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Entre la espera y la renuncia

Un cierre de año que expone el cansancio social y la ausencia de conducción frente a un presente que se impone. Por Carlos Benítez Gibbons

A pocas horas de despedir este 2025 y recibir el 2026, la revista Zoom quiere compartir con ustedes una breve semblanza de un año tan particular y del que está por llegar, un tiempo cargado de presagios, pero donde siempre existe una rendija de posibilidad mientras haya algo —o alguien— por lo que luchar.

¿Vivimos una resignación universal? Durante este año, los datos mundiales fueron mayoritariamente negativos; en algunos casos, directamente escalofriantes. Las desigualdades crecen sin freno y no hubo respuestas de desafío, de indignación ni de insurrección a la altura de ese deterioro. Como si, de manera silenciosa, se hubiera impuesto una idea peligrosa: es así la vida, nada se puede cambiar.

Nuestro continente, uno de los más desiguales del mundo, transita este tiempo apesadumbrado. En muchos países, incluso, se eligieron gobiernos que prometen —y cumplen— hacer más difíciles las vidas de sus pueblos. El contraste es brutal. El 1° de enero se cumplirán 66 años de la Revolución Cubana, que inauguró una primavera de luchas en América Latina, cuando pueblos enteros se levantaron por su dignidad. Hoy, en cambio, pareciera que aceptamos la vida que nos toca sin levantar la mirada, sin animarnos a pensar que otra vida es posible.

Argentina no está exenta de este clima de época. Durante todo el año fuimos humillados, vilipendiados, amenazados, ninguneados, extorsionados y engañados. Hubo algunas respuestas sectoriales masivas —el Garrahan, discapacidad, universitarios— y la marcha de los jubilados, verdadero testimonio de tozudez y valentía. Nunca, en esta etapa democrática, un gobierno se ensañó con tanta violencia contra nuestros mayores. Sin embargo, nada de eso logró una reacción popular amplia que obligara a un gobierno, muchas veces al borde de actuar al margen de la democracia, a rectificar el rumbo. Por el contrario, las elecciones de octubre le dieron margen para profundizar políticas cada vez más antipopulares.

La política, y especialmente la oposición, también parece resignada al papel que le asigna el poder de turno. Dar testimonios, algunos discursos televisivos, intervenciones parlamentarias sin impacto real. Ni hablar de una CGT que alguna vez se pensó combativa y hoy no tiene capacidad de ser uno de los ejes ordenadores de la oposición. Todo esto ocurre mientras se deshilacha lo que queda de aquel peronismo que, hasta no hace tanto, parecía imbatible.

Aquella generación que supo desafiar el orden dado, esa que resistió a la dictadura cuando hacerlo implicaba riesgo real, que enfrentó al radicalismo luego del símbolo brutal del cajón de Herminio, que atravesó los años noventa lidiando con un peronismo desfigurado y sobrevivió al derrumbe del 2000, fue, en su juventud, la que se atrevió a imaginar un futuro distinto en tiempos de resignación. Hoy, muchos de esos mismos dirigentes ocupan el lugar inverso. Ya no empujan lo nuevo, lo taponan; ya no abren caminos, se atrincheran en ellos. Aferrados a un pasado que intentan restaurar, se abroquelan en una realidad que no dialoga con el presente ni con quienes lo habitan. El contraste es duro, porque quienes alguna vez rompieron el estado de las cosas hoy parecen custodiarlo, como si la memoria del cambio hubiera sido reemplazada por el temor a que otros vuelvan a hacerlo.

El pueblo dejó de creer en ese movimiento que supo ser sinónimo de lucha y de un horizonte que posibilitaba la movilidad social ascendente, y se refugia en la resignación, esperando que algún día reaparezca un líder providencial, un conductor de masas, que vuelva a llevarlo hacia la dignidad y la felicidad. Pero la espera, cuando se vuelve costumbre, también puede ser una forma de renuncia.

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