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2025: la hegemonía mileísta y la resistencia

Entre la hegemonía electoral de Milei y una sociedad que empieza a marcar límites. Por Demian Verduga

El hecho político central del año 2025 se produjo el pasado 26 de octubre. El presidente Javier Milei fue otra vez una sorpresa. Su lista de diputados nacionales de La Libertad Avanza consiguió cerca del 40 % de los votos a nivel nacional y ganó en los distritos más poblados del país, incluida la provincia de Buenos Aires, en la que se impuso sobre el peronismo por menos de 30 mil votos.

Fue una sorpresa porque en la seguidilla de elecciones desdobladas que había habido durante el año los resultados habían sido muy distintos. El único éxito había sido el triunfo en la Ciudad de Buenos Aires, con Manuel Adorni como candidato a legislador porteño. Una victoria que le sirvió a Milei para destronar definitivamente a Mauricio Macri del liderazgo antiperonista.

En el resto de las contiendas provinciales —Santa Fe, Salta, Jujuy, Buenos Aires, entre otras— LLA sólo cosechó derrotas. Se repitió el fenómeno del 2023, en el que los resultados distritales no sirvieron para predecir la ecuación nacional.

El año había sido complejo para el presidente en todos los frentes. En el político, por ejemplo, la oposición había conseguido un hecho casi inédito. A principios de septiembre el Congreso logró voltear el veto de Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Hace 22 años que el Parlamento no doblegaba un veto presidencial. La última vez había ocurrido bajo la presidencia de Eduardo Duhalde, con la insistencia con una ley que reducía los aranceles a la importación de azúcar. Era un tema con mucho menos impacto político y social que la Emergencia en Discapacidad.

En la misma línea se habían aprobado la Ley de Financiamiento Universitario y la de Emergencia Pediátrica para el Hospital Garrahan. Fueron hitos en los que amplios sectores de la sociedad y la política argentina le pusieron un límite al embate mileísta, que considera una “aberración” la justicia social y la igualdad de oportunidades.

A esos datos políticos hay que sumarles los económicos. Un ejemplo: sólo el 19 de septiembre, a pocos días de haber sido derrotado en las elecciones locales bonaerenses, el gobierno puso 618 millones de dólares de las reservas del Banco Central para contener el dólar.

Este era el escenario hasta que se produjo un hecho inédito, una intervención con pocos precedentes. Por primera vez la oficina del Tesoro de Estados Unidos operó de manera directa en el mercado de divisas local para contener el dólar. Se sumó una amenaza directa de Donald Trump. En una reunión en la Casa Blanca, el 14 de octubre, sentado delante de una larga mesa y rodeado de periodistas, el presidente de Estados Unidos le dijo a Milei que si no ganaba las elecciones retiraría el apoyo financiero.

El mensaje fue interpretado de formas disímiles. A los funcionarios que estaban parados detrás de Milei se les empalideció la piel de la cara. Los medios oficialistas dijeron que Trump estaba ayudando a la oposición; rememoraban la campaña “Braden o Perón”, con la que Juan Perón polarizó en 1946 con el embajador estadounidense Spruille Braden, que se había erigido como líder del antiperonismo.

Los resultados electorales del 2025 mostraron que la historia no necesariamente se repite. En esta ocasión la extorsión estadounidense funcionó para asustar a un sector de la sociedad que ve en la estabilidad monetaria el único logro de Milei y al que se aferra con la esperanza de que luego mejorarán otras cosas.

La pregunta sobre qué habría ocurrido sin esa intromisión norteamericana no tiene sentido. En los países periféricos la situación económica global y la geopolítica tienen un peso decisivo. Una encuesta realizada en noviembre por la consultora DC, una de las preferidas del gobierno nacional, indicó que el 47 % de los encuestados pensaba que una buena relación con Estados Unidos es “necesaria para crecer”. Es otra de las señales que muestra el retorno —relativo— de una hegemonía cultural similar a la de la década de 1990, cuando se había instalado de manera casi indiscutible que todo lo público era ineficiente, que la Argentina sólo tenía que producir lo que las potencias le querían comprar, que el mercado traía por sí solo bienestar general y que había que alinearse con EE UU. Ese sistema de ideas fue dominante durante poco más de diez años. Terminó en la catástrofe social y económica de diciembre de 2001. Hoy ha retornado como si el país hubiera dado una vuelta de campana.

La resistencia

La sorpresa de las elecciones del 26 de octubre no implica que el ajuste de Milei se deslice como por una sábana. Hubo durante este año distintos focos de resistencia con diferentes resultados. La marcha que todos los miércoles encabeza un grupo de jubilados frente al Congreso se volvió una antorcha en la oscuridad a la que se plegaron incluso hinchadas de fútbol.

La lucha sindical de los médicos del Hospital Garrahan se instaló y creció al punto de que el Parlamento aprobó una ley. El gobierno tuvo que ceder y otorgar un aumento que casi duplicó los sueldos de los trabajadores del mejor hospital pediátrico de Latinoamérica.

Las marchas universitarias convocaron decenas de miles de personas y el Parlamento logró insistir con una ley que Milei había vetado en 2024.

A esto se suma la reacción de la CGT a partir del proyecto de reforma laboral impulsado por el gobierno nacional. La masiva marcha del 18 de diciembre pasado fue una muestra del músculo que conserva el movimiento obrero argentino.

Sobre la aprobación del Presupuesto para el 2026 puede decirse que hubo una de cal y una de arena. El gobierno logró aprobarlo en ambas cámaras, pero aceptando que el financiamiento universitario y la emergencia en discapacidad quedarán vigentes. A pesar de esto, consiguió imponer el ajuste en educación. Derogó la ley de financiamiento educativo, uno de los pilares del gobierno de Néstor Kirchner, que obligaba al Estado argentino en sus tres niveles a invertir el 6 % del PBI en educación. También dejó sin efecto la ley de educación técnica, el fondo de defensa Fondeb, que imponían porcentajes específicos de inversión pública en esos sectores.

Son ejemplos de que la “batalla cultural”, como le gusta decir al presidente y a sus fieles, está en pleno desarrollo.

En el caso de Fuerza Patria —el peronismo político— todavía está atravesando la crisis que se sufre luego de una derrota electoral; a la del 2023 se sumó la del 2025.

Los debates sobre la conducción y la necesidad —o no— de renovar los liderazgos emergieron con más fuerza. Son temas centrales de la política, pero no son gratuitos. Absorben una energía que se necesita para concebir una estrategia que genere una nueva mayoría.

La experiencia del gobierno del Frente de Todos fue muy costosa para el peronismo. Uno de los daños más fuertes es que perdió el activo de la gobernabilidad, algo que incluso a regañadientes reconocían los antiperonistas. La reconstrucción del vínculo con la población para construir una mayoría que amplíe el núcleo duro tiene muchas aristas. No es el 2017-2018, cuando alcanzaba con proponer volver al gobierno de Cristina frente a la gestión fallida de Macri. Ahora, cuando la población mira el espejo retrovisor del peronismo, ve la gestión de Alberto Fernández. Es un mal recuerdo, en parte por fracasos del gobierno, en parte por la pandemia. Sólo será posible revertir esa memoria con un nuevo gobierno, y para llegar ahí los desafíos son muchos.

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