Ni grandeza ni capacidad de gestión. La administración PRO es un muestrario de cadáveres políticos que resucitarán en las empresas de donde alguna vez salieron para ocupar cargos en el estado comunal hasta que con puntualidad marcial, saltan de las poltronas, generalmente complicados o imputados en episodios de corrupción que revela la prensa o algún infiltrado. La caída del comisario Jorge Palacios, el Fino, es el último eslabón de esa cadena tenebrosa que pretende abrochar a los buenos vecinos porteños al poste de las prácticas empresarias clientelares y prebendarías de las cuales el líder de ese partido, Mauricio Macri, jefe de gobierno, es el principal exponente —no hace falta recordar que este hombre de negocios, ex presidente de Boca Juniors, estuvo, junto a Franco, su padre, implicado en un contrabando de autos, que entraban a la Argentina a nombre de personas discapacitadas. Si en ese caso, esas personas eran cómplices, en este caso, los vecinos de la Ciudad Autónoma, por acción u omisión, también lo son. A Macri lo votaron en masa, aunque ahora haya muchos arrepentidos.
Pero la caída del Fino es el mazazo más importante que tiene que soportar el gobierno del PRO, una formación de derecha clásica, educada según los modos del management y en arreglo al fin de las ideologías, que a la hora de poner las cuentas en orden, de priorizar políticas y de elegir funcionarios, tuvo que pedir auxilio al peronismo ortodoxo y al radicalismo más rancio y desgastado. Por cierto, no se trataba de ideologías sino de un gobierno malo o peor que eso. Palacios acusó recibo por su presente y por su pasado.
El Fino es uno de los responsables operativos de la matanza del 20 de diciembre del 2001 en la Plaza de Mayo y alrededores; está sospechado de encubrimiento y desaparición de pruebas del atentado a la mutual judía, AMIA, en 1994; superintendente de Investigaciones de la Policía Federal, el propio Néstor Kirchner lo pasó a retiro después de escuchar una grabación donde el hombre departía en amable tenida con uno de los captores y asesinos de Axel Blumberg.
La ausencia de Macri en el último aniversario del atentado a la AMIA, donde fue silbado por todos los presentes, amerita varias lecturas: la más obvia es la que indica que ese día la suerte del policía quedó sellada. Si eso es así, como dejaron trascender las fuentes consultadas por este medio, el que no estaba enterado era Guillermo Montenegro, el Gordo, ministro de Seguridad del PRO, que como se sabía, cumplía órdenes de Palacios aun antes de que éste asumiera, acaso como castigo por haber llegado a ese ministerio bajo el ala de la blanca palomita de Macri, la ex vicejefa de Gobierno y actual diputada electa Gabriela Michetti, que guarda estricto silencio desde que según dicen las mismas fuentes, se vio obligada a mudar sus petates al Congreso de la Nación, no sin antes perder buena parte de su caudal electoral a manos del cineasta Fernando Pino Solanas, que quedó a seis puntos de la politóloga de la UCA, que esperaba pasar los veinte o veinticinco.
La revista Veintitrés publicó que Palacios maneja dos agencias de seguridad: es que la inseguridad aumenta de manera inversamente proporcional a la cantidad de empresas vinculadas al rubro y a la juguetería que importan. Esa industria, con ramificaciones extendidas en áreas académicas, también crece con los gadgets para vigilar autos y personas que supuestamente cometan delitos en el espacio público. Los vecinos que viven aterrorizados por la propaganda mediática, apoyan la colocación de cámaras y botones vigilantes, todo sea por la propiedad privada.
Buenos Aires hoy día es una ciudad rastrillada por cámaras invisibles que cumplen, fundamentalmente, tareas de apoyo al policía de carne y hueso, encargado de certificar boletas de infracción al tránsito, a cualquier hora y en todo lugar: la prioridad de Macri es recaudar contante y sonante para intentar cumplir con alguna de las promesas de su campaña electoral. El sueño de la candidatura presidencial está cada vez más lejos.
El Fino era una pieza maestra en esa estrategia porque su segundo, Osvaldo Chamorro, el subjefe que ahora será jefe, aunque no es un desconocido, no es del riñón macrista. La autoexclusión de Palacios acaso sea un alivio para el Gordo Montenegro y hasta para el propio jefe de gobierno, pero no es ningún alivio en el corto o mediano plazo para el futuro de los funcionarios porteños, que desangelados sin la presencia de Gaby, dicen las lenguas viperinas consultadas, empiezan a mirar con recelo los cada vez más frecuentes pero siempre silenciosos movimientos de la diputada electa en dirección al departamento de Elisa Carrió, que despechada por la radical Margarita Stolbizer, algo tramaría con su vieja amiga y colega de confesión.
Es que el arzobispo primado de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, siempre las quiso juntas.