“En el centro de este proyecto se encuentra el sujeto pedagógico”, dice Susana Reyes. Será la única observación técnica que haga a lo largo de toda la mañana que compartimos, y basta con mirar sus manos para descartar frialdad o desapego en esa formulación aparentemente teórica.
Mientras lo dice, las manos de Susana forman una especie de nido, un hueco contenedor en el que cabe todo el amor del mundo. Un lugar donde parar, donde refugiarse cuando hace frío y no hay comida y nadie te mira a los ojos y la cana te quiere joder y el mundo se te viene encima.
Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada
El “proyecto” es el Centro Educativo Isauro Arancibia, una escuela pública para jóvenes y adultos en situación de calle dirigida por Susana, educadora popular. Y los “sujetos pedagógicos” son los alumnos por los que viene peleando desde hace más de 20 años: para que tengan oportunidades, para que puedan reconocer su propio deseo, para que se vuelvan finalmente visibles a los ojos de sus compatriotas. Para que, en definitiva, existan. Para que nazcan como ciudadanos, se empoderen y construyan su proyecto de vida.
Para que pasen de ser nadies a tener un nombre, un documento, una rutina, un trabajo, un lugar donde parar, un plato de comida. Y, sobre todo, para que puedan tener un sueño. Al menos uno. Algo que nadie les pueda robar. Nunca más.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos
La escuela, dice Susana, está pensada en función de las demandas de los alumnos y las alumnas. Todo lo que se hace, lo que se plantea, lo que se busca, lo que se propone, tiene que ver con lo que ellos y ellas necesitan. Por primera y quizá única vez en su vida, ellos, los nadies, están en el centro de un proyecto que no es punitivo, ni represivo, ni policial, sino educativo.
A su alrededor se configuran diferentes dispositivos que son de asistencia sin ser asistencialistas: visitas periódicas de un centro de asesoramiento judicial y un equipo de salud para suplir la ausencia del Estado; un centro de integración social; un lugar para cuidar a los hijos de los alumnos y las alumnas; talleres de artes y oficios para capacitarlos, darles herramientas de trabajo y permitirles desarrollar lo que les gusta.
Que no son, aunque sean
A la Isauro Arancibia se entra, ante todo, dejando a Foucault en la puerta, colgado en un ganchito al lado de las camperas y junto con los prejuicios, las ideas pseudoprogres, el paternalismo, la caridad y la voluntad de “ayudar”. Se entra dispuesto a dar y recibir muchos besos y abrazos. Se entra poniendo el cuerpo. Se entra, ante todo, para aprender de y con los demás.
Beso, abrazo, presentación, sonrisa. Cada vez que te cruzás con alguien se repite el ritual. Como si los pibes y las pibas buscaran recuperar algo del tiempo pasado en la calle. Como si necesitaran reponer los besos no dados ni recibidos a lo largo de sus vidas.
Que no tienen nombre, sino número
“Los alumnos encuentran en la escuela una mirada amorosa”, dice Susana. “No tenemos una actitud moralizante, sino ética: no nos metemos con lo que hacen afuera, pero sí les dejamos claro que no pueden traer a la escuela lo que hacen en la calle. Afuera usan los puños para resolver situaciones, pero acá tienen que aprender a utilizar la palabra”.
La Isauro Arancibia se configura así como mucho más que un instituto educativo: se convierte en un lugar de pertenencia, de identificación y de aprendizaje real. Para muchos de los alumnos es, además, un primer hogar. El único que tienen.
Que no hablan idiomas, sino dialectos
En principio, la escuela solo era primaria. Pero Susana se dio cuenta de que, cuando terminaban séptimo grado y les daba el diploma, los alumnos seguían yendo. Acaso porque era lo mejor que podían hacer. Acaso porque era el único lugar en el que se los recibía con un beso. Y así fue como decidió abrir el secundario.
“Ahora los alumnos no vienen solo a terminar la primaria o la secundaria, sino a pensar un proyecto de vida distinto, a encontrar su deseo. La propuesta es que vengan a pensarse de otra manera”, explica con su tono pausado. Y, cuando lo dice, casi parece que fuera fácil.
Que no profesan religiones, sino supersticiones
“Pensamos mucho en la bienvenida que les damos a los alumnos. Los abrazamos, intentamos que dejen afuera todo lo que traen de la calle”. Beso, saludo, sonrisa. Hay que parar cada dos pasos: todos tienen algún motivo para charlar con Susana. Todos quieren contarle algo, hacerle una pregunta, pedirle ayuda.
Que no hacen arte, sino artesanía
“El saludo a la bandera lo hacemos con una canción que escriben para el 20 de junio y se canta hasta el año siguiente. Además, tenemos un eje sobre el que trabajamos en todas las materias a lo largo del año, y elegimos un lema para pintar nuestra propia bandera. Una vez que está lista, la colgamos en el patio junto con las de los años anteriores. Todo lo hacen ellos: tienen mucho para decir”.
Que no practican cultura, sino folklore
Además de educar en las materias tradicionales, la escuela brinda talleres de oficios y artes: los alumnos aprenden panadería, peluquería, costura, bicicletería, serigrafía y periodismo. Gracias a estas habilidades pueden formar parte de proyectos inclusivos y emprendimientos productivos de economía social.
“La idea es que ellos mismos descubran qué quieren hacer en la vida, qué quieren ser, cómo quieren vivir. Nadie les preguntó qué querían ser cuando fueran grandes, nunca tuvieron la oportunidad de pensar en eso. Y mucho menos en qué deseaban. Sabían que tenían que salir a trabajar o a pedir. Intentamos ayudarlos a construir ese ser deseante”.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos
“Cuando llegaron, la mayoría no podía proyectar su vida más allá de los 30 años. A partir de que abrimos la secundaria se les empezó a ampliar el horizonte: ahora muchos quieren hacer una carrera universitaria. Acá encuentran un lugar en donde pueden empezar a pensar en ellos. Intentamos que puedan apropiarse de la parte que les toca de este país, que salgan del lugar donde los pusieron. Es difícil, pero de a poco lo vamos logrando. Nuestros pibes no pudieron ir al jardín, pero sí mandaron a sus hijos. Y ellos mismos siguen estudiando: muchos de aquellos primeros alumnos ahora están en la secundaria y los fines de semana vienen a ayudarnos”, dice Susana.
Que no tienen cara, sino brazos
“Todos los años nos vamos de viaje con los chicos. Empezamos en 2001 gracias a uno de esos programas de televisión que te cumplían el sueño: les dijimos que los chicos no conocían el mar y nos llevaron a pasar un día a San Clemente. Cuando volvimos, decidimos que nos íbamos a ir todos los años. Y lo logramos, a pesar de las dificultades”.
Que no tienen nombre, sino número
“Nuestros alumnos y alumnas duermen en la vereda o en las plazas, están estigmatizados por la sociedad como peligrosos y chorros. Muchos de ellos ni siquiera tienen documento, nunca fueron inscriptos. Y encima se los deja afuera del sistema educativo, como si fuera su culpa. El Estado los abandonó. Y el mismo ahora los reconoce, solo para reprimirlos y castigarlos. Nuestros pibes sufren la violencia todos los días”.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local
“Hace poco nos mataron a un pibe de 16 años: lo asesinó un policía. Empezó el año y Robertito no aparecía. Empezamos a preguntar, todos lo conocían porque venía al Isauro desde chiquito. No sabíamos qué pasaba. Porque con estos pibes es así: nadie los reclama, no tienen familia. Nadie los mira. Todos los esquivan. Finalmente nos enteramos de que le pegaron un tiro. El cana está libre: exceso de legítima defensa. A Robertito solo le encontraron un revólver de juguete. Estuvimos presentes en el juicio, pero no hubo nada que hacer. Nos lo mataron. Plantamos un árbol en su honor. Y así todos los años.
A veces se nos suicidan, les cuesta mucho salir adelante. Daniel nos defendió en la Legislatura cuando estábamos luchando por el edificio, era un genio. Pero un día se colgó. No aguantó más. Vivimos la alegría y la tristeza de manera permanente. Convivimos con la muerte. Por eso, nuestro principal objetivo es que no se maten. Que no los maten. Y que puedan ser felices”.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata
Beso, abrazo, saludo. Susana sigue sonriendo a pesar de las adversidades, de los recuerdos difíciles. A pesar del dolor. Dice que tiene muchos motivos.
“Yo aprendo todos los días de ellos, los admiro. Son mis héroes: se levantan en la calle y vienen a la escuela a estudiar. Ellos son nuestros maestros. La verdad es que hice muchos cursos de capacitación, pero en ningún lugar, nunca, aprendí tanto como trabajando en el Isauro”.