Al oeste de Guyuan

Por Rafael Poch;LaVanguardia.es.- En el sur de Ningxia, una región pobre del noroeste de China, los campesinos se sienten completamente abandonados por el gobierno y dicen que su vida no ha cambiado en los últimos veinte años de “milagro económico”

NINGXIA

En los campos del sur de Ningxia, la provincia más pequeña del país, situada en el corazón de la China septentrional, entre las provincias de Mongolia Interior y Gansú, se terminan estos días las labores de la cosecha. Es una región árida y montañosa, que se cuenta entre las más pobres de China. Tres son los trabajos de octubre que dominan el paisaje humano; la cosecha de la patata, el desgranado del cereal y el corte del rastrojo del maíz.

Cada labor tiene su estampa, que se repite en múltiples variantes a lo largo de un viaje de más de mil kilómetros. Familias acurrucadas en las laderas formando montones con los tubérculos y metiéndolos en sacos blancos, visibles a kilómetros de distancia. Mazorcas de maíz dispuestas en montones para su secado junto a las viviendas, que ofrecen brillantes contrastes amarillos en un paisaje de luz intensa dominado por el azul del cielo y el gris/marron de la tierra.

Y en las zonas más altas, hacia los 2.000 metros, donde la cosecha del cereal se retrasa, aun puede verse la mies extendida sobre el asfalto de la calzada. El paso de los vehículos, frecuentemente triciclos motorizados o camiones cargados de sacos de patatas, contribuye al desgranado, que se remata allí mismo, en plena carretera convertida en era: el hombre lanza al aire las espigas con su pala, las mujeres las van cribando para eliminar las últimas briznas de paja y meten el grano en sacos…

¿Un mundo tradicional campesino “clasico”?. No del todo. Cada familia, en todos los pueblos visitados, tiene algún miembro emigrante trabajando fuera de la economía agraria. El grueso del exiguo ingreso familiar en dinero viene de ahí.

En la época de máximo trabajo agrícola la mayoría de estos emigrantes regresan a casa. Es una “economía mixta”, el término chino es “Min Gong” (o “Nongmin Gong”), es decir: mitad campesino, mitad obrero. En el conjunto del país, más del 40% de los ingresos campesinos provienen de emigrantes y “Min Gong”.

Dominado por los Hui, una población musulmana, descendiente de colonos y comerciantes persas, árabes y de Asia Central llegada a China en la época de Marco Polo y mezclada hasta lo irreconocible con la población china, el sur de Nigxia es un territorio del “cuarto mundo” de China.

Aquí, los campesinos pobres con ingresos anuales inferiores al gasto mensual en teléfono móvil de un ejecutivo de Shanghai, representan el 30% de la población.

Como suele ocurrir, la generosidad y hospitalidad de la gente está en relación inversa al nivel de ingresos. Con algo menos del doble de la extensión de Catalunya, Ningxia tiene casi 6 millones de habitantes, incluidos casi dos millones de Hui, pero la cuarta parte de su territorio es desierto. Fuera de la zona del norte por la que trascurre el Río Amarillo, todo depende aquí de una pluviometría ridícula, lo que convierte en catastrófica la relación entre recursos y población.

La sobreexplotación del territorio es patente, con los cultivos ascendiendo por pendientes y laderas, lo que favorece la erosión. Los “años buenos”, el rendimiento agrícola es de 50 kilos de cereales por mu (un mu, la medida de superficie agraria tradicional china, equivale a 1/15 de hectárea), siete de ellos para semilla. Los años malos, 25 kilos, explica He Yucang, un campesino pobre de la aldea de Mazhuang, en la región de Guyuan.

MAZHUANG

He tiene 30 mu (2 ha.) y cinco bocas que alimentar en casa; incluida su nuera y una nieta de dos años. La tierra apenas alcanza, explica. Todo lo que produce es para el autoconsumo. El único ingreso de la tierra viene del eventual excedente de la cosecha de patatas, que se vende en el mercado. Además, su hijo mayor es un “Min Gong” que trabaja como emigrante en la construcción de junio a noviembre en la provincia vecina, cobrando 400 yuan por mes.

Restándole el 20% que su hijo se gasta en comida, resultan 1.600 yuanes. Esos 160 euros obtenidos fuera de la agricultura, son los que salvan la frontera de la penuria alimenticia: “los años de mala cosecha, con eso compramos los alimentos que nos faltan”, dice He, de 55 años, según el cual en los últimos veinte, la época de Deng Xiaoping y del milagro económico chino, “nuestra vida no ha cambiado”.

¿Hay nostalgia de Mao? Con él llegó la nivelación social al pueblo, ahora las diferencias son enormes, dice He. En Mazhuang, los ricos son pocos, sus ingresos multiplican por diez los de la mayoría pobre del pueblo, de un millar de habitantes.

Son “ricos” los que, por ejemplo, tienen un tractor y pueden pagar sin problemas el colegio de los hijos, algo muy importante en un país en el que dar educación a los hijos es una auténtica obsesión nacional, o, aun más quienes disponen de un camión con el que trabajan de transportista.

El jefe del pueblo (alcalde), elegido democrática y directamente por todos los vecinos, es uno de esos ricos con camión. La sugerencia es que esa diferencia de ingresos, la desigualdad, es vista en el pueblo como un problema mucho más importante que la “democracia”, el procedimiento de elección del alcalde.

En impuestos, He paga 100 yuanes (10 euros) anuales por la tierra (3 yuanes por cada mu), más 10 yuanes por dos vacas y otros 2 por la oveja. La pobreza reinante da la medida de la importancia de la decisión del gobierno chino de abolir el impuesto agrario de forma escalonada en tres o cuatro años.

He no ha oído hablar del asunto. “El gobierno no se ocupa de la gente, nos tiene abandonados”, dice. “Si caemos enfermos o hay sequía -“y si no hay lluvia, no hay cosecha”, puntualiza- “las consecuencias las pagamos en solitario”.

La casa de He es un recinto amurallado de adobe con dos habitáculos de unos 60 metros cuadrados orientados a sur. En el patio hay un solo árbol, centenario, y un pozo. No hay letrina. Las necesidades se hacen en el campo, detrás del muro, y la tierra, fina y polvorienta, se usa para limpiarse. El agua es demasiado preciosa y en muchas aldeas no es potable por salitrosa.

Todo se aprovecha. La nieve del invierno se almacena en una cisterna para el consumo. El rastrojo del maíz, que ahora se recoge, se utiliza como forraje para las vacas. Su estiércol, bien seco, se utiliza como combustible de cocina y para calentar el “kang”, la versión local de la “isba” rusa: el catre de ladrillo refractario que ocupa el grueso de la humilde vivienda campesina.

En el “kang” se recibe y transcurre el grueso de la vida social, incluida esta conversación. Toda la familia duerme junta sobre el “kang” y come allí.

El mobiliario es mínimo; un mueble con cajones, una gran radio de nuestros años cincuenta y un mapamundi y paginas de calendario, con fotos de paisajes verdes alpinos, pegados en las paredes. Todo iluminado por una única bombilla de 40 watios, que se enciende tarde para economizar. La electricidad llegó a Mazhuang hace 35 años, en 1969.

EL OTRO HERMANO

El hermano menor de He, que vive en la casa de al lado, aun anda mas justo, aunque su casa, construida con los dineros de una emigración, sea algo más amplia. Solo tiene 13 mu (algo menos de una ha.) y tres bocas que alimentar. Aquejada de un cáncer ocular, su esposa falleció el año pasado y toda la casa se resiente, explica.

El hijo, de 13 años, ha tenido que dejar la escuela por falta de los 200 yuanes (20 euros) que cuesta la matrícula semestral y para ocuparse de las dos ovejas y de la cocina.

El viudo busca esposa, pero una joven cuesta 20.000 yuanes en dote, suma inabarcable. Por una viuda, la dote, para los padres de ella, puede descender hasta los 2.000 yuanes… “Es muy importante”, explica el viudo, “porque no doy abasto”.

Otros cuatro hermanos de la familia He, dos varones y dos mujeres, emigraron en los setenta al Xinjiang, la gran provincia del extremo noroccidental de China, tras sufrir la terrible sequía que asoló Ningxia en 1973. Pero en la familia He, el gran recurso es Abdul, el séptimo y menor de los hermanos. Su historia de éxito es excepcional en el pueblo.

“Mi padre murió en 1975, a los 65 años de edad, cuando yo tenía 13 años, eran años muy difíciles”, recuerda. Abandonar el pueblo y salir adelante en otro lugar era su meta. El medio fue… un conejo. “Me lo regaló un amigo y comencé a criar”. Para ir a la escuela debía levantarse a las seis, pero una hora antes se deslizaba en la oscuridad hasta los campos comunales a robar alfalfa para sus conejos.

Estos pequeños robos siguen siendo algo habitual entre los jóvenes veinteañeros del pueblo hoy, dice. “Iba al colegio con el saco de alfalfa y a la vuelta los alimentaba”. La camada creció y se multiplicó; “todo el patio estaba lleno de conejos blancos que saltaban de aquí allá”. Vendió parte y compró dos ovejas, cuya lana también vendía. Así se pagó los estudios durante cuatro años. En 1979 lo vendió todo y se fue a la capital provincial, Yinchuan, donde siguió estudiando y trabajando.

En 1985 ganó una pequeña beca para estudiar en Shanghai. En aquella ciudad, todo se iba en matriculas y libros. “Solo comía verdura y arroz, pasaba hambre. Fue muy duro”, dice.

Hoy Abdul es el único de los siete hermanos que vive en una ciudad, en Guyuan, la capital del distrito. Tiene un pequeño piso, con agua corriente y calefacción, sus hijos van al colegio sin problemas y cuando en su barrio se hizo una colecta para reformar la mezquita, contribuyó con mil yuanes.

En caso de necesidad, también ayuda a los dos hermanos que quedan en el pueblo. Por la noche, echado sobre el “kang” antes de dormir, se oye una discusión. Imagino que Abdul riñe a su hermano mayor por haber sacado de la escuela al hijo de 13 años.

AGUA POR POBREZA

El principal problema de Ningxia es la escasez de agua. Las precipitaciones son escasas, entre 300 y 400 milímetros anuales, por lo que la región depende del agua del Río Amarillo. El problema es que en los últimos años el nivel de ese gran río, crisol de la civilización china, ha descendido y hasta se ha secado en algunos sectores. Ningxia consume anualmente 4.00 millones de metros cúbicos, de ellos el 92% para agricultura e irrigación.

“Cada año el gobierno central se queja de que desperdiciamos el agua, debemos reducir esa parte”, explica en la capital provincial, Yinchuan, el Señor Li Jiping, jefe del departamento de desarrollo y reforma de la región.

El objetivo para el 2008 es ahorrar mil millones de metros cúbicos de agua anuales y reducir el uso para la agricultura, a un 85%. No es tan sencillo, porque el ahorro contradice la política social basada, precisamente en la expansión de la irrigación.

En el sur de Nigxia, la situación es insostenible. El 30% de la población del sur, 710.000 personas, vive por debajo del nivel de pobreza, con menos de 87 euros anuales. Un informe de la ONU estableció en 1992 que en varios distritos la población supera de cuatro a trece veces, lo que la tierra puede dar de si.

Desde 1998, la solución se ve en irrigar 86.000 nuevas hectáreas de cultivo junto al Río Amarillo, en el norte, y trasladar allá 675.000 campesinos pobres del sur.

Hasta el momento se han creado 26.000 hectáreas y diez nuevos pueblos, trasladando allí a 200.000 personas, dicen los funcionarios responsables. Esta labor de reducción de la pobreza significa que por un lado necesitan más irrigación, mientras que por el otro deben gastar menos agua. “Es una situación contradictoria”, reconoce Li. ¿Cómo la van a resolver?.

“Debemos reducir la cuota de uso de agua por campesino. El precio del agua era muy bajo y los campesinos prestaban poca atención a su uso. El nivel de gasto para el arroz era 1500/2000 metros cúbicos de agua por mu, el de trigo 800 metros cúbicos por mu. Queremos implantar un arroz que precise 600 metros cúbicos por mu y un trigo de 400 metros por mu. Para hacerlo bien debemos mejorar los canales y al mismo tiempo aumentar el precio del agua. Solo así se puede acostumbrar a los campesinos a otro uso del agua”, dice.

Desde la aldea de Sanbeihu, de nuevo en el sur de la provincia, las cosas adquieren matices importantes, probablemente insospechados en el despacho del jefe de Departamento Li, en Yinchuan.

SANBEIHU

Estar en un escenario natural notable, a orilla de un pantano, y próximo al gran buda excavado en la montaña de Xumishan, que dicen que es el tercero más grande de China, se acabó volviendo contra este pueblo de 170 hogares entre montañas. La mayor parte de las casas están destruidas y en todo el pueblo ya solo quedan 10 familias, 30 vecinos, explica Zhang Shengxin, un anciano de 70 años.

El gobierno provincial decidió explotar los valores escénicos del Buda y del pantano que baña la aldea para crear una “zona turística” en la que los habitantes de las ciudades se dejen los cuartos. El pintoresco pueblo, que sintoniza perfectamente con el paisaje, sobra.

Alrededor de la de Zhang, casi todas las casas de Sanbeihu ya están derruidas. En la cuenta del jefe de departamento Li, los vecinos de Sanbeihu forman parte de los afortunados que han sido recolocados en la zona irrigada de Hongzepu, junto al Río Amarillo, pero según Zhang el traslado ni es gratuito ni está al alcance de los más pobres como el. El gobierno provincial paga 900 yuanes por cada miembro de hogar trasladado.

“En casa somos cinco, así que salen 4.00 yuanes, pero una viga cuesta 20 yuanes y para construir mi casa en el nuevo destino, necesito, por lo menos cien, lo que ya se lleva 2.00”, explica el anciano. En Sanbeihu, Zhang tiene una hectárea, la mitad de ella de regadío. En el nuevo destino le darían media hectárea, “pero para acondicionar la nueva tierra es necesario un gasto de 1200 yuanes, sin contar con la construcción de la casa, así que es un mal negocio”, dice.

El pueblo recibió la noticia del desalojo en el 2001. Los vecinos respondieron pidiendo una casa por familia en el nuevo destino, más una indemnización de 1.000 yuanes por miembro de la familia.

Los trabajos de ampliación de la presa comenzaron el día en que los hombres del pueblo habían sido invitados a una excursión a la nueva zona de regadío del Río Amarillo con el propósito de que no obstaculizaran las obras.

Las aguas comenzaron a subir de nivel los huertos de frutales quedaron anegados y hubo que cortar los árboles sin indemnización alguna. Las mujeres y los niños acudieron en protesta a la presa para que los trabajadores pararan las obras. “Vinieron 200 policías y hubo 17 heridos”, dice Zhang. Ahora, la mayoría ha cedido. “Nos han forzado sin acuerdo; hay que irse te guste o no”.

GRANO A CAMBIO DE ARBOLES

No muy lejos de Sanbeihu, la carretera se interna en las montañas. La tierra está trabajada hasta las mismas cimas en bancales, pero en algunos campos lo que hay plantado no son patatas ni maíz, sino pequeños árboles, cuyo raquítico tronco y diminuto tamaño, en medio de la enorme sequedad, transmite una sensación de angustiosa fragilidad.

Las consecuencias económicas, directas e indirectas, de la desertificación y la erosión, incluidas la salinización y pérdida de productividad de la tierra, le cuestan anualmente a China 40.000 millones de dólares, según la estimación de un instituto pekinés, el Centro para la investigación y prevención de la desertificación.

Los retoños de las montañas de Ningxia forman parte de la gran campaña nacional de reforestación. En parte, esa campaña contra la desertificación está intentando paliar los excesos del pasado, cuando se animaba a los campesinos a una agricultura extensiva y a multiplicar la producción de acero en las aldeas, lo que provocó masivas talas de árboles.

Las voluntariosas campañas de reforestación existen en China desde el inicio de la República Popular. En los cincuenta, cuando los campesinos acarreaban el agua a sus espaldas para regar los retoños en zonas desérticas, el 80% de los árboles plantados no prosperaban aquí. En los setenta se anunció la construcción de una “gran muralla verde”. Ahora, lo que se practica es una política de “grano a cambio de tierras”.

El estado paga a cambio de que se deje de cultivar en las laderas. Da 100kg de grano y 120 yuan por cada mu de tierra no trabajada. Los campesinos se encargan de plantar los árboles. La reforestación tiene prioridad en las zonas de montaña a partir de una pendiente del 25%.

En toda China, cuya superficie total de cultivo es entre 120 millones y 130 millones de hectáreas, hay 6 millones de hectáreas cultivadas en pendientes de más de 25% de inclinación.

Esta política, que a veces conlleva el traslado de población, se inició en 1999, después de dos años de catástrofes asociadas a la erosión. El plan nacional es que en cinco años se hayan reforestado 15 millones de hectáreas, la mitad de ellas antiguas zonas de cultivo. En el conjunto del país, 20 millones de hogares, es decir 90 millones de personas, han sido afectados por esta política, frecuente motivo de conflicto rural.

Por ejemplo, en el poblado de Renhe, el Señor Bai Jixin explica que por cada mu de tierra no cultivada los campesinos debían recibir 100 kg de grano y 20 yuanes en especies durante 8 años. El pueblo dejaba así de cultivar 8.000 mu (534 hectáreas).

Bai Jixin calculó que dejando de trabajar sus 30 mu recibiría 3 toneladas de grano y 600 yuanes al año, mucho más de lo que obtendría trabajando. La mayoría de los 340 familias campesinas del poblado cultivaban tierras en pendiente y se acogieron al trato. El ingreso medio en el 2003 en el pueblo era de 800 yuanes anuales, justo por debajo del nivel de pobreza.

Los campesinos hasta vendieron los animales de tiro, pero luego llegó la noticia de que el acuerdo no podía realizarse este año, sino el siguiente, lo que colapsó la economía de la aldea. “Son casos excepcionales”, explica Qiang Hongbing, vicedirector del departamento de agricultura de la vecina provincia de Gansu, al que explico el caso.

Según las cifras oficiales, en Ningxia, con una extensión total de 51.800 km cuadrados, el área desértica se redujo en 3.900 kilómetros cuadrados en los últimos 30 años. Hasta el 2015 se prevé convertir en bosque más de 300.000 hectáreas de tierra de cultivo.

Pero, una vez más, la realidad sobre el terreno resulta más complicada y conflictiva que las cifras de los informes y las declaraciones en los despachos.

KUFANGGU

Junto a una curva en una carretera de montaña de tercer orden, la aldea de Kufanggu llama la atención por estar rodeada de campos recién reforestados. La aldea tiene 50 habitantes, todos ellos se han acogido al plan de “grano a cambio de árboles”.

“Mucha gente de la comarca se está mudando a la zona irrigada, pero en este pueblo nadie se irá”, explica el Señor Su Kexiong, que se toma un descanso en la siega del rastrojo de maíz para charlar con el extranjero.

Su, tenía 10 mu de tierra hasta el año pasado, pero plantó los árboles que el gobierno brinda en 8 de ellas, así que ahora solo le quedan 2 mu y dos vacas. Por cada mu le debían dar 100 kilos de grano en mayo, confirma, pero aun no ha recibido nada. El 80% de los árboles repoblados sobreviven en la comarca, dice.

El plan era que toda la aldea se mudara a la zona irrigada junto al Río Amarillo. En la práctica la mudanza resulta imposible, explica; “por cada mu en la zona irrigada hay que pagar 2.500 yuan, eso significa que para hacerme con la misma tierra que he cedido aquí debo pagar 20.000 yuan”.

Es un negocio imposible, porque los ingresos de Su se obtienen trabajando cinco meses al año en la construcción (otra vez un “Min Gong”), donde obtiene un salario de 20 yuan (dos euros) diarios. La tercera parte de ese ingreso se va en la educación de su hijo de 10 años; “100 yuan en libros, 300 en seguro, entre 300 y 400 en matrícula, alimentación….”, enumera. ¿Qué puede hacer? “No podemos hacer nada”, responde resignado, mientras su mujer afila la hoz para continuar el trabajo.

LIANHE

A la escuela de Lianhe, el siguiente pueblo, acuden los niños de tres aldeas, en total 170 alumnos. A la pregunta de si habían visto antes a un extranjero, un niño responde que sí….”en la tele”.

El gasto total que representa ir a la escuela es de 160 yuanes anuales (16 euros), sin contar el material escolar. No todos pueden permitírselo, explica el maestro Bai; entre el 5% y el 10% de los niños se quedan fuera por falta de ese dinero. En la secundaria es peor, el 20% no puede ir.

“La vida de los alumnos y de los profesores es bastante amarga, y eso que el pueblo no es de los peores”, dice Bai.

Para la nueva China subvencionar la educación y sanidad de los más pobres no está fuera del alcance del estado.

Recuerdo el “Diario de Mayan”, el escrito de una adolescente de esta región que escribió un diario reflejando la angustiosa obsesión por estudiar de los niños campesinos pobres de China (hay edición española) que representa el mejor documento sobre la vida en el sur de Ningxia, y suscribo por completo la observación de Pierre Hasky, su editor francés: la revolución china que hace medio siglo se lo debió todo a los campesinos, les da hoy la espalda.

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