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Langer: “No puedo salir a convencer a nadie de algo tan obvio como rechazar un genocidio”

Diálogo con Sergio Langer, impulsor de la muestra “Gaza en la mira”. Por Americo Schvartzman

Humorista gráfico y artista plástico de extensa trayectoria, Sergio Langer es el impulsor de una muestra donde casi medio centenar de ilustradores repudian el horror perpetrado por el Estado de Israel en Gaza y se solidarizan con el pueblo palestino. En esta charla cuenta sus motivos y su propia transformación desde su identidad y su experiencia personal.

— La pregunta puede parecer obvia pero no lo es: ¿qué te movió a impulsar esta muestra?
— Básicamente, la respuesta brutal por parte de Israel luego del 7 de octubre de 2023. Al minuto de que empezaran a bombardear dije “esto es un desastre”. Mi lectura del tremendo atentado de Hamás fue: “Después de tantos años de ejercer terrorismo sobre las comunidades palestinas, la sociedad israelí recibe una reacción del mismo tenor”. El terrorismo es eso: asesinar civiles indefensos. Por supuesto que no lo voy a justificar bajo ningún concepto, pero era esperable que hubiera alguna vez una reacción de ese tipo. Terror contra terror. Lo que no era esperable es que cientos de integrantes de Hamás hayan podido sortear las defensas y los sistemas de vigilancia israelíes, de los más sofisticados del mundo, o que no hubiera fuerzas de las FDI en la zona hasta 24 horas después. Raro, ¿no? Suena a atentado de falsa bandera, para justificar lo que vino después. Y a la vista de la destrucción de Gaza, dos años después, estoy estupefacto, sigo estupefacto. Siendo hijo de una madre sobreviviente del Holocausto, no se puede concebir, no lo acepto, lo condeno ¡y me parece natural aborrecer esto! Es lo que debería sentir cualquier ser humano. El horror me impulsó.

— En el medio ilustraste las tapas de dos libros que abordan la cuestión. Aunque desde mucho antes habías trabajado sobre esta temática.
— Sí. Ilustré las tapas de dos libros, uno del filósofo italiano Bifo Berardi que se llama Pensar después de Gaza. Y otro contra el etnocentrismo judío de dos autores (Peter Pál Pelbart y Bentzi Laor), uno brasilero, otro israelí, judíos ambos y muy críticos, que analizan cómo llegamos a esto, con partes históricas que yo desconocía. Hice esas tapas para la editorial cooperativa Tinta Limón y los presentaron en la Feria de Flores, de editores independientes. Ellos me propusieron hacer una muestra porque en efecto yo tengo mucho trabajo hecho al respecto. Muchos de antes, como decías, y muchos que hice durante el conflicto, por lo que estaba y está pasando.

Afiche de la muestra.

— Pero decidiste convocar a otros artistas.
— Y sí, me pareció mucho más enriquecedor convocar a otros colegas y así se empezó a armar. Lo hice muy a las chapas, improvisadamente, y reuní laburos de treinta artistas visuales, historietistas, humoristas gráficos, artistas contemporáneos.

— Muchos de ellos muy conocidos.
— Sí. Entre ellos Roberto Jacoby, Marcia Schwartz, Maitena… Y otros menos conocidos pero con gran trayectoria, también pibes muy jóvenes y todos se coparon. Incluso me llamó gente que me reclamó por qué no la invité. Y bueno, vos me decís cómo surgió, qué sé yo, me cayó a mí la pelota, por decirlo de alguna manera. Todo fue sin mucha formalidad. Por ejemplo, un par de amigos colegas de Brasil me mandaron los archivos y se imprimió digitalmente; también gente de acá que por la urgencia o por la distancia, no había manera de acercar el original a tiempo. Entonces hay copias digitales, hay originales, hay bordados, objetos… Se hizo como fue saliendo, con pocos recursos y muchas ganas.

— ¿Y por dónde anduvo la muestra?
— En La Casona de Flores estuvo un mes. Ahora estamos con la misma muestra, aunque ya con diez autores más, en el Museo de Arte y Memoria de La Plata; salió en el marco de la Noche de los Museos, allí se inauguró y estará expuesta hasta enero, luego a Entre Ríos, a tus pagos.

Finalísima. Obra Langer.

— Antes de todo esto vos mismo, podría decirse, eras un “sionista de izquierda”.
— Me crié en el seno de una familia tradicional judía en el barrio de Once, hice el Bar Mitzvá, fui a escuelas judías: jardín, primaria y secundaria, fui a Hebraica y a grupos sionistas de izquierda, mis viejos hablaban en idish, que era mi segunda lengua, tengo parientes muy cercanos en Israel y además colaboré en Nueva Sion, un periódico sionista socialista durante más de diez años. Pero todas mis creencias empezaron a estar en crisis, creo que a partir de dos hechos puntuales: el asesinato de Rabin en 1995 y, después, en 2006, los bombardeos devastadores sobre Beirut y Gaza, donde Israel profundizaba cada vez más su política de limpieza étnica sobre los palestinos.

— Ya tus chistes en Nueva Sion no eran nada complacientes con Israel ni con el sionismo. Pero todo lo ocurrido te fue transformando.
— Yo colaboraba con lo judío desde una posición crítica, lo que me valió muchas puteadas. Y básicamente se desmoronó lo que tenía armado, porque me autopercibía como un sionista crítico, pero desde la izquierda nunca me cuestioné si era legítimo el Estado de Israel. Y después de esto que pasó y que está pasando, sí me lo cuestiono, claro que me lo cuestiono y me duele. Pero si vos me decís, ¿qué estás diciendo, que hay que demolerlo? No, ya está, pero hay mucho por hacer: me refiero, no sé, juicios de lesa humanidad, reconocimiento de derechos, indemnizaciones, algo que repare estos ochenta años de injusticias y represión a los habitantes originarios de Palestina. Pero suena a una ingenua utopía.

Obra McFritas por Yanpol.

— También en Sudáfrica, medio siglo atrás, desmontar el apartheid y reformar por completo ese Estado sonaba a utopía.
— Ponele. No sé. ¿Cuánto tiempo puede pasar? ¿Cien años? En cien años hablamos (ríe), pero a mí se me deconstruyó toda una historia que tenía montada desde mi más tierna infancia.

— Cambiaste tu mirada por completo.
— Sí. ¡Absolutamente! Lo que está sucediendo es de una crueldad insoportable. Una locura. Hoy ya no siento ese amor incondicional que sentía desde pequeño por Israel, me parece horrible y todo el tiempo voy a los orígenes: ¿cómo puede ser que se hayan desconocido tantos crímenes, durante tantos años, desde 1948 hasta acá? ¿Cómo puede ser que durante décadas nadie me hablara de la Nakba? (“Catástrofe”, en árabe: así llama el pueblo palestino a las matanzas, la limpieza étnica y los desplazamientos forzosos realizados al establecer el Estado de Israel). Entonces, si no lo querés ver, bueno, no lo mirés. Pero yo no puedo no verlo. Me siento muy identificado con el pueblo palestino. Yo pasé por todas las instancias por las que un judío sionista podía pasar y hoy me parece que hay que revisar toda la historia. Y, por supuesto, parar el exterminio.

Paloma Drone. Obra Langer.

— ¿Qué te pasa cuando tus propios “paisanos” te acusan de antisemitismo por expresar tu mirada sobre esta masacre?
— Me siento rechazado y juzgado por mi propia familia y amigos, pero no puedo traicionar mis convicciones, que son viscerales. Para mí, ser judío siempre fue ser antifascista. Y ver en los últimos años a tipos como Trump, Bolsonaro, Abascal y Milei agitar banderas israelíes es insólito y abyecto. Es absurdo realmente. Por una historieta que publiqué en Nueva Sion o en la revista Barcelona, no sé, me acusaron de “auto-odio”… sabiendo que mi vieja estuvo en un campo de concentración, lo menos que puedo tener es auto-odio hacia mí mismo o hacia mi madre. O que mi libro Judíos (Planeta, 2015) es antisemita. Cuando tenés que responder esas cosas, me paralizo. No puedo creerlo, me parece ignorancia total, me pinta una especie de parálisis y no sé cómo responder. A veces prefiero que respondan otros que tienen más chamullo. Que salgan a defenderme (risas). No sé si me dijeron “nazi”, sí, es muy probable. O que banalizo la Shoá. Me parece descender a los infiernos tener que responder esas acusaciones. Porque son construcciones para demonizar y victimizarse. “Ay, este es antisemita, banaliza el Holocausto”. Y te lo dicen personas que defienden un genocidio o se hacen las distraídas. Es absurdo.

— Y a la vez tan previsible. El fanatismo opera así en cualquier posición, ¿no?
— Y sí. Mirá, con respecto a que de la misma comunidad podés ser censurado, perseguido, anatemizado, siempre sentí que de ahí iban a venir más los palos. Porque para mantener el relato, la unidad, la cohesión, necesitan sentarse sobre verdades —entre comillas— inquebrantables, que no pueden ser cuestionadas porque se desmorona toda una construcción. En este escenario hay muchas cosas que no entiendo… y que me parecen aberrantes. Que tenga que defenderme de que me acusen de nazi los mismos judíos es raro, es muy raro. Es de un surrealismo galopante, cuando siempre puse en valor mi condición de judío. Y mi humor tiene mucho que ver con lo judío, con mi historia, y muchos chistes que hice tienen que ver con la Shoá. Porque el humor negro es una herramienta formidable. Y, por supuesto, me siento mucho más identificado con los palestinos, porque de última estaban viviendo ahí ellos. ¿Qué es lo difícil de entender? No es tan complicado. Ellos vivían ahí. En Haifa, por decirte, que tenía otro nombre antes de 1948, había gente viviendo, había diarios, radios, escuelas, tenían sus comidas típicas, sus bordados, sus rituales, sus sueños. Y de pronto se transformó en un estado supremacista judío con gente que venía hecha bolsa de Europa…

Obra Okupas por César Agite.

— Como humorista gráfico sos de los que creen que no hay límites para el humor. ¿Cómo vivís estos tiempos de «haters» y de posiciones extremas?
— Yo no me imagino hacer otra cosa más que lo que hago. Una parte de mí todavía es optimista. Quizás es el boludo optimista que todos tenemos adentro, que siente que en algún momento tiene que haber una buena. Como esto del alcalde electo de Nueva York (Zohran Mamdani), es una muy buena noticia. No sé cómo va a hacer para administrar una ciudad donde el poder fáctico, el poder real, está tan en otro lado. No sé, la verdad. Sería revolucionario solo que se cumplan las leyes de la democracia, las leyes que están escritas… Pero sinceramente no sé qué pasará. Mi capital más importante en este mundo es estar lleno de preguntas. Esta muestra que de algún modo motoricé es algo que estaba en el aire, fue levantar el celu y llamar amigos, amigas, y encontrarse con una recepción automática, obvia, ¿no? Entonces se arma fácil. En Flores eran treinta artistas, ahora ya somos cuarenta y estoy seguro de que si aparece un lugar un poco más grande seremos cincuenta artistas o más. Eso y mis dibujos son mi herramienta y nada más. Yo no puedo salir a convencer a alguien de algo tan obvio como que asesinar niños es repudiable y que rechazar un genocidio a la luz del día durante dos años es lo mínimo que un ser humano puede hacer. Armar una muestra de artistas creo que es muy poco cuando te enfrentás a algo tan grande como un genocidio…

— Ya sabemos que un dibujo, un poema, un cuento, no van a cambiar el mundo. Pero ¿de qué otra manera se puede expresar un dibujante, un poeta, un narrador? ¿Tiene sentido que deje su actividad y se ponga a intentarlo desde otro lado?
— Sinceramente no lo sé, este nuevo escenario pone en duda todo lo que se construyó a partir del fin de la Segunda Guerra y a partir de Auschwitz. Hay días en los que se me ocurren chistes de un humor muy negro, que resumen lo que pienso sobre este tema y que muchos lectores celebran de manera cómplice, si es que me animo a publicarlos en las redes. La suma de muchos gestos y voluntades individuales, sean del ámbito que sean, quizás muevan la aguja. Lo que hay que superar es el miedo y romper el aislamiento para parar esta locura.

Sergio Langer es arquitecto, dibujante y humorista gráfico. Hijo de madre rumana (prisionera en los campos de concentración entre 1941 y 1944) y de padre polaco (llegado a la Argentina en los años ’30). Sus primeros chistes aparecieron en 1979 en la revista Humor Registrado. Publicó en Clarín, desde 2003 y durante catorce años, “La Nelly”, tira diaria con guión de Rubén Mira donde satirizaba a la clase media porteña. Colaboró con la revista Barcelona desde sus inicios, donde publicó las historietas “Mamá Pierri”, “Clase Media” y “Ríase la gente”. Colaboró en los principales medios gráficos locales e internacionales, tanto en multimedios como en minúsculos fanzines under. En 1993 fue cofundador de Lápiz Japonés, una revista de experimentación gráfica de arte y cómics. Lleva publicados más de diez libros que recopilan su trabajo. Fue premiado por sus historietas en Japón, Brasil, Alemania, China e Israel y en 2022 obtuvo el Premio Konex por su trayectoria en la última década.

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