Por una razón u otra, todos fingen demencia y hacen como si el
documental 9.53 hecho por Cuatrocabezas no existiera. Aquí, un link para verlo, a 14 años del atentado.
Escribo esta breve nota a pedido del editor de ZOOM. Hace unos años reusé seguir haciéndolo para Nueva Sión y le expliqué a su editor, Guillermo Lipis, que tener que hacerlo obligadamente al llegar cada aniversario del ataque a la AMIA me hacía sentir un tonto de capirote, pues hacía ya rato que había llegado a la conclusión de que a nadie (al menos a nadie organizado) le interesaba dilucidar quiénes, cómo y por qué ejecutaron «el bombardeo» (tal como definió aquel ataque en su último escrito Alfredo Yabrán, quien sabía de qué hablaba pues no sólo conocía a los instigadores del ataque, sino que también le pagaba generosos sobresueldos a muchos de los policías que tuvieron la responsabilidad primaria de investigar, quienes lo pusieron al tanto de todos los detalles que estaban ocultando por órdenes de la superioridad).
No quiero escribir del tema, pero me lo siguen pidiendo. Y es que durante más de tres años investigué el ataque por cuenta de la propia AMIA, producto de lo cual publiqué un libro, AMIA. El Atentado. Quiénes son los autores y por qué no están presos (Planeta, 1997). Libro que, lamentablemente, junto a numerosos aciertos, contuvo un error central (inducido por el abogado de la mutual judía, Luis Dobniewski, quien era mi única posibilidad de acceso al expediente judicial) a saber: no haber impugnado la supuesta existencia de un vehículo-bomba.
Muy poco después de la salida de aquel libro (que no obstante aquel error, y a causa de sus aciertos, fue activamente boicoteado por la DAIA, el gobierno y la propia editorial Planeta, que lo borró de su lista de novedades y lo privó de toda publicidad) y gracias a haber conocido a Carlos De Nápoli, a sus investigaciones y a las de Gabriel
Levinas (a quien nos une el amor por la revista El Porteño, que Levinas fundó en 1981 y de la que fui su editor de política años después) llegué a la conclusión de que no hubo Trafic-bomba sino apenas una Trafic-señuelo, y que se había producido una explosión en el volquete que un viejo camión Fiat de color naranja claro había dejado justo frente a la puerta de la AMIA tres o cuatro minutos antes de la catástrofe.
Por cierto:
1) El camionero había sido detenido ese mismo día y había mentido absolutamente en prácticamente todo, incluyendo a qué hora había llegado a la AMIA y por dónde, y en qué lugar había dejado el volquete;
2) Había llegado al lugar acompañado por un viejo Dodge 1500 conducido por un suboficial de la comisaría 7ª que le había dicho a los custodios policiales que se rajaran de ahí ya mismo (nadie lo escuchó decirlo, pero después que habló con ellos, uno de los custodios se alejó y el otro cruzó y se metió en el baño del bar de enfrente);
3) El camión y el volquete eran de la empresa Santa Rita, propiedad de unos libaneses que en los últimos diez meses habían comprado ilegalmente diez toneladas de amonal, el explosivo utilizado.
En fin: estos libaneses, Nassib Haddad y su hijo Jorge, habían sido detenidos por orden nada menos que de siete fiscales, pero ese mismo día, tras cabildeos entre el presidente Carlos Menem, el vicepresidente Carlos Ruckauf, el flamante jefe de la Policía Federal, comisario general Juan Adrián Pelacchi, el secretario de Inteligencia Hugo Anzorreguy y otros (a quienes le interese el episodio, les ofrezco una extensa nota, publicada originariamente en el último número de otra revista mítica: Humor registrado) se convocó al juez Galeano a la Casa Rosada, donde se le informó que la Disip venezolana (servicios de informaciones por entonces dirigidos por un cubano anticastrista obviamente puesto allí por la CIA) ofrecía un desertor iraní llamado Manoucher Moatamer que decía saber que eran compatriotas suyos los que habían atacado la mutual hebrea.
Menem le pidió seguidamente a Galeano que saliese ya mismo para Caracas para interrogar a Moatamer, llevándose consigo a los fiscales. Y para garantizar la inmediata salida del juez y los fiscales, y en una medida tan inédita como insólita, puso a disposición de Galeano el lujoso avión presidencial Tango 01. Antes de subir a él y sin comunicárselo a los fiscales, el juez —es de imaginar que a pedido del Poder Ejecutivo—, solícito, dispuso que se liberara a los Haddad. Sin comunicárselo a los
fiscales, según se quejaría José Barbaccia ante este periodista.
Como era de prever, Moatamer (que se había ido a Cuba y que luego había querido llegar a Estados Unidos en un boat-people) resultó ser un técnico de televisión perseguido por estafador y un chanta al lado del cual Maxwell Smart hubiera resultado un testigo serio. Pero aun así el maleable Galeano dijo al regreso que cuando conociéramos sus dichos nos íbamos a caer de espaldas y corrió a Olivos a informarle de ellos a un Menem que se durmió en el microcine de la residencia presidencial cuando Galeano se obstinó en exhibirle el video de los interrogatorios al
supuesto superespía.
Retomemos. Para subsanar aquel error central de no haber impugnado la existencia de un vehículo-bomba que a todas luces no había existido, escribí varias decenas de artículos (la mayoría publicados en Nueva Sión) e hice varias extensas presentaciones ante el inicuo juez Juan José Galeano pidiéndole que volviera a detener a los Haddad y al chofer del camión que había dejado el volquete frente a la puerta de la AMIA, así como a los muchachos santelminos (uno de ellos agente de la Federal) que habían dejado la Trafic-señuelo en un estacionamiento cercano a la mutual judía, e incluso demostré en un largo y meduloso escrito que el médico del Presidente estaba claramente involucrado en las maniobras previas a la carga del volquete explosivo en el camión.
Por fin, escribí un nuevo libro, Narcos, banqueros & criminales. Armas, drogas y política a partir del Irangate (Punto de Encuentro) para explicarme y explicar por qué Israel había sido (como ya había sucedido antes, al ser atacada en 1992 su embajada en Buenos Aires), quien encabezara el encubrimiento al imponer nuevamente la falsa historia del coche-bomba. En el caso de la embajada lo había hecho a través de su jefe de seguridad y del propio embajador (que se habían apresurado a proclamar contra toda evidencia que la legación diplomática había sido derribada por un coche bomba) y en el de la AMIA fue el general-rescatista Zeev Livne, quien antes de volverse a su país, llamó a una periodista para darle la exclusiva de que era inminente que se encontrase entre los escombros la carrocería del supuesto coche-bomba y los restos de su chofer suicida… Y muy poco después ¡Abracadabra! apareció nadie sabe bien cómo (en el juicio oral quedó demostrado que el acta de hallazgo por parte de un experto en explosivos de la PFA había sido una puesta en escena, cien por ciento falsa) un pequeño trozo de block de motor que, ¡oh casualidad!, tenía el número que condujo directamente a Carlos Alberto Telleldín, cabecilla de una banda especializada en fraguar esos números.
Por fin, convencí a la gente de la productora Cuatro Cabezas de hacer un documental sobre el atentado. Se llamó AMIA 9.53, y se emitió por Telefé en horario central hace cuatro años (al cumplirse una década del ataque) y creo que demostró sin margen de dudas que no hubo camioneta-bomba, y que en cambio sí hubo dos explosiones, la más destructiva de ellas, interna.
Sin embargo, y a pesar de su calidad, este documental no volvió a emitirse por Telefé, ni por ninguna otra señal de aire o de cable, lo que es harto sugestivo. Por suerte, alguien lo colgó en la red, por lo que todos los lectores de ZOOM pueden verlo cliqueando aquí:
http://video.google.com/videoplay?docid=-8717385752051116612&hl=en
Véanla. No se van arrepentir. Y por favor, envíenme sus pareceres a este mail.
En una próxima nota les comentaré los avatares del nuevo aniversario del ataque, en el que Israel y sus voceros locales nos han tomado por papanatas al reclamar que Argentina rompa relaciones con Irán cuando de ningún modo está probado que ese país haya tenido algo que ver… y en momentos en que Estados Unidos acaba de anunciar una «Oficina de negocios» en Teherán, paso previo a la reapertura de su embajada, cerrada manu militari por los partidarios del ayatolá Jomeini hace 28 años.
Por cierto, el virtual embajador iraní en Buenos Aires, Moshen Baharvand, dijo esta semana que «Estados Unidos e Israel tienen que reconocer que hacían espionaje en contra de tal o cual grupo armado de América Latina relacionado con tráfico de armas y drogas. Y que de esos grupos vino la venganza».
Es decir (y más allá de no se trate solo de latinoamericanos, ya que también hubo árabes, como los Haddad, involucrados en el ataque) refrendó públicamente la tesis central de Narcos, banqueros & criminales.
Quienes defienden la inocencia de Irán pero además pretenden que no haya ni árabes ni policías argentinos involucrados en la masacre (y sugieren que ésta fue perpetrada directamente por israelíes) guardaron estruendoso silencio ante tamaño reconocimiento, que parece haberles sentado como una patada en los dientes.