Amables comparaciones

El Director de La Señal Medios reflexiona acerca de las ventajas nacionales y regionales ante la crisis capitalista en los países centrales y alerta sobre la condición voluble de esta nueva era.

No está mal tomar los parámetros propios para alcanzar una comparación ecuánime.

Decir, por caso, que la Argentina se ha desindustrializado, en comparación con el ciclo previo al golpe de Estado del 76, y que por lo tanto el ingreso ha caído, así como el número de trabajadores sindicalizados.

Es lógico que intentemos arrancar desde nuestro mejor perfil y que, como sucede a diario en la conversación militante, se realce «todo lo que falta por hacer».

Sin embargo, ya está bien de evitar comparaciones con el presente mundial en medio de una crisis financiera extraordinaria y sin final a la vista. Es decir: ya está bien de seguir considerando a las naciones europeas como países serios, en detrimento de nuestros modestos desarrollos.

Si la comparación histórica con nuestra grandeza nos preocupa, el trazo directo con el panorama que se vive en zonas tomadas como «modelo» económico y organizacional permite, al menos, una dosis de optimismo realista.

Con claridad: el desempleo arrecia y no decae en Europa y en los Estados Unidos de Norteamérica. Las acciones destinadas a paliar la crisis han oscilado entre la intervención estatal para sostener a las mismas entidades crediticias que fomentaron el daño, y el ajuste empresarial sobre los trabajadores con el remanido objetivo de evitar la caída de compañías importantes.

Los resultados vienen siendo escalofriantes en más de un sentido y difíciles de asumir para el sentido común que destila eterna admiración por lo que ocurre en regiones distantes y distinguidas: cartoneros bajo la nieve en Alemania, millones de nuevos Sin Techo -angloamericanos, no sólo negros y latinos- en los Estados Unidos, default encubierto en Gran Bretaña, paralización productiva integral en España, 35 por ciento de desocupación en Irlanda, recortes salariales en Francia, por sólo mencionar un puñado de ejemplos comprobables sin recurrir a informes secretos.

En ese marco internacional la República Argentina, y buena parte de América latina, ha logrado acrecentar su producto bruto, mejorar la distribución interna, debatir y disponer alzas salariales y acrecentar parcialmente los niveles de ocupación . Sostener el cúmulo de reservas y ampliar la recaudación fiscal. Levantar el presupuesto educativo, ordenar aumentos en las jubilaciones y, como yapa, desplegar a niveles históricos el turismo de la tercera edad.

Así, el tan objetado presente nacional emerge en la liza real de los números y las proporciones, como vencedor -si cabe el término- frente a quienes por décadas nos atormentaron con recetas infalibles para el crecimiento y fueron adoptados por estos pagos como el ejemplo a seguir para concretar una sociedad moderna y eficiente.

¿Qué ha ocurrido? Las grandes empresas que gobiernan el primer mundo han priorizado sus intereses, asentados en la rápida circulación de capitales y en la acumulación sin inversión equivalente, por encima de los Estados y las comunidades sobre las cuales se asientan. Es decir, tras 200 años de proteccionismo inductor de mercados internos potentes, recayeron por la propia lógica de «la plata llama a la plata» en el liberalismo directo que sólo contabiliza cual gasto el sostenimiento de una dinámica productiva y consumista.

El origen de este movimiento puede rastrearse en las reaganomics surgidas de la llamada revolución conservadora liderada a nivel planetario por Ronald Reagan y Margaret Thatcher allá por los años ’80. Más allá de algunos interregnos, la Familia Bush y las administraciones conservadoras en varios países del Viejo Continente profundizaron la tendencia gestionando sus regiones con los libros de contabilidad de las corporaciones cual programas de gobierno.

Como contracara, los pueblos argentino, brasileño, venezolano, boliviano, ecuatoriano, entre otros, han sacado interesantes conclusiones del tramo liberal y han desandado -en ocasiones con fuerte heroísmo, como ocurrió por estas playas en el 2001- muchas de sus premisas en dirección estatalista, cooperativista, intervencionista.

Que muchos de los protagonistas de estos cambios no realicen este análisis, no significa que su accionar callejero y electoral no haya resultado orientado en ese sentido. Lo cierto es que mientras las «soluciones» de las grandes naciones recalan en vulgares ajustes, nuestros gobiernos -con todas sus diferencias, sus mañas y sus defectos- comprendieron el mensaje popular y propiciaron políticas activas para dimensionar los mercados interiores en beneficio de productores y compradores.

Ahora bien: el actual hostigamiento sobre todas las administraciones mencionadas, y muy particularmente contra las autoridades argentinas, se basa, esencialmente, en la exigencia rentista de tomar el camino del fracaso liberal que se muestra restallante a la vista de un mundo atónito. La eventual victoria de la pléyade política destituyente, guiada por los intereses empresariales concentrados, llevaría a nuestras gentes a un tramo largo y profundo de miseria aguda del cual resultaría sumamente difícil recuperarse.

La conjunción de estos gobiernos en sintonía, la ampliación de los espacios económicos distritales hasta convertirse en continentales, la gestación de banco y moneda comunes, la potenciación de inversiones compartidas puede resultar, en cambio, un camino apreciable para configurar una potencia continental lista para desplegar la vida de sus habitantes y, ahí si, para servir de ejemplo a otros contingentes humanos que traten de atisbar horizontes prácticos para sus destinos de mediano plazo.

Una nueva era, muy distinta a la conocida, está naciendo. Pero no tiene garantías ni irreversibilidad; es trascendente lo que está en juego y muchos sectores internos en nuestro país deberían empezar a comprender de una vez que el futuro de sus propias familias está ligado al desenlace de esta batalla.

Frente al comportamiento de amplias fajas de la medianía social argentina, cuyos intereses están directamente ligados al desarrollo local, nos preguntamos ¿Al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen? Si la respuesta es afirmativa, amigo lector, estamos fritos. Si el ser humano promedio logra comprender algo de lo que ocurre a su alrededor, otro gallo cantará.

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