Almuerzo de más

—No estoy de acuerdo con los movimientos— fraseó con arrojo de restos de bocado (salvo de ser almorzado) en la mesa de Chiquita.

Pensé en las dificultades que se suele tener cuando se intentan hacer, simultáneamente, dos cosas que son antagónicas.

No hablo del pensar y comer ni del comer y el pensar. Hablo de la imposibilidad que implica ser Lanata en la escenografía Legrand.

La marca, kilo más kilo menos, se instituyó con los favores de la democracia aventada luego de los años de plomo. Coincidente con la creciente de lo que hoy se llama progresismo, bajo el filtro teórico del doble demonismo, los jóvenes sin pasado o de pasado difuso emergían entre los heridos por el siniestro histórico de la dictadura para constituirse en una palabra pura.

Un invento necesario para seguir con lo posible poniéndole un blindex al pasado que nos separara de él y que nos permitiera espiarlo sin expiarlo.

La patente de ese invento redituó, especialmente para talentos como los de Lanata. Oro y fama bien ganados.

El registro de marca inspiró a toda una generación en este periodismo agonizante* que revoluciona la nada y propulsa la metastásis del pensamiento más reaccionario del que es capaz la sociedad argentina.

Un pequeñísimo burgués, audaz intérprete de la historia de Astolfi, bien dispuesto para las tablas del Maipo, sable desafilado y romo en la lucha contra las excrecencias de la política, errático faro para sustraer a los espíritus rebeldes de las tentaciones del cambio, libertario de las módicas libertades que ofrece la democracia liberal burguesa, ostentoso inteligente de instrucción dudosa, bien dispuesto al bien pensar a cambio de los halagos incondicionales, pequeño ser en un envase pomposo y sobredimensionado. He aquí lo que pudo verse claramente sentado a la mesa de Legrand.

Nada de lo que dijo allí necesita ser rebatido, fue glosario de loro gorila, casi un rezo reaccionario. Nada más.

Si lo mejor que puede ocurrirle a la tristeza del payaso es que se le corra la pintura del rostro para hacer más acusados los rasgos de la pena, lo contrario sucede con ese maquillaje heroico de los héroes sin batallas, poniendo al descubierto la falsedad de las heridas y las inconfesables intenciones del fraude.

Sabía yo que las luces de los sets trastornan al periodismo y a los periodistas, no sabía en cambio que esas luces terminan desnudando.

¿Será que estar frente a Legrand obliga a la ramplonería? ¿Será que ese coctel de necedad e insidia contamina todo lo que toca? ¿Será que en primera y última instancia Lanata es sólo eso que pudo verse en ese mediodía revelador?

Para bien de lo que debe saberse, en cualquier caso, mal le vino a Lanata y bien a la opinión pública ese patético almuerzo de más.

* Salven a Clark Kent. Buenos Aires. Corregidor. 2004

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