Para decirlo mal y pronto, en las elecciones primarias del 12 de septiembre, el Frente de Todos recibió un fastrai difícil de empardar, del que no parece poder reponerse y a partir del cual se tiende a mezclarlo todo, poniendo en pie de igualdad las circunstancias, factores y asuntos de la más disímil importancia, a lo que contribuye una dirigencia que no dirige y simpatizantes y activistas tan confundidos como indignados.
Que el resultado electoral fue sorpresivo, para todos, lo muestra el hecho de que no fue previsto o sospechado ni siquiera por las encuestadoras o los opinadores más contreras, y que ha conseguido desconcertar aun a los aparentes triunfadores, que vienen a ser aquellos que perdieron menos: nadie consigue determinar dónde han ido a parar los votos que las principales coaliciones perdieron, si es que fue a una izquierda que sólo puede alegrarse de su ínfima mejoría electoral en forma proporcional a su vocación minoritaria, o una ultraderecha circense que tampoco sabe de dónde y por qué ha obtenido sus votos. Vale aclarar: sólo en la capital.
Pero el problema central aquí es el del FdT, porque gobierna y porque es el que nos preocupa.
La sobrerreacción
Existe en inglés un término que definiría muy bien el efecto que el resultado electoral tuvo sobre activistas, simpatizantes y muy especialmente dirigentes del FdT: overreact, que podría traducirse como sobrerreacionar o hacerlo en forma exagerada, lo que resulta tan erróneo y nocivo como el no reaccionar en absoluto.
Como ratones de laboratorio sorprendidos sobre una superficie súbitamente electrificada, dirigentes y activistas echaron a correr enloquecidamente, a dar saltos exagerados en un mismo lugar, pegar gritos tan histéricos como incomprensibles, o permanecer paralizados en su sitio fingiendo demencia, lo que no hace más que agregar mayor confusión al desenfreno general. Esto fue así hasta que la vice presidenta empezó a los coscorrones; del presidente para abajo no terminaron de acusar recibo. Ya lo había advertido anteriormente: hay funcionarios que no funcionan, pero también, vale recordarlo, dirigentes que no dirigen y cuadros que no encuadran.
No todo depende de los funcionarios y no sería esta ni la primera ni la última vez que ellos y los dirigentes estén muy por debajo de la zaga de la conciencia, capacidad y voluntad popular. Pero esta vez, a diferencia de lo ocurrido en la segunda vuelta del año 2015, la masa popular no reemplazó la tarea de sus dirigentes y, puesto que no aprenden, optó por dejarlos solos.
En líneas generales, podría decirse que un altísimo porcentaje de quienes en diciembre de 2019 votaron al FdT, decidieron simplemente no ir a votar, en parte por enojo y en parte porque una elección con lista única no es ni siquiera una opción sino a lo sumo un ritual que en muchas ocasiones carece de sentido. De donde se viene a dar (y no es la primera vez) la curiosa circunstancia de que aquellos que idearon las PASO como modo de contener las distintas expresiones de un vago espacio común, resultan ser los únicos que no las aprovechan.
Y de este detalle, que ha sido y es obra exclusiva de los núcleos dirigentes, todos (muy especialmente los integrantes de esos núcleos) siguen haciéndose los reverendos… distraídos, habiendo quien aún se jacta de haber desbaratado varios intentos de listas alternativas a la “oficial”.
Nos sobran los motivos
Hacia el final del gobierno de Mauricio Macri la sociedad estaba pronta para un nuevo estallido, que no se produjo principalmente porque alrededor de Cristina Kirchner comenzó a forjarse una tímida esperanza, una alternativa posible al desierto macrista, tan lleno de palabras vacías y sostenido apenas (y nada menos que) por el odio al pobre, el odio al diferente, al subalterno que pretende levantar la cabeza, y por el odio al peronismo, hoy simbolizado precisamente en Cristina Kirchner, la mujer más detestada y amada de la actualidad argentina.
La mayoría de los votantes, ilusionados y agradecidos por el esfuerzo, dieron el triunfo en primera vuelta a la creación de la vicepresidenta. Sorprendido, el macrismo reaccionó aumentando su cuota de odio y desprecio, cuando debería haber sido el principal agradecido: la victoria del FdT los libró de la responsabilidad de hacer frente a la pandemia y resolver los problemas que súbitamente se abatieron sobre una sociedad ya demasiado castigada por cuatro años de desprecio y abandono, por no mencionar los vencimientos de una deuda que contrajeron, dilapidaron y en ningún caso habrían estado en condiciones de afrontar. Por ejemplo, en el año 2022, el tercero del hipotético segundo mandato de Macri, los vencimientos con el FMI ascienden a la friolera de 19 mil millones de dólares, por no mencionar los conflictos derivados de una deuda privada que tuvieron que defaultear a inicios de 2018.
Mientras despotrican públicamente, seguramente en privado los dirigentes macristas le encienden cirios agradecidos a Cristina Kirchner. Y si no lo hacen, deberían hacerlo.
Llegó el coronavisus y mandó parar
Debe convenirse en que, desde el punto de vista del consumo y en consecuencia del comercio, los primeros tres meses del gobierno del FdT fueron los mejores de los últimos ocho o diez años.
La multiplicación del consumo suele ser la primera reacción popular luego de cualquier catástrofe: fue lógica después del macrismo y lo volverá a ser ahora, si es que el coronavirus puede ser finalmente controlado. En su primera manifestación, el gobierno no tuvo oportunidad de aprovecharlo. Es de esperar que sepa hacerlo ahora, si es que una explosión similar vuelve a tener lugar este verano.
Esos tres primeros meses fueron alentadores y permitían ser optimistas, a la vez que era posible pasar a segundo plano las evidentes diferencias internas, obvias en cualquier frente o coalición.
Desatada la pandemia, muy razonablemente el gobierno tomó a la sobrevivencia de las personas afectadas por el coronavirus y la búsqueda de remedios y vacunas como el primer y principal problema a resolver. En ese sentido, el desempeño fue muy bueno: se aumentó la capacidad instalada, se abrieron hospitales cuya inauguración había sido desestimada por el gobierno anterior, se terminaron numerosos hospitales y salas de emergencia, que pudieron ser sostenidas gracias a un descomunal esfuerzo de los trabajadores de la salud, no suficientemente retribuido.
El gobierno también acertó en la búsqueda y adquisición de vacunas en un momento en que el capitalismo mostraba su rostro más monstruoso y suicida, en el cual las vacunas fueron concentradas por los países centrales, a despecho de la vida de la mayor parte de la población mundial y alentando irresponsablemente la multiplicación de las mutaciones del virus.
Esa búsqueda y esa compra fueron seguidas de un muy eficaz proceso de vacunación, permanentemente hostigado por la prédica incesante de los medios de incomunicación y de operadores políticos sin escrúpulos camuflados de periodistas. Esa prédica fue tan incesante como inútil y probablemente nuestro país acabe figurando entre los de mayor porcentaje de población vacunada, lo que revela que cuando el pueblo tiene una convicción y está munido de una sólida verdad, nada puede apartarlo de su camino, demostrando que toda difamación y descalificación suele ser inútil.
Y por el contrario, cuando la prédica mediática se asienta en errores y defecciones injustificables, consigue su propósito disolvente, descalificador y desesperanzador, haciendo pensar que muchos dirigentes y funcionarios no están a la altura del momento y las responsabilidad históricas que les ha tocado asumir, por lo que sería mejor que se dedicaran a otra cosa.
Durmiendo la siesta
Por el momento en que se daba el incuestionable éxito gubernamental contra los efectos de la pandemia, sumado a una reactivación industrial notable, junto al incremento de las exportaciones, la multiplicación de la obra pública y el aumento del superavit comercial, provocaron en funcionarios y dirigentes una falsa sensación de seguridad: mientras las “variables macroeconómicas” fueran aceptables, a los funcionarios les estaba permitido hacer la plancha y entretenerse con tonterías.
Pero resulta ser que las “variables macroeconómicas” tardan en manifestar sus bondades en la vida cotidiana, si es que las manifiestan alguna vez. Librada la economía a su propia lógica, los beneficios de un –encima relativo– crecimiento industrial y productivo, jamás llegarán a las vidas de las personas comunes, cada vez más alejadas de los circuitos de la economía formal.
La ayuda directa y semidirecta no resultó ni podría haber resultado suficiente, por más ejemplos edificantes que mostraran lamentables operadores políticos, también disfrazados de periodistas, pero “objetivos”. Para peor, el apuro y la falta de previsión llevaron a implementar la ayuda monetaria en forma tan deficiente que muchos beneficiarios optaron por terminar de caer en la informalidad laboral a fin de recibir esa ayuda. Así, muchas empleadas domésticas, muchos jardineros, muchos peones, changarines, etc., renunciaron a una seguridad social relativa, o inútil en medio de las cuarentenas y las restricciones, a fin de recibir los IFE, lo cual llevó a una mayor marginalidad a vastos sectores sociales y aumentó el resentimiento con el que los trabajadores formales, clasemedieros y cuentapropistas, observan la ayuda social.
Con todo, no obstante los errores, la administración de las consecuencias de la pandemia tuvo resultados aceptables, al menos de acuerdo a las posibilidades de nuestro país, muy inferiores a las de Alemania, por dar un ejemplo. Era previsible entonces (aunque ninguno lo hizo) presentir que el resultado electoral del oficialismo no sería bueno ya que en ningún país lo fue, incluida esa misma próspera Alemania.
Los daños provocados por el coronavirus fueron tan objetivos como subjetivos, tan materiales como emocionales y a muchas personas ese proceso se les hizo muy cuesta arriba, si acaso consiguieron sobrevivir. Es natural entonces el enojo y la irritación, que se incrementan en proporción directa a la irresponsabilidad y superficialidad con que dirigentes y funcionarios parecieron observar el sufrimiento social y permitieron el disfrute y el mayor enriquecimiento de los sectores más privilegiados.
Te hago la autocrítica
Ya hemos visto que la “derrota” en unas elecciones en las que la lista oficial y única del FdT no competía con nadie, provocó las reacciones más sobreactuadas, frenéticas, histéricas y a la postre, nocivas que pueda concebirse. Estas no consiguen ser encausadas en la dirección que corresponde, lo cual revela la debilidad de conducciones y cuadros.
Al Frente de Todos se le ha dado por volverse sobre sí mismo y en esta pulsión por morderse la cola, corre el riesgo de terminar devorándose.
Es obvio que el FdT tiene que volver a encontrar un centro, un eje en torno al cual articularse, y un propósito. Por lo que vendría bien definir contra qué y contra quienes se enfrenta y cuáles son los riesgos de la “natural” tendencia a andar haciéndole la más despiadada autocrítica a los demás, y la absurda arrogancia que parece nublar el entendimiento de la mayoría de sus simpatizantes y activistas.
Todos han convenido en que el Frente de Todos es, precisamente, un frente o acaso una coalición –al cabo, sin ser lo mismo, lo mismo dan, ya que como sostenía uno que la sabía lunga: “En la conducción, así como en la política, se hace lo poco que se puede con todo lo que se tiene”–. Claramente es suficiente para ganar las elecciones pero a la luz de los resultados, insuficiente para gobernar, imponer una mínima parte de su voluntad y, lo que es más grave, incapaz de soportar los reveses sin caer en la histeria.
Sin embargo, quienes con el pensamiento reconocen que un frente o coalición ha de ser diverso y contradictorio, finalmente, en los hechos exigen que ese frente diverso y contradictorio sea unívoco y exactamente tal y como a cada uno le complacería.
Pocas veces ha podido verse tal grado de arrogancia en gente con tan poco poder real, más que el de opinar libremente y prescindiendo de la más mínima responsabilidad, nunca calculando el daño que es capaz de provocar el permanente reconcomio y la catarsis sin filtro ni medida.
En sintonía con la liviandad de la mayor parte de la dirigencia, esos activistas y simpatizantes insisten en olvidar que no se encuentran ante la opción entre el bien y el mal o la verdad y la mentira. Estamos en vísperas de un nuevo embate con una oligarquía ensoberbecida, dispuesta a llevar al país a un nuevo mitrismo que ha llegado a la caricatura de comprar La Nación o consagrar una ley municipal, acaso y con suerte provincial, como superior a una ley y un sistema judicial nacionales.
La creencia en un federalismo de cartón pintado, en el que nadie realmente cree, y que parece paralizar a las autoridades nacionales, temerosas de atentar contra una ilusión, llevará inevitablemente a descuartizar un movimiento nacional de liberación en una federación de partidos conservadores populares de influencia provincial. Dejando al pueblo y muy especialmente a la gente más débil y sencillas en la intemperie y la indefensión, a merced de los más ricos y poderosos, sin nadie capaz de acudir en su auxilio.
Siendo ese el panorama y tan ciega la dirigencia, ha sido lógico que los votantes del FdT le dieran la espalda, más allá de los serios riesgos y graves consecuencias de un debilitamiento o acaso una caída del gobierno.
Decía Marechal que el pueblo siempre recoge las botellas que se arrojan al mar con mensajes de naufragio. Lo que no dijo, porque en ese entonces, aun “con un pueblo en derrota y un líder ausente”, no hacía falta, es que esos mensajes deben ser sinceros y comprensibles.
Y de esas dos condiciones, uno a veces no sabe cuál es la que resulta más difícil a los núcleos dirigentes.