Todo el mundo quiere olvidar

Qué se lleva el olvido cuando aparece. Algunas notas sobre las posibilidades de desaparición de nuestro patrimonio propio, colectivo, cultural. Por qué necesitamos recordar. Por Martina Evangelista

“¿Se conocen?” Creo que no, pienso, pero a los dos segundos ya estoy mirando demasiado esa cara y me doy cuenta que sí, que conozco a ese chico, que ya lo vi, pero no sé en dónde, y de mi boca sale un automático “No te conozco”. Alrededor todos se están riendo y me dicen que es muy fuerte esa expresión, sobre todo cuando esa cara me responde “Ya nos conocemos, pero un gusto”. Es el novio de un amigo: ya salen hace dos años.

Esta escena se repite más de lo que me gustaría: en fiestas, en la facultad, en galerías de arte, en cenas. No retener las caras o los nombres es una de las características que más odiable me debe hacer. Pero da consuelo leer a Nora Ephron, en su libro No me acuerdo de nada, describir esta misma problemática: “En cierto modo, he desperdiciado mi vida. Porque, si yo no la recuerdo, ¿quién la va a recordar?” dice la aguda escritora neoyorquina, y pienso en que si ella piensa que desperdició su vida, cuando escribió decenas de guiones para películas famosísimas, fue periodista y redactora en los mejores diarios, y se convirtió en una de las figuras más agudas y graciosas de la escena neoyorquina, ¿qué nos quedará al resto de los desmemoriados?

No me acuerdo de nada es el último libro que publicó antes de morir (se publicó en 2010 y ella murió en el 2012), y en él repasa su pasado, anécdotas, fracasos, éxitos de su juventud y algunos problemas que le trajo la vejez. Y reflexiona mucho sobre el olvido: dice que empezó a ser olvidadiza aproximadamente a los treinta años, momento que coincide con la muerte de su madre.

Al ser periodista desde muy chica, vivió momentos históricos: en 1964 cubrió la primera vez que los Beatles fueron a Nueva York y tocaron en el programa de Ed Sullivan (muchos sostienen que los años sesenta empezaron esa noche); presenció la marcha pacifista en Washington contra la guerra de Vietnam en 1967; estuvo en la Casa Blanca cuando Nixon renunciaba; conoció a músicos como Benny Goodman y fue a la guerra de Israel en 1973. Lo más gracioso (y fatal a la vez) es que, pese a que estos sucesos están en la memoria de todos, ella no se acuerda de casi nada. Sabe que estuvo, que le pagaron por cubrirlos, que tomó notas y tuvo frío, pero no sabe qué decir al respecto: “Norman Mailer escribió un libro entero sobre la marcha contra la guerra de Vietnam. Se titula Los ejércitos de la noche. Tiene 336 páginas. Ganó el Premio Pulitzer. Y yo no soy capaz de redactar siquiera dos párrafos sobre el tema”.

Algo sobre el olvido se hizo presente cuando fui la otra noche al cine Lorca a ver Belén, la última película dirigida y protagonizada por Dolores Fonzi. Está basada en el libro que escribió Ana Correa en 2019, Todos somos Belén, sobre el caso de la chica de Tucumán que estuvo casi tres años presa por un aborto espontáneo. El 21 de marzo de 2014, llegó a la guardia del hospital Avellaneda, en San Miguel de Tucumán, con una hemorragia severa. Perdía un embarazo de veinte semanas sin saberlo. En ese mismo hospital la denunciaron por presunto aborto. Horas después, estaba detenida.

La abogada Soledad Deza asumió la defensa después de que la primera abogada había perdido el caso. Logró la liberación de Belén con un trabajo jurídico exhaustivo y una estrategia de visibilización que impulsó el debate público. El caso reveló la violencia institucional, la vulneración del secreto médico y la ausencia de una ley que garantizara el aborto legal en Argentina. Esa estrategia de visibilización que implementó Deza y su equipo fue clave, no solo para liberación de Belén, sino para la lucha en Argentina por el aborto legal, seguro y gratuito.

Llegando a la última parte de la película, cuando se replican las imágenes de las marchas, aparecen los pañuelos verdes y se escuchan chicas cantando, recordé todo. Eso pasó, dije. Ahí estuve con mis amigas, con nuestras mamás, nuestras hermanas. Usábamos el departamento de la calle Junín como base para ir al baño, a comer, a descansar. Nos quedamos afónicas juntas al mismo tiempo: fuimos parte de todo eso. Y me di cuenta que con los años se fue diluyendo en mi memoria esa época, y que ahora doy por natural que el aborto sea legal, que cada vez voy menos a las marchas, y me sentí muy mal conmigo misma y con todas las mujeres que también lloraban viendo la película por olvidarme de todo eso.

En parte asumo mi tendencia al olvido, pero no puedo dejar de adjudicarle un poco la culpa a ese lavado que se hace constantemente: que el feminismo pasó de moda, que “nos pasamos tres pueblos”, que fuimos responsables de la cultura de la cancelación. Que ahora no se puede hablar, que esto no es un femicidio, que todos tienen derecho a ser entrevistados. Sinceramente, me cansé un poco, me fui alejando de esos debates, nos fuimos alejando de todo eso. Y ahora miro a mi alrededor y pareciera ser que las metas de las chicas de mi época es ir al gimnasio para ser lo más flacas que se pueda, tener los labios carnosos, las narices respingadas y vestirse con cuerina negra.  

Después de salir del cine, no pude sacarme del cuerpo ese susto: ¿cómo fue que me olvidé de todas esas noches abajo de la lluvia, mirando los votos del Congreso transmitidos en pantallas enormes, sentadas en el pavimento con mis amigas? ¿cómo me olvidé de esa imagen que me había conmovido tanto, una amiga tapando a la otra con su buzo para abrigarla mientras dormía un rato? Qué miedo olvidarlo, y qué importante recordarlo. Qué necesario es que se haga cine, y qué urgente es ir a verlo.

Lo mismo me pasó ayer, que Charly García lanzó una nueva canción con Sting. Cierto, Charly sigue haciendo música, dije. Charly es nuestro, es el mejor. Charly vive en Buenos Aires. Charly sigue fumando. Lloré al ver el video: la canción se llama “In the City”, y es hermosa. Es una reversión de la canción “In the city that never sleep”, del polémico álbum Kill Gil, aquel que primero tuvo una versión pirata en 2007, y en el 2010 lo lanzó por Sony, con internaciones, peleas con la discográfica, rehabilitaciones y diversas trabas en el camino.

Es gracioso porque en esos años de Kill Gil, Charly estaba muy enojado, y en una famosa entrevista que le hizo Mariana Enriquez para la Rolling Stones, Charly parece sentirse olvidado, malentendido, directamente no comprendido. Y Enríquez se pregunta:

“¿Por qué habría que hacerse cargo de Charly García? ¿Porque es un genio? ¿Porque es parte del imaginario nacional? Argentina no se caracteriza por cuidar de su patrimonio. Más bien podría decirse que es un país con una personalidad bastante autodestructiva, y en eso también, fatalmente, dos de sus máximos ídolos, Maradona y Charly, se ven en el espeluznante destino de reproducir la neurosis nacional”.

Me gusta la idea de cuidar el patrimonio, ya sea individual o colectivo, y pensar que una manera de cuidarlo es recordando. Charly mirando a la cámara en su nuevo video, Belén poniendo frente a nuestras narices lo que fue esa lucha, Ephron intentando recordar en su último libro, para no sentir que su vida fue desperdiciada. Cuidar el patrimonio —propio, colectivo, cultural— implica no soltar del todo lo que nos formó, aunque canse, aunque esté gastado, incluso cuando necesitemos del otro para que nos lo recuerde: esto pasó, esto te pasa, esto está pasando.

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