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Las uvas de plástico no pagan impuestos: ¿Agis no lo sabe?

Algunos diagnostican la mitad del problema, pero nadie quiere ver a quién se dejó de cobrarle. Por Julián Denaro.

Qué decepcionante ir a la verdulería y ver uvas importadas que parecen de plástico en el lugar donde deberían exhibirse las mejores uvas del mundo: las argentinas. ¿Por qué ocurre esto?

Nuestro país produce uvas de primera calidad mundial en cantidad suficiente como para abastecer con holgura el mercado interno y exportar un excedente cuantioso. Es decir: todos los argentinos podemos disfrutar y saborear las uvas más ricas del planeta. Por lo tanto, Argentina no necesita importar uvas; produce de sobra y ese excedente contribuye a exportaciones de uvas en fresco, jugos, pasas, dulces, procesados y, por supuesto, los mejores vinos del mundo.

Para abordar el caso particular conviene recordar lo sucedido con la carne. Con el gobierno de Milei se alcanzaron los niveles más altos de exportación de carne de nuestra historia, en simultáneo con el menor consumo per cápita de todos los tiempos. Esto ocurre porque hay un excedente mayor de producción generado por la caída del poder adquisitivo. En criollo: la gente no tiene plata para comprar carne, sobra mercadería y eso alimenta el negocio exportador. Baste recordar lo que dijeron en La Rural: “Preferimos que los argentinos sean pobres, así comen menos carne y tenemos más para exportar.”

A su vez, la apertura indiscriminada del comercio exterior habilita el ingreso de productos baratos, mientras que el gobierno generó la inflación en dólares más alta de la historia argentina, lo que deteriora la competititividad de la producción nacional. Las políticas librecambistas de Milei van a contramano de un mundo que, tras décadas de hegemonía del libremercado, vuelve a aplicar medidas proteccionistas. En las noticias globales es habitual ver aranceles a las importaciones que encarecen productos externos, fortalecen la industria doméstica y aportan a la recaudación estatal. Milei, sin embargo, eliminó casi todos los aranceles y herramientas de protección.

En resumen: se exporta un excedente de uvas para beneficio de los exportadores, que aprovechan las desregulaciones de un gobierno que les ofreció libertad a los más poderosos, aunque eso erosione la libertad del conjunto del pueblo, seducido por una idea vaga de libertad sin detenerse a pensar para quién era esa libertad. Luego, esos mismos consorcios que ganan fortunas exportando también importan uvas de Brasil, negocio redondo para ellos y perjudicial para el país.

Así, los argentinos dejamos de disponer de nuestras uvas porque fueron exportadas y terminamos consumiendo uvas brasileñas de menor calidad. Tampoco vemos un peso de los exportadores, ya que no pagan retenciones y se quedan con el total de las ganancias. Y, además, el país pierde divisas por importar bienes que no necesita comprar porque los produce localmente.

Esta dinámica, que puede extenderse a múltiples sectores, deja una pérdida enorme de dinero en dos planos: externo y fiscal. El externo, por la caída de la balanza comercial al ingresar productos importados, la pérdida de competitividad industrial, el paso de superávit a déficit del turismo, la formación récord de activos externos (fuga de capitales) y la inversión extranjera directa negativa. El fiscal, por la merma en la recaudación producto de haberle quitado impuestos a los núcleos de poder económico, del aumento de la evasión y elusión fiscal, del contrabando en niveles históricos y de la caída de actividad económica.

Emanuel Álvarez Agis resume el problema fiscal señalando: “Como la mitad de la economía no paga impuestos, los que sí pagamos tenemos que pagar el doble para sostener a los que no pagan.” Esto evidencia dos problemas. Primero, un déficit fiscal provocado por los sectores más ricos y más rentables, que dejaron de pagar impuestos, recibieron rebajas, exenciones o directamente evaden, eluden o contrabandean. Segundo, una estructura tributaria cada vez más regresiva: lo sufre más quien menos tiene. Esto se ve en la suba de impuestos a las familias, a la industria, al taller, al pequeño comercio o al negocio de barrio, que además de no vender porque la gente no tiene plata, debe afrontar impuestos y tarifas más altas.

En definitiva, el gobierno de Milei desordenó la vida de la población: paga más impuestos que antes, mientras que los grupos dominantes obtienen libertad para no pagarlos. Asimismo, Agis acierta al remarcar que “la evasión tributaria deriva en informalidad laboral: si no declarás ingresos, no podés declarar trabajadores.” Esto agrava la informalidad existente.

Agis señala el caso de India, que redujo la informalidad del 80% al 40%, aunque ese nivel aún sería altísimo para la historia argentina, que solo alcanzó cifras alarmantes con gobiernos conservadores, neoliberales o de corte financiero. Los datos más difundidos indican que la informalidad pasó del 26% (aceptable) al 55% (inaceptable) entre 1986 y 2003, cuando predominó el modelo librecambista financiero —el mismo de Milei— entre 1989 y 2001. Luego, con un modelo proteccionista entre 2003 y 2015, bajó del 55% al 33%. El gobierno de Macri volvió a aumentarla y no fue reducida durante la gestión de Alberto Fernández (pandemia incluida), alcanzando el 36% en 2023. Pero el problema mayor es que, en dos años, Milei la elevó del 36% al 43%.

Agis propuso eliminar el impuesto al cheque y aplicar un impuesto al retiro de efectivo para fomentar los pagos electrónicos y forzar la formalización del comercio, acompañado de alivios para las Pymes.

Sin embargo, tras todo lo expuesto, resulta impostergable focalizar en reducir la evasión, restablecer impuestos progresivos como aranceles, retenciones o Bienes Personales, moderar tarifas y transporte, y aplicar un modelo que reactive la actividad: a mayor actividad, mayor recaudación. Por ello, sería inoportuno —o no prioritario— aplicar un impuesto regresivo al efectivo, como propuso Agis. ¿O acaso no sabe que las uvas de plástico no pagan impuestos?

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