Por Ricardo Ragendorfer
Fue días después del ballotage de 2015. Mauricio Macri, siendo ya presidente electo, escrutaba el horizonte a través del ventanal de su lujoso apartamento, situado en la Avenida del Libertador al 2800, con vista a la Plaza Alemania. Entonces giró sobre sí para soltar:
– ¿Cómo te ves dirigiendo la AFI, Negro?
Así, con ese apodo, llamaba a su dilecto amigo, el escribano y traficante de futbolistas Gustavo Héctor Arribas.
Éste, desde un sillón, enarcó una sola ceja, antes de contestar:
– Y… me causaría un lucro cesante.
Macri comprendió: de aceptar, el tipo resignaría las fabulosas ganancias que le deparaba su actividad por un sueldito de 70 mil pesos. Pero dijo:
– Calculá que vas a manejar un presupuesto de 108 millones de dólares anuales. Gastos reservados. ¿Me explico?
Esas dos últimas palabras las exclamó con una sonrisa pícara.
– Debo consultar con mi familia –fue la respuesta de Arribas.
Se refería únicamente a su segunda esposa, la abogada brasileña Linda Summy, con quien residía en la ciudad de San Pablo, donde además estaba la sede de sus empresas.
El resto es de dominio público: Arribas fue designado “en comisión” al frente de la AFI el 10 de diciembre; el Senado recién aprobó el nombramiento en agosto de 2016, y su jura –tomada por Macri en el Salón Blanco de la Casa Rosada– ocurrió el 29 de noviembre.
También se sabe que, al mudarse Macri a la Quinta de Olivos, Arribas le alquiló el piso de la Avenida del Libertador por una suma simbólica. Y que a fines de 2018 –por no dudar del triunfo de Juntos por el Cambio (JxC) en los comicios del año siguiente, apostando por añadidura a su continuidad como funcionario– adquirió un piso de 140 metros cuadrados no lejos de allí para que Linda, una ferviente runner, pudiese trotar por los Bosques de Palermo. Ese hombre no dejaba detalle librado al azar.
Pero aquel fue un terrible error de cálculo, agravado aún más por la pandemia, que imposibilitó su regreso a Brasil justo cuando el escándalo del espionaje ilegal efectuado desde la AFI lo puso a centímetros de su procesamiento.
Dicen sus allegados que tal contrariedad lo tiene tenso y alicaído. Y que mitiga en su domicilio las horas muertas de la cuarentena sin apartar los ojos de los noticieros. Y que rehúye los insistentes llamados telefónicos de quien fuera su segunda en la central de espías, Silvia Majdalani, cuyo nerviosismo lo saca a él de las casillas. Y que, en cambio, mantiene profusas comunicaciones por WhatsApp con su abogado, Alejandro Pérez Chada, el mismo que atiende a Macri. Y que, en tanto, Linda corre en una cinta como si fuese un hámster.
Quizás en medio de tan particulares circunstancias, el otrora poderoso “Señor 5” –tal como se los denomina en la AFI a los cabecillas de turno– haya evocado el vidrioso debate en la Cámara Alta sobre su pliego, donde tuvo que despejar observaciones insidiosas de ciertos senadores por la inclusión de su nombre en el affaire de los Panama Papers.
En aquella ocasión esgrimió: “Jamás he tenido, formal o informalmente, una empresa radicada en Panamá”.
Y salió airoso del asunto.
Ahora acaba de enviar al juez federal Marcelo Martínez De Giorgi –que investiga las pinchaduras de correos electrónicos– un escrito en defensa de su buen nombre y honor.
En esta ocasión esgrime: “Jamás dispuse, formal o informalmente, la interferencia indebida de comunicaciones de ninguna especie”.
Pero su cabeza, a los 62 años, pende de un hilo.
Fútbol para todos
La historia del añejo vínculo entre Arribas y Macri bien podría ser incluida en el género literario de las epopeyas futboleras y sus lecciones de vida.
Transcurría el quinto año de la última dictadura. Y las preocupaciones del joven Mauricio –por entonces, estudiante de Ingeniería en la Universidad Católica– aún nada tenían que ver con la política.
– Che, nos falta un delantero –se quejó un día, con resignación.
El futuro presidente armaba con otros ex alumnos del colegio Cardenal Newman una gira para jugar a la pelota en los Estados Unidos.
– Conozco un pibe que podría servir –terció su amigote, Pablo Clusellas (secretario de Legal y Técnica del régimen macrista).
Así arrimó al equipo Los Cardenales a un condiscípulo de la Facultad de Derecho. Se trataba de Arribas.
Su aspecto era engañoso: petiso, chueco y de tez tostada. Costaba creer que fuera un egresado del Colegio Marianista, pero con la “número cinco” era un rayo. A Mauricio lo deslumbró de entrada. No solo por tamaña habilidad sino por sentir que ese muchacho –fruto de una familia no muy acaudalada–era un emprendedor nato.
Fue el puntapié inicial de una provechosa relación, la cual –en rigor– se consolidaría tres lustros después.
Durante ese lapso los intentos de Arribas por dar el batacazo resultaron inacabados. En 1984 obtuvo el diploma de escribano por la UBA y contrajo enlace con la psicóloga Silvia Girón. Entonces consiguió trabajo en el bufete del suegro, notario como él. Lo conservó incluso tras divorciarse, puesto que su amistad con la ex cónyuge era loable. Ya a comienzos de los noventa se independizó,
alquilando una pequeña oficina en la calle Viamonte 1328. Allí alternaba el ejercicio de la profesión con el armado de Sociedades Anónimas. En total, probó suerte con tres: Open Náutica (fundada con cinco socios en abril de 1991 para producir vehículos de agua), Maipú 839 (fundada con tres socios en julio de 1992 para la explotación de bares y restaurantes) y Dictum (fundada con tres socios en 1994 para proveer servicios jurídicos), la única en llegar indemne a la segunda mitad de la década.
Mientras tanto, Macri también trataba de realizarse, pero en el campo de la dirigencia deportiva.
En este punto bien vale recordar un episodio de la época: la quiebra del Banco Extrader, dirigido por el financista Marcos Gastaldi. Su escandaloso colapso se produjo a fines de 1994 y dejó un tendal de damnificados; entre ellos, don Franco Macri, que en aquella ocasión perdió 10 millones de dólares. Los había depositado por consejo de Mauricio, amigo del polémico banquero.
Poco después, cuando fue elegido presidente de Boca, Franco lo llamó para expresarle sus congratulaciones. Eso sí: con una ironía no exenta de recelo, le dijo: “Eh, Mauricio, que esto no nos salga tan caro como lo de Gastaldi”.
Aquella maldita frase le valió mucha terapia. No podía darse el lujo de fallar en su nuevo desafío y, a pesar de ello, ignoraba cómo despojarse del pánico que le producía la perspectiva de defraudar otra vez al papá. Y tomó una decisión.
Es posible que Arribas jamás haya olvidado la llamada que atendió en una tarde veraniega de 1995. Desde el otro lado de la línea, el nuevo titular del club de la Ribera simplemente le imploró: “Te necesito a mi lado, Negro”.
Macri lo convocó para elaborar y revisar contratos en las transferencias de jugadores, además de asesorarlo en diversos dilemas administrativos de esa “asociación civil sin fines de lucro”.
De modo que vio pasar fortunas ante sus narices, limitándose a legalizar el enriquecimiento de terceros. Entonces decidió ser parte del negocio.
Su debut en la actividad no estuvo desprovista de sombras. Fue en 1997 con la transferencia del jugador de Estudiantes, Martín Palermo, a Boca. Lo cierto es que Arribas supo adquirir a hurtadillas un 30% del pase y, con el visto bueno de Macri, arregló con el club –al cual representaba en esa operación– una venta por un monto considerablemente superior.
Dos años después dio la nota con el pase del jugador de Talleres, Diego Garay, al Racing de Estrasburgo. La transferencia fue inobjetable, salvo por un detalle: al jugador lo embarcaron hacia Europa con un pasaporte falso. El club cordobés fue multado por la FIFA con una suma millonaria, mientras que Arribas recibió una sanción por actuar sin licencia de agente autorizado.
También mereció sospechas el doble pase, en 2007, de Carlos Tévez y Javier Mascherano al Corinthians de Brasil. Hay quienes aseguran que dicha operación fue un festín en el rubro del lavado de activos. Comisiones cobradas mediante una triangulación en paraísos fiscales y una pesquisa oportunamente cajoneada por la Unidad de Información Financiera (UIF) no favorecieron el prestigio de Arribas, ni el de sus socios, Fernando Hidalgo y el israelí Pinhas Zahavi, con quienes regenteaba la empresa HAZ (por las iniciales del trío). Y que intervino en otras tantas operaciones denunciadas.
La última trapisonda de Arribas en el universo del fútbol fue el intento de colocar al delantero de Boca, Jonathan Calleri, en el Inter de Milán. Lo hizo con un detalle que lleva su sello: a los efectos de engordar dividendos, el amigo de Macri incurrió en el intento de simular una contratación previa con el club uruguayo Deportivo Maldonado, usado con asiduidad por él con propósitos similares. Y con resultados exitosos.
La aventura con Calleri coincidió con la asunción de Arribas en la AFI.
La vida de los otros
Conviene regresar a aquella tarde del 3 de agosto de 2016, cuando el Señor 5 y la Señora 8 comparecían en la Cámara Alta para que los senadores aprobaran sus pliegos. El tiroteo de preguntas y respuestas era, por momentos, ríspido.
Arribas insistía en desvincularse de los Panamá Papers. Pero desde su banca, Adolfo Rodríguez Saá lo puso contra la pared con un dato irrefutable:
– Su nombre en está en el directorio de una firma radicada en Panamá.
Majdalani, muda, giró la cabeza hacia Arribas. Y éste, replicó:
– Así es. Hay alguien que tiene mi nombre. Debe ser un homónimo.
Majdalani respiró con alivio. Arribas le dispensó una sonrisa gélida.
Después le tocó defender el carácter reservado del presupuesto.
– Ese secreto tiene el propósito estratégico de no dar información a los servicios de inteligencia extranjeros.
– ¡Pero debe haber algún mecanismo de control! –sobreactuó el senador Miguel Ángel Pichetto.
– De ningún modo –replicó Arribas, con tono casi confesional– Abrir el organigrama de gastos sería darle a otros países información sobre nuestro personal, sobre cuánta plata gastamos y en qué la gastamos.
Pichetto asintió, algo avergonzado por no haber comprendido de entrada esta clave de la seguridad nacional. Arribas le dedicó entonces un gesto comprensivo. Así era él.
Hay un detalle que lo pinta por entero: El nombramiento en la AFI de su primera esposa, la psicóloga ahora especializada en Recursos Humanos, Silvia Girón, con la idea de conferirle al edificio de la calle 25 de Mayo un aire más mundano. De hecho, ella hizo un casting para incorporar recepcionistas de “buena presencia” en la antesala de cada dirección.
Arribas también llevó a la AFI a Mariano Herrera, un ex compañero de la facultad al que nombró jefe del Gabinete de Asesores. La idea del Negro era sentirse allí como en su propia empresa.
En la central de espías, él no era una figura decorativa, aunque la manejaba sin hundir las patas en el barro. Lo hacía a control remoto y su joystick era la billetera. El resto estaba en manos de Majdalani.
Claro que en el medio se topó con algunos sinsabores personales, como la batahola mediática que se produjo por el soborno que recibió de la empresa brasileña Odebrecht, presuntamente por su rol en la reactivación del contrato para el soterramiento del ferrocarril Sarmiento, cuya licitación la ganó aquella firma asociada con IECSA, la compañía de Angelo Calcaterra, el primo de Macri. El lazo de Arribas con el asunto quedó al descubierto por las confesiones del cambista carioca Leonardo Meirelles, quien –en el marco del escándalo de corrupción conocido como “Lava Jato”– reveló una transferencia efectuada por él cercana al medio millón de dólares a una cuenta offshore del ahora ex jefe de la AFI.
Al final Arribas salió bien librado del asunto, puesto que el juez federal Rodolfo Canicoba Corral lo bendijo con un sobreseimiento exprés.
En consecuencia, aquel disgusto no frenó la participación del Señor 5 en los cónclaves de la “mesa judicial” presidida por el jefe de Gabinete, Marcos Peña, en su carácter de comandante del Estado Mayor del lawfare.
Tampoco detuvo el espionaje a enemigos, amigos, aliados y hasta entre los propios agentes de la AFI. Espionaje continuo y sin pausa. Todos contra todos. Una suerte de revolución permanente, pero en clave fisgona. Tal fue el gran mérito de Arribas.
Ahora deberá pagar los platos rotos. Y quizás no quiera hacerlo sin el amigo que lo llevó a este embrollo.