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Ministra Monteoliva, la amiga de las niñas gaseadas

Ascensos, encubrimientos y violencia estatal: el camino que llevó a Monteoliva al Ministerio de Seguridad. Por Ricardo Ragendorfer

Fue durante la mañana del 2 de diciembre pasado en el Salón Blanco de la Casa Rosada cuando la magíster (así fue presentada) Alejandra Monteoliva asumió la titularidad del Ministerio de Seguridad, en reemplazo de la flamante senadora Patricia Bullrich, de quien allí había sido su segunda.                                                 En esa rubia cincuentona se deslizaba un dejo de emoción. El destino le ofrecía un desafío a la medida de su autoestima, tras cultivar un bajísimo perfil.                  Hasta la tarde del 11 de septiembre de 2024.

Ese miércoles incurrió en un espantoso papelón: recorrió, en nombre de su jefa, los programas de TV conducidos por periodistas del oficialismo sin otro propósito que difundir un video manipulado sobre la niña Fabrizia, de 10 años, gaseada horas antes por la policía en el transcurso de los desbordes represivos en la Plaza Congreso. Y aseguraba, sin que se le moviera un solo músculo facial, que dicha salvajada había sido cometida por los propios manifestantes.

Semejante fake fue tan burda, que hasta indignó a sujetos como Eduardo Feinmann y Jonatan Viale, quienes la desenmascararon en vivo. A partir de entonces, volvió a esfumarse de la escena mediática.

Pero, ahora, su entronización ministerial demuestra que, en la Argentina libertaria, todo canalla merece una segunda oportunidad. O una tercera y cuarta.

Es que la trayectoria de esa mujer está salpicada de sangre. Sí, de sangre. Para comprobarlo, bien vale reparar en su historia.

La vida te da sorpresas

¿Cómo diablos le nació a esta licenciada en Ciencias Políticas por la Pontificia Universidad Católica de Córdoba (su provincia) su fervor hacia el punitivismo más extremo? Pues bien, tras recibirse viajó a Colombia para cursar un postgrado en la Universidad de los Andes, célebre por su enfoque académico ultraconservador, cuyo lema es “Servir más allá del deber”.

No se trataba, en aquella época, del país más pacífico del mundo, y ella lo supo en carne propia. Es que, en 1996 –-con 26 años de edad–-, fue secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en la zona del Caribe, una desventura que duró casi un mes. Y fue en esa circunstancia límite donde se le metió entre ceja y ceja aquello de “servir más allá del deber”.

Su siguiente paso fue trabar un vínculo con el jefe máximo de la Policía Nacional de Colombia, general Oscar Adolfo Naranjo, un represor de fuste que, además, reportaba a la DEA, y que sería el vicepresidente de esa nación en 2017, durante el mandato de Juan Manuel Santos, pese a las sospechas por nexos con el narcotráfico que pesaban en su contra.

La buena de Monteoliva se considera su discípula, puesto que de su mano ingresó en el metier de la Seguridad, colaborando por años con él. De modo que su “escuelita” fue el “Plan Colombia”, tal como se bautizó, con la excusa de la lucha contra los cárteles de las drogas y las organizaciones guerrilleras, a la ofensiva diseñada por la DEA y la CIA sobre la población civil. Su saldo: miles de campesinos, obreros y estudiantes asesinados por las falanges parapoliciales del presidente Álvaro Uribe –-quien gobernó ese país entre 2002 y 2010-–, comandadas precisamente por Naranjo.

Seguidamente, chapeando con tal background, esa mujer se vendía como “experta en gestionar políticas de seguridad”. Y le creían. Así llegó a ser asesora de entidades multilaterales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe, una tarea que ejercía en varios países de la región. Así puchereó por más de un lustro. Pero el techo no muy alto de sus conocimientos hizo que sus empleadores fueran remisos en renovarle los contratos.

Era hora de volver a la Argentina. Concluía el invierno de 2012. Ya en Córdoba, supo llamar la atención del gobernador José Manuel de la Sota, quien la puso al frente del Observatorio de Delito y Violencia local. Al año, un temita de drogas hizo rodar las cabezas del entonces ministro de Seguridad, Antonio Paredes, y del jefe de la policía, Ramón Frías. El escándalo le vino de perillas a Monteoliva, dado que De la Sota tuvo la audacia de reemplazar al primero por ella.

La elegida tocaba el cielo con las manos. Fue durante el mediodía del 16 de septiembre en la Sala de Situación del Centro Cívico cuando asumió la titularidad de ministerio vacante. Monteoliva lucía muy seria, pero luminosa. Cabe destacar que no en toda la provincia reinaba la alegría. Porque cerca de allí, el comisario Frías, algo ofuscado, se despedía de su tropa con un inquietante mensaje por radio: “No nos van a vencer fácilmente”. Sabía de qué hablaba.

Lo cierto es que su frase se vio favorecida por una circunstancia objetiva: la oleada de “rechifles” policiales –-en reclamo de mejores salarios–- que, a partir de 3 de diciembre, se desató en 18 provincias. Hubo zonas liberadas y saqueos, además de enfrentamientos armados entre salteadores y comerciantes, con un saldo de 20 muertes en todo el país. Córdoba, claro, no fue una excepción. Allí, el asunto dejó tres cadáveres, aproximadamente 200 heridos y más de mil tiendas afectadas.

La pobre Monteoliva jamás imaginó verse envuelta en una situación así, y no sabía hacia donde poner los pies en polvorosa. Fue Frías –-convocado con urgencia, casi de rodillas, por el gobernador-– quien logró poner paños fríos a esa suerte de Blitzkrieg.
Mientras tanto, entre lágrimas, Monteoliva repetía una y otra vez:
–-Esto me tomó de sorpresa…

De la Sota la echó el 9 de diciembre, tras considerar su “responsabilidad pasiva” en la revuelta. Ese cargo le había durado, exactamente, 12 semanas y un día.

Locas por Bukele

Recién a fines de 2015, luego de casi dos anodinos años en los que su estrepitoso fracaso cordobés parecía haberla hundido para siempre, la señora Monteoliva vio renacer la luz de la esperanza a raíz del triunfo electoral de Mauricio Macri en las elecciones generales del 25 de octubre. Entonces, abandonó su provincia para unirse, en Buenos Aires, a las filas del PRO, poniéndose de inmediato a disposición de Patricia Bullrich.

Entre ellas hubo lo que se podría llamar “una sororidad de ultraderecha”. De modo que, ya ungida con el cargo de ministra de Seguridad, “Pato” colocó a su nueva amiga al mando del área de Información Criminal y, después, en la Dirección Nacional de Operaciones de las Fuerzas Federales.

Monteoliva permaneció allí hasta el final del régimen amarillo. Su tarea específica consistía en planificar los despliegues represivos de tales mazorcas. De modo que eso es lo que justamente hizo con la Gendarmería y la Prefectura para sus ofensivas contra las comunidades mapuches, tanto en el pu-lof de Cushamen (Chubut) como en el lago Mascardi (Río Negro). Y ya se sabe que en esos dos sitios, respectivamente, mataron a Santiago Maldonado (el 1° de agosto de 2017) y a Rafael Nahuel (el 25 de noviembre de ese año).

En definitiva, esa fue la obra de los esbirros coordinados en forma remota por Monteoliva. Sin embargo, la Justicia ni siquiera la rozó. De hecho, al comenzar la presidencia de Alberto Fernández, la magister era para el espíritu público prácticamente una desconocida, algo que en su caso, claro, no era una desventaja. Entonces se volcó otra vez a la actividad privada en su rol de consultora nómade. Así, a fines de 2019, llegaría a El Salvador, el reino de Nayib Bukele.

Este sujeto, que presume ser un dictador cool es, en realidad, una bestia con garras que, con el fervor de un urbanista, transformó a su país en un inmenso presidio, cuya –-diríase-– capital es el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), con capacidad para 40 mil reclusos. Las fotografías de éstos, luciendo enormes calzoncillos blancos por única vestimenta, todos sentados en un patio con las cabezas gachas entre las rodillas, hechos un ovillo, han sorprendido gratamente a ciertas almas, y horrorizado al resto de la humanidad.

¿En qué lo habría asesorado la cándida Monteoliva?

En rigor, fue ella el nexo de la cumbre Bukele-Bullrich, efectuada en San Salvador a mediados de 2024. Entre ambos, desde luego, hubo una sintonía maravillosa. Milei ya gobernaba. Bullrich otra vez estaba al frente de la seguridad del país. Y Monteoliva oficiaba de viceministra. Las golpizas de los miércoles a jubilados ya eran parte del fixture oficial.

A partir de entonces –-según una estadística de la Comisión Provincial de la Memoria (CPM)-–, el “Protocolo Antipiquetes” de Bullrich dejó nada menos que 2.500 heridos. Desde contusos por golpes con bastones y escudos policiales (convertidos en armas disuasivas), hasta lesionados por balas de goma, incluso con la pérdida de un ojo, pasando por asfixias y desmayos a raíz de los gases.

Pero, en esta antología del terror, se impone el caso del fotógrafo Pablo Grillo, en cuya frente recibió el impacto de un cartucho lacrimógeno, gatillado con una escopeta lanza-gases. Eso le provocó una fractura expuesta de cráneo. Y aún continúa en proceso de recuperación, con pronóstico reservado.

Sobre este caso en particular, se acaba de pronunciar, tras su asunción, la ahora ministra Monteoliva. Y sus palabras fueron:
–-Uno siente pena por lo que le pasó Grillo. Pero nadie me pregunta por los 280 policías heridos en las manifestaciones.

Una hermosura de persona.

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