La campaña de La Libertad Avanza (LLA) para las elecciones de medio término tuvo que transitar un camino asfaltado por la adversidad. Y eso, por ejemplo, el (aún) diputado José Luis Espert lo sabe en carne propia. De hecho, el eslogan de quien lo reemplazó en el primer lugar del listado de sus candidatos bonaerenses a la Cámara Baja fue: “Para votar por el colorado tenés que marcar al pelado”.
Aludía, claro, a la imposibilidad de reimprimir las boletas para quitar la foto de Espert. Lo notable fue que el autor de tan sabio mensaje, Diego Santilli, supo imponerse con el 41,45% de los votos (contra el 40,91% del peronismo). Una grata sorpresa hasta para él. Y que, en medio de la tragedia política del presente, derivó en una simpática escena: la de ese hombre dejándose rapar la cabeza por un peluquero.
Esa era una de sus promesas proselitistas, y se apuró a cumplirla durante el programa de streaming conducido por el jefe de las Fuerzas del Cielo, Daniel Parisini (a) “Gordo Dan”.
En aquel instante el lazo entre ellos fue un himno a la camaradería. No era para menos: la victoria libertaria en el distrito electoral más importante del país fue consumada por un dirigente del PRO. Y no era el único.
Pero eso conduce a una pregunta: ¿en qué quedó la figura de su líder (y, diríase, propietario), Mauricio Macri?
No está de más, entonces, reconstruir su derrotero al respecto.
El poder por otros medios
Ante todo es necesario reparar en la calaña de este personaje. Y en este punto, bien vale evocar un añejo episodio.
El Banco Extrader, fundado por el financista Marcos Gastaldi, colapsó escandalosamente en enero de 1995. Entre los perjudicados estaba don Franco Macri, quien en aquella ocasión perdió unos 10 millones de dólares. Los había depositado por consejo de Mauricio, amigote del polémico banquero.
Meses después, cuando fue elegido presidente de Boca, Franco lo llamó para expresarle sus congratulaciones. Pero con una ironía no exenta de recelo, le soltó: “Eh, Mauricio, que esto no nos salga tan caro como lo de Gastaldi”.
Nadie entonces imaginaba que ese tarambana de personalidad insípida se convertiría en presidente de la Nación. Y bajo la bandera de la denominada “nueva política”, puesta en práctica a través de su propio partido, el PRO.
Ya se sabe que sus ensoñaciones de estadista no fueron bendecidas con la reelección. Sin embargo, aquel sujeto hizo todo lo posible por mantener su influencia en el candelero del poder, aunque por otros medios.
Claro que tal anhelo tendría consecuencias indeseadas por él. Y eso nos remite a una trama más reciente.
Hace un poco menos de dos años tuvo lugar esta intriga shakespeariana en clave de comedia.
Fue días después de que Javier Milei ganara el balotaje gracias a Macri, cuya gran hazaña consistió en cederle los votos obtenidos en la primera vuelta por Patricia Bullrich, su candidata. Aquel gesto le valdría – de acuerdo con sus cálculos– el derecho a ser una suerte de mandatario en la sombra con el atributo de instalar a su gente en el futuro Gabinete libertario.
El “Pacto de Acassuso” –tal como Macri bautizó aquella cuestión– había dado, en apariencia, sus frutos.
La prensa ponderaba su muñeca maquiavélica. Y él, paladeando el dulce sabor de percibirse el gran titiritero del momento, viajó a los Emiratos Árabes por algún asunto relacionado con sus responsabilidades en la Fundación FIFA.
Mientras tanto, Bullrich no disimulaba su afán de ser la próxima ministra de Seguridad, sin contar para ello con el aval de su jefe político.
De modo que la designación de “la Piba” –como se la llama a esa mujer ya casi septuagenaria– fue para Macri un baldazo de agua fría.
Eso hizo que, enfurecido, la llamara por teléfono desde Dubái.
– ¡Te cortaste sola! ¿No habíamos quedado en que absolutamente todos los nombramientos tenían que pasar por mí?
–Vos ya no sos el Presidente. El Presidente es Milei. Y él me convocó.
En esa frase se deslizaba la traición en estado puro.
La respuesta de Macri fue un tartamudeo y, luego, el silencio. Un silencio muy pesado. Hasta un tipo como él sentía estupor ante una bajeza tan alevosa.
Lo cierto es que sus ambiciones institucionales habían quedado a mitad de camino. Mientras tanto, la estrella de Patricia volvía a brillar.
Aun así, Macri le exigía a Milei algunas prebendas empresariales, además de acercarle tres o cuatro nombres de su confianza para integrar su Gabinete.
Sin embargo, esas plegarias no fueron atendidas por Milei.
En realidad, el Pacto de Acassuso fue para Macri un triunfo pírrico, dado que desencadenó la desintegración de Juntos por el Cambio (JxC), cuya cabeza era el PRO.
El otrora presidente fue blanco de los cuestionamientos proferidos por los cofundadores de aquella coalición; desde Elisa Carrió hasta Horacio Rodríguez Larreta, pasando por Ernesto Sanz y Gerardo Morales. Tampoco le fueron a la zaga dos colaboradores de la primera hora Marcos Peña y Jaime Durán Barba. Este último fue lapidario al decir: “Mauricio va a terminar liderando un pequeño partido de Barrio Norte”. Tan errado no estuvo.
Fuego amigo
Durante la mañana del 26 de octubre pasado, las cámaras televisivas formaban un cerco ante el colegio de Palermo donde a Macri le tocó votar. Allí, él no demoró en salir de allí con cara de pocos amigos. Entonces, sus palabras fueron:
–Milei tiene mi número. Si necesita algo me va a llamar.
Ese tipo era la imagen viva del despecho, a pesar de su enorme esfuerzo por equilibrar las críticas a la gestión libertaria con su voluntad de “ayudar”.
Y a modo de remate, soltó:
–Espero que el gobierno emprenda los cambios que todo el mundo espera y que refuerce su equipo.
Fue como si le hablara al mismísimo Milei. Porque, en el transcurso de la última conversación que hubo entre ambos, él le planteó su deseo de que en el Gabinete haya cuatro alfiles suyos: Jorge Triaca en el Ministerio de Trabajo,
Guillermo Dietrich en Transporte, Luis Etchevehere en Agricultura y Federico Pinedo en Relaciones Exteriores.
De hecho, anticipando su voluntad omisa a tales pretensiones, Milei no dudó en colocar en la Cancillería a Pablo Quirno, un viejo cuadro de JP Morgan.
Macri también quiso que el presidente le facilite el negocio de la Hidrovía –valuado en 9.000 millones de dólares– a la compañía holandesa Boskalis, algo que, por ahora, está lejos de concretarse.
Es que el pobre Macri tenía poco que ofrecer a cambio. En definitiva, la peor palanca es la que no mueve nada.
Desde una perspectiva más amplia, la sintonía que alguna vez hubo entre LLA y el PRO puede entenderse como una asociación de socorros mutuos, pero con carácter coyuntural. Tanto es así que el apoyo de los legisladores macristas a las leyes y vetos del oficialismo, así como también sus desacuerdos, son parte de una dinámica inevitable, plagada de ambiciones y sospechas.
En tal puja, la correlación de fuerzas no le favorecía al macrismo.
Pero vayamos por partes.
Al respecto, el otoño pasado resultó particularmente álgido. Fue a fines de marzo cuando la hermana presidencial, Karina Milei, agravó su animosidad hacia el PRO en el distrito porteño, con la imposición de sus candidatos para la Legislatura de la Ciudad. Una actitud que enervó a las huestes de Macri.
A modo de réplica, este le ordenó al titular del bloque del PRO en el Senado, Alfredo de Angeli, que diera quórum, durante la sesión del 3 de abril, para así voltear los pliegos de los jueces Ariel Lijo y Manuel García Mansilla, a quienes Milei quería llevar a la Corte Suprema. Y eso frustró su deseo.
Ese empate técnico fue continuado, casi de inmediato, con otra batalla.
Ya en la segunda semana de mayo, Milei acusó a Macri de haber pactado nada menos que con Cristina Fernández de Kirchner una aviesa maniobra para frenar la Ley de Ficha Limpia en el Senado. El presidente, muy ofuscado, adujo que la intención de Macri no fue otra que perjudicarlo.
Desde entonces, el vínculo entre ellos fue más que vidrioso. Pero, desde luego, el líder del PRO no solo carecía del poder de fuego sino que, para colmo de males, tenía otro problema: su propio desgaste político.
Las escaramuzas entre ellos –más que nada, verbales– prosiguieron.
Pero la ascendencia de Macri sobre su tropa se licuaba, inadvertidamente para él, aunque sus signos ya estuvieran a la vista.
Milei no solo le había arrebatado –primero como integrantes del Gabinete y, luego, en su lista de candidatos– a Bullrich y Luis Petri; es decir, la dupla que integró la fórmula presidencial del macrismo en 2023, sino, además, le cooptó al titular del bloque macrista en la Cámara de Diputados, Cristian Ritondo (aún antes de oficializar su ruptura) y al ahora victorioso Santilli, junto con otro peso pesado, el intendente de General Pueyrredón, Guillermo Montenegro, quien ya juega abiertamente para la falange de LLA.
De modo que Milei no depende más del PRO para blindar sus obsesiones legislativas ni para otros menesteres.
Había que verlo, más eufórico que nunca sobre el escenario de su bunker, al festejar el reciente milagro electoral, flanqueado por sus dos trofeos de carne y hueso: Bullrich y Santilli.
Las presentes coreaban a los gritos: “Para Mauricio / que lo mira por TV”.
Tal vez, en aquel instante, sentado ante un televisor, Macri comprendiera finalmente que el torbellino libertario había devorado su figura por completo.
Que en paz descanse.
