Reproducimos a continuación una carta al director de El País del catedrático de Filosofía Moral de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, Francisco Fernández Buey, a propósito del editorial que el diario madrileño dedicó al cuadragésimo aniversario del asesinato del Che Guevara en Bolivia. Anexados, reproducimos ese editorial, así como el editorial que el mismo diario El País publicó con ocasión del trigésimo aniversario. Como apreciará el avisado lector, el cambio en diez años es suficientemente notable.
No hace falta haber sido guevarista o serlo hoy para considerar su nota editorial de ayer, «Caudillo Guevara» (El País, 10/X/2007), un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad, un ejemplo más del tipo de discurso «autorizado por la policía y vedado por la lógica», que decía Marx. Para empezar es de una ignorancia supina atribuir en exclusiva al romanticismo europeo el prejuicio de que entregar la vida por las ideas es digno de admiración y elogio. Sólo un inculto puede escribir eso.
En segundo lugar, es sectario denominar muerte al asesinato de Guevara en La Higuera y encima atribuirle el propósito de dotar al crimen de un sentido transcendente.
En tercer lugar, es una manipulación incalificable identificar lo que hizo el internacionalista Guevara con movimientos terroristas, nacionalistas o yihadistas de ahora.
En cuarto lugar, es un infundio, digno del peor revisionismo histórico, presentar la vida y la acción de Guevara y de sus seguidores como mera coartada para un autoritarismo de signo contrario, que no germinaba entonces, como dice su editorial, sino que existía ya en el continente americano. En quinto lugar, es absurdo presentar a Guevara como puesta al día del caudillismo latino-americano: los extremos sólo se tocan en la cabeza del editorialista de El País Y por último, es falso, literalmente falso, que hoy ya sólo se conmemore la muerte de Guevara en Cuba, Venezuela o Bolivia.
Sobre el uso indiscriminado del término «populismo» dije ya lo que tenía que decir aquí mismo hace unas semanas. Ahora quiero añadir que tanta ignorancia y tanta tergiversación de la historia y del presente me parecen indignas de un periódico que se quiere «global»..
– Francisco Fernández Buey, 11 Octubre 2007
Caudillo Guevara
Editorial de El País. 10/10/2007
El romanticismo europeo estableció el siniestro prejuicio de que la disposición a entregar la vida por las ideas es digna de admiración y de elogio. Amparados desde entonces en esta convicción, y a lo largo de más de un siglo, grupúsculos de las más variadas disciplinas ideológicas han pretendido dotar al crimen de un sentido trascendente, arrebatados por el espejismo de que la violencia es fecunda, de que inmolar seres humanos en el altar de una causa la hace más auténtica e indiscutible.
En realidad, la disposición a entregar la vida por las ideas esconde un propósito tenebroso: la disposición a arrebatársela a quien no las comparta. Ernesto Guevara, el Che, de cuya muerte en el poblado boliviano de La Higuera se cumplen 40 años, perteneció a esa siniestra saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretenden disimular la condición del asesino bajo la del mártir, prolongando el viejo prejuicio heredado del romanticismo.
El hecho de que el Che diera la vida y sacrificara las de muchos no hace mejores sus ideas, que bebían de las fuentes de uno de los grandes sistemas totalitarios. Sus proyectos y sus consignas no han dejado más que un reguero de fracaso y de muerte, tanto en el único sitio donde triunfaron, la Cuba de Castro, como en los lugares en los que no alcanzaron la victoria, desde el Congo de Kabila a la Bolivia de Barrientos. Y todo ello sin contar los muchos países en los que, deseosos de seguir el ejemplo de este mito temerario, miles de jóvenes se lanzaron a la lunática aventura de crear a tiros al «hombre nuevo».
Seducidos por la estrategia del «foquismo», de crear muchos Vietnam, la única aportación contrastable de los insurgentes seguidores de Guevara a la política latinoamericana fue ofrecer nuevas coartadas a las tendencias autoritarias que germinaban en el continente. Gracias a su desafío armado, las dictaduras militares de derechas pudieron presentarse a sí mismas como un mal menor, cuando no como una inexorable necesidad frente a otra dictadura militar simétrica, como la castrista.
Por el contexto en el que apareció, la figura de Ernesto Guevara representó una puesta al día del caudillismo latinoamericano, una suerte de aventurero armado que apuntaba hacia nuevos ideales sociales para el continente, no hacia ideales de liberación colonial, pero a través de los mismos medios que sus predecesores. En las cuatro décadas que han transcurrido desde su muerte, la izquierda latinoamericana y, por supuesto, la europea, se ha desembarazado por completo de sus objetivos y métodos fanáticos. Hasta el punto de que hoy ya sólo conmemoran la fecha de su ejecución en La Higuera los gobernantes que sojuzgan a los cubanos o los que invocan a Simón Bolívar en sus soflamas populistas.
Vuelve el Che
Editorial de El País.17/07/1997
EL Che ya está en La Habana, donde su cadáver fue recibido, por Fidel Castro, con honores. de héroe nacional el domingo pasado. Treinta años. después de la muerte de Ernesto Guevara -el guerrillero más emblemático y seductor de la revolución cubana-, en su recuerdo se unen la nostalgia del idealismo perdido y el filón comercial para quienes explotan su figura. Lo contrario de lo que él predicaba. A despecho del descrédito del comunismo en los últimos años, la figura revolucionaría del Che se mantiene como un símbolo del idealista coherente y del hombre de acción. La historia recicla ahora, a través de la trivialidad del marketing, lo que a finales de los años cincuenta y los sesenta fue un movimiento armado, antiimperialista y subversivo que acabó en Cuba con la dictadura de Batista y quiso extender, mediante las guerrillas, la subversión igualitaria por América Latina. No había caído el muro de Berlín.
El Che fue abatido y rematado en Bolivia el 9 de octubre de 1967 tras una emboscada donde perecieron otros seis guerrilleros. Tenía 39 años y su práctica política -exportar la revolución- devino en mito. Su imagen, multiplicada en cientos de miles de carteles por, todo el mundo, fue ya entonces la insignia de muchos jóvenes que veían en este médico asmático un ejemplo del guerrillero heroico a favor de la humanidad. El Tercer Mundo, cuyo concepto se multiplicó en ese tiempo, significaba, de una parte, la denuncia más flagrante del imperalismo internacional por su explotación y miseria, pero, de otra, la promesa de una ebullición que transformaría el mundo. Tal utopía ha dejado prácticamente de existir. Apenas unos focos rebeldes en todo el mundo, cuatro o cinco pequeñas guerrillas en Latinoamérica, son los residuos sin futuro en un presente donde triunfa el liberalismo más crudo y la globalización.
Arrasado el marxismo, renace la estampa del Che. Vuelve en forma de nuevas biografías latinoamericanas, norteamericanas o europeas; en la reedición de sus obras completas; en forma de colgantes, de carteles, de llaveros, camisetas, de discos con canciones de Víctor Jara; Atahualpa Yupanqui o Carlos Puebla; en media docena de proyectos para película s a cargo de directores o actores como Ettore Scola, Giuseppe Ferrara, Michael Radford y Antonio Banderas. Cuando nadie cree ya en el poder revolucionario de lo que significaba el Che, su energía se transforma en merchandising; cuando la. guerrilla es sólo un vestigio sin porvenir, el Che ocupa la portada de Newsweek.
Incluso los huesos de Guevara, prestos para el culto, han aparecido en el momento apropiado, tras treinta años perdidos en una fosa común cuya exploración viene a sumarse al aniversario en forma de una ruta turística en Bolivia. Vuelve el Che: un fenórneno que suscita para los que eran jóvenes progresistas, cuando batallaban Guevara, Fidel o Cienfuegos (los jóvenes barbudos) la melancolía de unos ideales marchitos. Es útil para quienes no vivieron los tiempos de la revolución cubana y sólo han recibido la mitología guevarista como una abstracta evocación de una lucha por un mundo mejor, más igualitario y más humano. Que siga el son.
El País, 11 octubre 2007