Mientras que el recuerdo alfonsinista reafirma las características éticas de la política y la formulación de un discurso de consolidación dialoguista, el enlace con el primer kirchnerismo robustece las nociones económicas de acuerdos y la defensa de un estado eficiente y de cuidado general. De este modo, la “narrativa albertista” conforma una mirada inclusiva (ese sería el legado cristinista principal) y potencia una lógica armónica, quizás melódica y a la Sui Generis: “Pueden venir cuantos quieran que serán tratados bien, los que estén en el camino: bienvenidos al tren”.