Según surge de la ensalada que Tomás Abraham hizo entreverando el agua y el aceite, la renovación peronista y los alzamientos carapintadas (ver abajo), su benévola posición respecto a Jorge Telerman se debe únicamente al aprecio personal que le tiene, pues no conserva la misma actitud al referirse a otras personas de parecidas afiliaciones y actitudes. Incluso en esa misma nota (ver abajo) al tiempo que absuelve al actual jefe del Gobierno porteño de cualquier pecadillo del pasado, condena a la renovación peronista en la que Telerman, como vocero de Antonio Cafiero, estaba inserto.
Telerman trabajó aquella época. Yo era alfonsinista, él no. Mucho más no sabía, supongo que estaba enterado de sus simpatías peronistas, pero me importaba poco. En 1987 tuvimos una fuerte diferencia con el levantamiento de (Aldo) Rico. Lo que yo llamaba fascista torturador, él decía, con casi todo el peronismo: pensamiento nacional. Sólo unos pocos «renovadores» defendieron el gobierno nacional. El relato rescatador de presuntos republicanos de la época es una patraña recurrente que quiere inventar democaretas a distancia.
Esto es un error muy grosero, supongo que consecuencia de citar y aludir de memoria, algo que a cierta edad no es prudente hacer.
No es verdad, para nada, que sólo «unos pocos renovadores» hayan defendido al gobierno de Raúl Alfonsín. Fue la renovación en bloque que lo defendió. Abraham pone la palabra renovadores entre comillas ¿Por qué? ¿Acaso no cree que hayan sido renovadores? Abraham es lo suficientemente grande como para entender que, además de un adjetivo, renovadores eran los integrantes de una corriente interna, la renovación. De manera que si no coloca la palabra alfonista entre comillas, tampoco debería colocárselas a renovadores.
Me pregunto si lo de Abraham es senilidad, nefreguismo o argucia, porque, además de corriente interna, la renovación era el sector claramente hegemónico del peronismo. Lo había quedado claro a través de sucesivos, aplastantes triunfos. ¿O acaso Grosso, Cafiero, Oraldo Britos, Manzano, De la Sota, Vaca, Busti y Bordón habían bajado de un plato volador? ¿O acaso pelearle de igual a igual a Herminio, a los pesados de la CGT, a Barrionuevo, a los Corea y a los Saadi en su propio terreno le hubiera sido posible a un puñado de descolgados?
La renovación, más allá de las valoraciones políticas que puedan hacerse hoy, era el sector claramente mayoritario del peronismo y tuvo, respecto a los golpistas de Semana Santa, una postura y una acción de repudio mucho más decidida y nítida no ya que el radicalismo, sino incluso que el propio alfonsinismo. A la distancia corresponde reconocer que sin esa posición de defensa activa de la legalidad por parte de la renovación, en ese momento se habría producido un golpe.
El único dirigente de la renovación que fue ambiguo (pero no en esa oportunidad, sino más tarde, con Seineldín y no con Rico) fue Menem. Con el que, curiosamente, Abraham también fue siempre benévolo.
Una simple foto del balcón de la casa de gobierno lo muestra. El doctor Luder podría ser muy conservador en muchas cosas, pero en esta materia tenía conocimiento y sabiduría para repartir. Y ahí estuvo, parado al lado de Alfonsín. Nadie lo llevó ahí ni eso era nuevo para él, porque ya en su momento, a fines de 1974, se había negado de plano a ser presidente de un pregolpe a lo Bordaberry, que era el plan original de las Fuerzas Armadas, y que con otro político con menos inteligencia y sentido de la dignidad personal quizá hubieran conseguido coronar.
Si es verdad que Telerman en su momento imagiñó que tras la embetunada ñata de Rico resurgiría el pensamiento nacional, eso fue cosa suya y no del peronismo ni de la renovación. Tampoco quiero ensañarme con el ex embajador sin licencia: no me parece que un error de juicio sea suficiente para descalificar a nadie. Cualquiera se puede equivocar. Cualquiera que haga. Cualquiera que esté en las cosas y no sólo hable de ellas desde ninguna parte.
No descalifico el análisis ni a los analistas de la realidad o de la historia. Pero las cosas hay que hacerlas bien. Y no creer que se analiza cuando apenas se está opinando a la bartola con parecida profundidad a la de Mirtha Legrand.
¿A quién creerá aludir Abraham con eso de «El relato rescatador de presuntos republicanos de la época es una patraña recurrente que quiere inventar democaretas a distancia.»?
¿A Kirchner? No parece, porque si bien Kirchner no tenía entonces mayor protagonismo, se encuadraba claramente en la renovación. Como Galmarini, Unamuno, Prince y Herminio Bayón en provincia de Buenos Aires, Oraldo y Mones Ruiz en San Luis, Gioja en San Juan, Guillán, Germán Abdala, los muchachos de Farmacia en el sindicalismo, o lo que quedaba de nuestra generación –Pemo, el Vasco Orduna, el Conde Ramos, Alasino, Jaime y Emilio– se imponía en toda la línea en Entre Ríos.
En fin, K era de la renovación y la renovación, sin hesitar, cerró filas con el gobierno de Alfonsín, lo que cualquier persona adulta, decente y con sus neuronas en condiciones recuerda con claridad. Que Abraham le pregunte a Alfonsín, si quiere. A Jaunarena no. Ese, que era alfonsinista y encima ministro de Defensa… estaba con los milicos.
¿Quiere aludir a Alberto Fernández? En esos años era alumno de Litto Nebbia y se dedicaba al rock. Y Anibal… es más o menos de esa edad. ¿A quienes del gobierno quiere aludir? Los aludibles, por edad y trayectoria, son Iribarne, Ginés, Nilda Garré, Taiana, Tomada, Parrilli, Kunkel, Zanini (que entonces era de la izquierda maoísta), ¿A cuál de ellos llama «democareta»? ¿Cuál de ellos fue progolpista?
Iribarne era inseparable de Corach, y se diga lo que se diga de ambos ¿a qué clase de tonto o de ignorante se le ocurre desconocer el rol decisivo de Corach tanto en la renovación como en el sostenimiento del gobierno de Alfonsín? Por no mencionar la llegada de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA durante la dictadura… en la que, dicho sea de paso, tuvo un rol destacadísimo — muy por encima de Oscar Alende o Alfonsín– ¡Hermino Iglesias!
¿Verdaderamente ignora Abraham que todos los que nombré –excepto Luder y Cafiero– estaban en la lista de tipos a fusilar en la primera semana del golpe militar en ciernes? Lista que, por cierto, encabezaba Manzano. Teníamos todo listo para sacar a Manzano, Vaca y De la Sota en un gomón hasta Nueva Palmira, de lo que Jorge «El Cabezón» Alonso podría dar fe porque estaba a cargo del gomón y de arreglar con Prefectura que nos dieran una hora de luz antes de salir a interceptarnos.
Hablando de luz, el viaje iba a ser de noche, para lo cual hubo varios muy imprudentes viajes de prueba.
Esta clase de descalificación in totum a que son tan propensos algunos que no sé si son burros o turros, es un exceso, una ofensa a la inteligencia de los demás, y un agravio muy serio a tipos que pueden haber hecho muchas macanas, pero que no todo lo que hicieron fueron macanas.
Si los gansos pueden graznar con libertad, es porque algunos «democaretas» se rompieron el tujes y arriesgaron el pellejo.
No me parece excesivo pedir un poco de decencia. Y que se mida a los demás con la misma vara que se usa para los amigos.
La nota de la discordia:
Semblanza de un candidato
por Tomás Abraham.- Conozco a Telerman desde 1985. Ingresó como ayudante de cátedra de la materia filosofía en el CBC. Luego me siguió en los cursos de la materia electiva Espacios de Saber y Espacio de Poder de la carrera de Arquitectura de la UBA. Tuvo un rol activo en el Colegio Argentino de Filosofía, que dirigí desde 1984 hasta 1992. Apenas comenzamos a trabajar le pedí traducir partes de los dos últimos libros de Foucault: El uso de los placeres y El cuidado de sí, años antes de que lo hicieran las editoriales. Gracias al nuevo material miles de alumnos pudieron estudiar y discutir las cuestiones de filosofía, política y sexualidad en Grecia, y en la actualidad.
Al entrevistarlo no le pedí mostrarme el título, ni se lo pedí a los cuarenta docentes con los que formé la cátedra para la facultad de psicología, CBC, arquitectura. Lo hice por principio ético-político y se lo impuse a las autoridades de la UBA. La consideración de antecedentes académicos en un país que venía de una dictadura criminal, de facultades que hacían desaparecer estudiantes y profesores, de decanos militares -como en psicología en donde me dijeron al ingresar como profesor titular por concurso interno en abril de 1984, que el ex decano era un capitán de la marina-, una universidad sectaria y destructiva que en nombre del pensamiento nacional reinó antes del golpe, y un país en el que intelectuales y estudiosos, tuvieron que hacer su propia cultura a pulmón, decidí entrevistar a uno por uno y preguntarles qué estaban dispuestos a dar.
Por supuesto que hice una selección. Docentes con estudios incompletos, filósofos vocacionales y estudiantes de primer año de la UBA con pasión docente y sólida formación, trabajaron junto a egresados de la Kennedy, libreros veteranos, sociólogos de la universidad de Belgrano, y profesores que habían, ellos sí, trabajado en la UBA en los años nefastos. Yo no era un Juez, y el país en el que vivía albergaba mucha gente con pensamientos distintos y no todos eran héroes o mártires.
Lo importante fue hacer y hablar, pensar y trabajar, aprovechar cada minuto de la libertad que no habíamos conocido y que no podíamos desperdiciar.
Telerman trabajó aquella época. Yo era alfonsinista, él no. Mucho más no sabía, supongo que estaba enterado de sus simpatías peronistas, pero me importaba poco.
En 1987 tuvimos una fuerte diferencia con el levantamiento de Rico. Lo que yo llamaba fascista torturador, él decía, con casi todo el peronismo: pensamiento nacional. Sólo unos pocos «renovadores» defendieron el gobierno nacional. El relato rescatador de presuntos republicanos de la época es una patraña recurrente que quiere inventar democaretas a distancia.
Telerman estaba vinculado a Cafiero, y luego Guido Di Tella. Así entró a la política. Alguna vez me preguntó qué pensaba del canciller, y le dije que me parecía un inepto. Reconozco que mi opiniones sobre figuras del peronismo son algo terminantes.
Sé que el ciudadano mediocre se siente mejor cuando escupe sobre los políticos, lo hace sentir más inteligente, moral, justificado en su fracaso personal. En el grito contra los políticos hay una buena cuota de resentimiento.
Lo perdí de vista ya que tuvo funciones diplomáticas en París y en Washington. Fue nombrado organizador de una Expo-Sevilla y se cayó el techo de un stand. Lo usaron de chivo expiatorio y lo echaron, pero se calló y no buscó excusas ni delegó responsabilidades. Más tarde, unos años después, después de ser asesor del director de la OEA, es nombrado embajador en Cuba, y Fidel lo apreciaba mucho a pesar de no tener el título en regla.
La dinámica sin igual del peronismo hace que en las internas que lo caracterizan, lo viéramos al lado de Béliz. Me gustó la actitud. Critiqué a Béliz en algunas notas, y fuerte, pero sabía que su modo de pensar la política iba más allá del puritanismo del Opus Dei.
Las personas no son bloques de hormigón, y no todas piensan lo mismo, hay que tomarse algo de trabajo antes de juzgarlas. La labor de Béliz, el de la «derecha» como dicen los neorreaccionarios de la izquierda de hoy, lo hizo merecedor de la expulsión de la política y del país. Vio y dijo algo que no debía ver ni decir, al menos por la salud de sus hijos. No hay como la izquierda kirchnerista para aclarar esos tantos.
Por el lado flaco que unía al «belicismo» con el peronismo progresista del Frepaso, Telerman apoyó ese movimiento nuevo de la política. El resto es historia conocida. Un secretario de cultura como deben ser esos funcionarios, libres con el pensamiento, curiosos ante las innovaciones, abiertos y sin prejuicios.
Por eso lo nombró a Quintín y lo dejó hacer lo que quisiera en el BAFICI todo el tiempo que estuvo en la secretaría. Sólo un aventurero de la política viene a mi casa para preguntarme por la gente de El Amante, en donde yo escribía, y querer saber qué pensaba de Quintín. A mí, un elemento político más inorgánico imposible.
Creo que es trabajador, que no se guía por los marchitos e inútiles prejuicios de la política argentina, es una suerte que haya circulado por sus frentes, no existen las doctrinas sino la calidad humana. Me parece que es inteligente, que no hace política para su bolsillo, y que es mucho mejor que la estafa que tiene enfrente con sus dos caras. Los dos con un flor de título, ya sea de Flacso o de la Católica.