No busquen su nombre en los diarios. Tampoco recordarán su rostro porque nunca salió en televisión. No es noticia para una Argentina que olvida a sus próceres porque era un humilde trabajador, camionero y colectivero en Buenos Aires, permanente luchador por su pueblo en todos los terrenos del país, desde el asfalto de la Capital Federal, los suburbios y sus villas miseria, hasta los montes tucumanos. Eran tiempos en que las organizaciones de derechos humanos, salvo honrosas excepciones, no se ocupaban de los pobres desconocidos pudriéndose en las cárceles de la dictadura.
Él llevaba para algunos el “pecado” de ser peronista, un peronista protestón, en busca siempre de la justicia social en una Patria soberana y libre. No buscó ni usufructuó recompensas.
ALFREDO MOLISANO, digámoslo en mayúsculas alguna vez, con nombre de guerra FABER, ha muerto la semana pasada en Resistencia (Chaco). De infancia difícil, trabajando desde niño, con cualidades de líder, sufrió todos los sacrificios imaginables de las dictaduras en distintas cárceles del país, desde el frío Sur, hasta el tórrido Norte. No inspiró a los escribidores que lo ignoraron, pero acumuló honrosos prontuarios en las dictaduras.
Cristiano por convicción esperanzada, cultivaba el buen humor entre compañeros y necesitados, como también la fiereza gaucha al combatir al privilegio siempre impune de los explotadores. Buen lector en sus prisiones, autodidacta, hacía honor a los luchadores de los Evangelios, como Judas Macabeo ben Matatías, líder de una antigua familia israelí, quien en su estandarte de guerra contra el ocupador Imperio Romano, decía: “La mejor forma de bendecir a Dios es combatir al tirano”. Y no perdonó a ninguno, sin alardes, pero con firmeza.
El Comandante Faber no ha muerto. Su voz y consignas seguirán resonando con la de otros uturuncos en los montes del Cochuna entre 1959 y 1960, en sus alturas entonces primitivas, donde hasta había ganado salvaje, sin dueños, como en la época de la colonia. Allí combatió junto a campesinos huidos de los feroces tratos de los terratenientes azucareros y sus sicarios (asesinos asalariados) que sembraban el terror entre los obreros humildes y sus familias. Esos matones y la policía, ante palizas y muertes, hacían creer que se trataba de un temible “fantasma” llamado “el Familiar”.
Alfredo Molisano murió esperando que sucesivos proyectos de leyes, repetidamente cajoneados en el Congreso Nacional, como en estos momentos, dieran una reparación moral a quienes sacrificaran sus vidas en justas e inéditas campañas por una Argentina mejor. Los que bien merecen salir de la fría literatura de los prontuarios para entrar en la literatura nacional.
Quiera Dios que la justicia llegue antes de que, como otros tantos, mueran con la amargura del olvido de sus luchas peronistas comenzadas en 1955. Con esa esperanza murió Faber, rodeado del afecto familiar y quienes fuimos sus compañeros. Seguramente, se mantendrá en la memoria de cuantos humildes criollos lo conocieron.
Alfredo Molisano, el Comandante Faber, mantuvo intacta su rebeldía hasta los 80 años, su edad al fallecer.