Algo más que elecciones: en Colombia el movimiento popular apuesta fuerte a la victoria

Las presidenciales del 29 de mayo en Colombia son históricas por factores internos, pero también por su posible impacto en la región. Un triunfo de la fórmula Petro-Márquez sintonizaría con las expectativas de cambio que se verificaron en las elecciones de este año en Chile, en Honduras y las que pronto tendrán lugar en Brasil.

En Colombia puede ganar una fórmula presidencial integrada por un exguerrillero de izquierda, Gustavo Petro, y una lideresa social negra, defensora del territorio y el medioambiente, feminista y madre soltera, Francia Márquez. La primera vuelta es el 29 de mayo y todas las encuestas le dan a Petro-Márquez una amplia ventaja sobre los demás candidatos. De no obtener el 50% de los votos deberán intentarlo nuevamente el 19 de junio, enfrentando al derechista ´Fico´ Gutiérrez, que seguramente sea quien llegue al balotaje. 

Ecos del estallido

Cuando se realice la primera vuelta electoral se habrá cumplido poco más de un año del último estallido social que sacudió al país. Aquella fue una verdadera rebelión popular, que se inició como un paro cívico convocado por centrales obreras y enseguida se desbordó sin control de ninguna estructura política o sindical. A la vez, esas jornadas fueron un eco ampliado de las protestas de 2019 y 2020, que también encuentran sus antecedentes en movilizaciones estudiantiles y paros campesinos durante toda la última década. 

Al igual que sucedió en otros países de América Latina, la posibilidad de cambio en las elecciones será resultado del acumulado del movimiento popular. Colombia, sin embargo, tiene una particularidad: la respuesta del Estado a las protestas expresó un nivel de criminalidad muy por encima de lo tolerable en cualquier otro país formalmente democrático. El Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz documentó casi ochenta asesinatos de manifestantes en los primeros tres meses de revuelta, a lo que se suman decenas de denuncias de violencia sexual en dependencias policiales y una cifra similar de desapariciones. Dada la edad de las víctimas, organismos de derechos humanos denunciaron un “juvenicidio”. A eso se suman las masacres por la acción de grupos armados vinculados al narcotráfico y las fuerzas armadas del Estado (treinta y siete en lo que va de este año), y crímenes selectivos de líderes sociales y excombatientes desmovilizados de las FARC. 

Además de la marcada crisis económica después de décadas de hegemonía neoliberal, el rechazo a la represión y la impunidad es parte de lo que ya no se tolera. El discurso legitimador de la violencia estatal que establece que las protestas y las comunidades campesinas en resistencia están infiltradas por las guerrillas ya no es creíble para casi nadie. El hastío social expresa una certeza que hoy cobra un sentido estratégico para las organizaciones populares: gran parte del pueblo quiere cambiar el gobierno, pero sobre todo cambiar la sociedad

Una fórmula presidencial audaz

Gustavo Petro, el candidato a la presidencia, hace gala de una valorable capacidad política e intelectual, lo que le ha permitido desafiar con coherencia a la casta política de la derecha conservadora. Pero, a la vez, él mismo es un político que transitó durante décadas el parlamento, diversas candidaturas y la alcaldía de Bogotá. Después de su juvenil participación en la guerrilla del M-19 hizo su carrera apoyándose en su carisma y su convicción de líder, despreciando instancias colectivas de organización y mecanismos democráticos de decisión. Por eso, aunque cuenta con apoyo en sectores amplios de la población, también se ganó el recelo de sectores de la izquierda y el movimiento social

En cambio, la figura de Francia Márquez expresa mucho más a cabalidad lo disruptivo que puede resultar el triunfo de esa fórmula presidencial. 

Francia es una mujer de 40 años formada en el movimiento social, en la conflictiva región del Cauca, entre campesinas y mineros negros, colectividad de la que hace parte y supo ser vocera. Desde joven ha sido una aguerrida defensora del medioambiente y el territorio. Enarbola los derechos de las mujeres pobres (“empobrecidas”, aclara). Un eje de su campaña es el impulso de una “reforma agraria feminista y ecológica” que entregue tierras a las mujeres para promover la agricultura familiar. Su carácter combina firmeza en la defensa de sus convicciones y sensibilidad hacia sus pares, pero también a la hora de responder a la violencia de la que es blanco. Cuando la cantante Marbelle la llamó ´King Kong´ –la sociedad colombiana sigue teniendo altas dosis de racismo–, Francia le respondió enviándole “un abrazo ancestral, como me enseñó mi abuela, para que se sane, porque no solamente el racismo nos daña a nosotros, sino que daña a quienes lo expresan”.

Igual de destacable es la forma en que llegó a la fórmula presidencial. Francia participó de la consulta electoral de marzo pasado como precandidata del Pacto Histórico, el frente que agrupa a la totalidad de las izquierdas, los sectores progresistas y los movimientos sociales. Obtuvo un resultado sorprendente: después de Gustavo Petro y su contrincante de derecha, ella fue la tercera figura más votada del país, superando a los candidatos del centro que cuentan con apoyo de medios y empresarios. Se especulaba con que Petro eligiera como compañero de fórmula a un candidato del Partido Liberal, pero la figura de Francia se impuso, proyectada por el masivo apoyo que le brindó el movimiento social.

Ganarle a la violencia

En marzo pasado hubo elecciones parlamentarias y consultivas (internas abiertas). Los resultados del Pacto Histórico en esa ocasión, al igual que lo que marcan las más variadas encuestas, habilitan el optimismo. Sin embargo, para ganar en primera vuelta Petro y Francia deberán obtener más del 50%, entre 9 y 10 millones de votos. Si no lo logran, los pronósticos hacia la segunda vuelta son menos promisorios: se especula con que la violencia política complique el panorama y la gente vote con temor. 

La violencia política es parte del ADN de los poderosos que siempre manejaron los resortes del país. A pesar de la desmovilización de las FARC, Colombia sigue siendo el país con más asesinatos de líderes sociales y personas defensoras de DDHH en América Latina. La campaña contra Petro y Francia apela al odio en redes sociales y operaciones de prensa que fomentan el terror mediático. El objetivo es erosionar la posibilidad de un triunfo en primera vuelta y profundizar el miedo con consignas del tipo “Colombia no quiere comunismo”, aunque nada tengan que ver con la realidad. Ese recurso les dio resultado cuando se plebiscitó el acuerdo de Paz en 2016 (lograron que gane el No) y en las pasadas presidenciales de 2018 (la elección se decidió más por el miedo anti-Petro que por el apoyo al candidato de la derecha). Sin embargo, ahora pareciera que con eso ya no les alcanza. 

Por eso, hacia la segunda vuelta, nadie puede asegurar que no recrudezca la violencia política contra candidatos, como sucedió más de una vez en la historia de este país. De hecho, ya está sucediendo: Petro debió suspender su gira por el Eje Cafetero a raíz de amenazas de muerte. Además, el 4 de mayo el grupo narcoparamilitar Clan del Golfo inició un “paro armado” que afectó a más de 80 municipios de 10 departamentos y bloqueó la circulación entre importantes regiones del país. Anunciaron ese estado de sitio paramilitar con el argumento de repudiar la extradición a EEUU del líder de ese grupo, pero es imposible no vincular la escalada de violencia con la coyuntura electoral. En pocos días los paramilitares incendiaron más de 180 vehículos en distintas carreteras y asesinaron al menos a 6 personas, ante la complicidad de la Fuerza Pública y la pasividad del gobierno. 

Mayor riesgo acechará si, a pesar de todas las zancadillas, Petro y Francia ganan la presidencia. Los intentos violentos de desestabilización, adelantados semanas atrás por un alto mando militar, no tardarían en llegar.

Latinoamérica espera(nza)

Las elecciones en Colombia cuentan con un contexto regional que va en sintonía. Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia en México en 2018, Luis Arce retomó el gobierno para el MAS en Bolivia en 2020, Pedro Castillo sorprendió en Perú en 2021, Xiomara Castro hizo lo propio en Honduras a principios de este año, al igual que Gabriel Boric en Chile. En Brasil, el próximo octubre será un mes decisivo: el primer domingo Lula disputará la presidencia con Bolsonaro y, en caso de no alcanzar el 50% de los votos, tendrá la segunda oportunidad tres semanas después. 

En cada caso, se trata de experiencias que intentan o intentarán dejar atrás la ortodoxia neoliberal en función de programas de gobierno que respondan a las expectativas de los pueblos. Sin embargo, son diversas, a veces antagónicas, las posiciones de esos gobiernos en cuestiones geopolíticas importantes, como la posición ante la guerra Rusia – Ucrania y la situación en Venezuela o Nicaragua. 

De entre los gobiernos mencionados, Petro eligió mostrar su sintonía con Gabriel Boric. Éste lo invitó a su asunción presidencial aun cuando por ahora el colombiano no es más que un candidato en campaña. Ambos coinciden en tomar distancia del gobierno de Venezuela. Ese desmarcamiento es una forma de esquivar las comparaciones con “el fracaso del socialismo” (discurso que, aunque maniqueo, cala en sectores populares que durante años vieron llegar migrantes en masa de aquel país). Aun si esa distancia resultara entendible en tiempos de campaña y de búsqueda de adhesiones sociales lo más amplias posibles, el caso refleja la dificultad para articular un bloque regional. Lejos están los tiempos en que el liderazgo de Hugo Chávez y el contexto económico favorable por los precios de las commodities a principios de este siglo permitió soñar con una Latinoamérica independiente de los condicionamientos de los Estados Unidos. 

Sin embargo, más allá de lo saludable que sería recomponer alianzas estratégicas como la Unasur o el ALBA, hay otro plano en el que un triunfo de Petro y Márquez sería una bocanada de aire fresco. 

Si el gran frente que reúne a todas las expresiones de la izquierda y el movimiento social se impone, toda Latinoamérica hará bien en sentirse parte de ese logro. Porque, al igual que sucede en los mejores momentos de la historia de nuestra Patria Grande, la gran fuerza que empuja el cambio en Colombia es el protagonismo popular. El mismo que se expresó en los paros cívicos y estallidos, y ahora apuesta a la disputa electoral. Desde hace tiempo se dice que en Colombia se juega la paz del continente. Ahora también se juega la esperanza.

Pablo Solanas desde Bogota

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