La Justicia le negó la posibilidad de un tercer gobierno; ya llevaba dos períodos como presidente de Colombia y quería uno más. Modificó la Constitución sólo para reelegirse hace unos años, y ahora pretendía una nueva enmienda que le permitiera perpetuarse. Pero no pudo hacerlo.
Es curioso cómo la tez blanca y la postura proyanqui de este presidente le hayan bastado para mantener una buena imagen -incluso en lo internacional-, a pesar de sus desastrosos antecedentes. Si Chávez se reelige llueven acusaciones en su contra, pero los intentos de Uribe nunca motivaron indignación internacional. Se lo trata con otra vara.
Es por eso que las acusaciones repetidas de relaciones de su familia con la de Escobar Gaviria, nunca empañaron su imagen. Que casi la mitad de sus legisladores estén procesados por relación con el narcotráfico y los paramilitares -un escándalo abismal-, no parece motivar críticas de parte de la prensa internacional. Que se otorgue a Estados Unidos presencia nada menos que en siete bases militares colombianas -una verdadera ocupación militar de territorio latinoamericano- se ha presentado como «una decisión soberana del gobierno colombiano», aunque afecte obviamente a países que podrán ser espiados desde allí, a la vez que atacados territorialmente en lapso de minutos. Que cuatro ministros de su gobierno se hayan tenido que ir acusados por relaciones con grupos ilegales, tampoco ha empañado la extrañamente «purificada» imagen de Uribe.
Tampoco lo afectó que como presidente haya promovido, como parte de su programa de «seguridad democrática», pagar a los estudiantes que hicieran de informantes; es decir, que se incentivara la delación y la existencia de soplones rentados. Todas estas enormes faltas a los derechos civiles y a la atención de límites éticos, le han sido perdonadas a Uribe por la prensa internacional, en tanto es un presidente amigo de Estados Unidos en una región hoy mayoritariamente hostil al imperio del Norte.
Hay que admitir que Uribe fue exitoso en el tema seguridad. Más aún frente a presidentes que, como Samper o Pastrana, habían negociado con las FARC en condiciones desfavorables; Uribe mostró que se podía hacer retroceder a la guerrilla. Está muy lejos de haber acabado con ella, pero sin dudas le ha propinado golpes importantes, y grandes zonas del país se han visto territorialmente liberadas de la permanente tensión doble frente a guerrilleros y paramilitares.
Ahora bien, esta «seguridad democrática» ha servido a la seguridad, pero muy poco tuvo de democrática. Realizada por encima de la atención a criterios éticos y a derechos humanos, dio lugar, por ejemplo, a que no se tuviera en cuenta la situación de los secuestrados por las FARC. De tal manera, la política agresiva de Uribe no aceptaba negociación alguna por los mismos, lo cual lo llevó a enfrentarse a los familiares de dichos secuestrados. Como muchos recuerdan, la publicitada liberación de algunos de ellos surgió a pesar de Uribe y a partir de una iniciativa de Chávez, que fuera respaldada por el gobierno argentino.
En fin, Uribe ha tenido mucho poder, pero no pudo doblegar a la justicia. No será presidente nuevamente. Y nos recuerda con ello lo que le sucedió a Menem en su momento: también el ex-presidente cambió la Constitución sólo para reelegirse, también quiso cambiarla sin éxito una segunda vez.
Paradojas de la historia, hoy vemos reaparecer a Menem, que tantos amigos tuviera, como un opositor al actual gobierno que otros opositores necesitan, a la vez que no quieren fotografiarse con él. Su faltazo, explicado luego por el resentimiento hacia aquellos que quieren su voto pero pretenden esconderlo, muestra con claridad las hipocresías a que la política lleva tantas veces.
En fin: lo cierto es que nuestras derechas latinoamericanas también encuentran, cuando quieren ir demasiado lejos, sus propios límites. Sean políticos, o sean judiciales. Y cuando se transita mucho más allá de lo que la Constitución y la ley permiten, se choca contra la realidad.
De tal manera, no hubo re-reelección para Menem. Y no la habrá para Uribe, compañero de convicciones pro-estadounidenses con el riojano.