Pequeño J: un asesino entre dos fuegos

Una venganza diminuta desató un espiral de sangre y puso en fuga al enigmático “Pequeño J”, un fantasma entre los resabios de los viejos capos y el acecho de la Bonaerense. Por Ricardo Ragendorfer.

Para la investigación del triple femicidio de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez, las aguas bajan turbias. Exactamente a la semana de ocurrir, se difundieron los datos y una foto del misterioso “Pequeño J”, señalado como su autor intelectual. Resultó ser un ciudadano peruano de 20 años, llamado Tony Janzen Valverde Victoriano.

Cuesta creer que este muchacho con rostro mofletudo, flequillo infantil y mirada gélida detente el control del narcotráfico en las villas 1-11-14, del barrio porteño del Bajo Flores, y en la 21-24, entre Barracas y Nueva Pompeya. Tal es, al menos, la información que la prensa insiste en sostener.

El tipo habría heredado –se ignora a través de qué mecanismo sucesorio– la estructura delictiva dejada a la buena de Dios en esas zonas por los míticos “capos” Marco Antonio Estrada y Rutilo Ramos Mariño (a) “Ruti”, después de caer ambos tras las rejas, donde aún permanecen.

El otro gran prófugo de esta trama es su ladero, Matías Agustín Osorio, de 28 años, sospechoso de ser uno de los autores materiales del asunto.

Pero ya hay seis detenidos; a saber: Magalí González Guerrero, de 28 años, Maximiliano Parra, de 18 (ellos limpiaban la casa en la que se cometieron los crímenes, situada en la calle Río Jáchal, de Florencio Varela); Iara Ibarra, de 19, Miguel Ángel Villanueva, de 27 (ellos son los moradores de esa vivienda, aunque estaban “guardados” en un hotel de la zona); Lázaro Sotacuro, de 41 (él es el chofer del VW Fox que secundaba a la camioneta Chevrolet Tracker usada en el secuestro de las chicas) y Ariel Giménez, de 29 (él es quien cavó el pozo donde fueron arrojados los cadáveres).

En rigor, esta historia tiene cierta similitud con el denominado “Triple crimen de General Rodríguez”, ocurrido durante el invierno de 2008. De aquella trama guardo un recuerdo personal.

Trifectas ensangrentadas

En este punto es necesario retroceder al domingo 10 de agosto de ese año. Corría el mediodía, cuando una llamada interrumpió mi almuerzo en una fonda de San Telmo. Y desde el otro lado de la línea, una voz soltó:

–Soy Julio. Nos conocimos por Gabriel, ¿te acordás?

Se refería a un periodista de La Nación que, en efecto, diez años antes me había presentado a un agente de la SIDE. Era un tipo de porte retacón y ojos muy claros que solía proporcionarle datos sobre la causa AMIA.

Pero el tal Julio no me dio tiempo de asentir:

–¡Hay tres pibes desaparecidos! Son empresarios.

Y tras un breve silencio, agregó:

–No es un secuestro extorsivo. No se entiende lo que pasa. Las familias están desesperadas.

Entonces sugerí vernos de inmediato.

–Mejor mañana –fue su respuesta.

Para eso, quedó en comunicarse nuevamente.

El lunes esperé aquella comunicación en vano, al igual que el martes. A esa altura ya me había olvidado del asunto. Pero el miércoles, al hojear en un bar el diario Clarín, me topé con un pequeño título:

“Desaparecen de forma misteriosa tres jóvenes empresarios”.

Ellos eran Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón. Sus cuerpos fueron encontrados unos días más tarde.

El triple crimen de General Rodríguez había saltado a la luz. Era el caso que desvelaba a Julio, cuyo apellido era Pose. Luego supe que él le hacía de “culata” a Forza, ante el permanente asedio de sus acreedores, ya que él no era muy proclive a honrar sus deudas.

En resumen, este caso, sobre el que se derramaron ríos de tinta, tuvo por telón de fondo una feroz interna en el negocio ilegal de la efedrina, un precursor químico que se utiliza para la elaboración de drogas sintéticas.

Al final fueron detenidos los hermanos Martín y Cristián Lanatta, junto a Víctor Schillaci. Cabe recordar que, en las escuchas telefónicas ordenadas por la Justicia, es reiteradamente mencionado un tal “La Morsa”, atribuyéndole dicho apodo al dirigente kirchnerista Aníbal Fernández, cosa que malogró su candidatura a la gobernación bonaerense. En realidad, “La Morsa” no era otro que Pose.

A fines de 2015, los Lanatta se fugaron del Penal de General Alvear. Eso dio origen a una trepidante persecución a lo largo de tres provincias, que recién concluiría dos meses más tarde con la recaptura de ambos.

Ahora, el súbito pase a la clandestinidad del “Pequeño J” y Osorio tiene su semejanza con esa otra huida. Pero su final está aún abierto.

El rulo del azar

Lo cierto es que La Bonaerense no demoró en encontrar la casa de la calle Río Jáchal, en donde ocurrió el triple crimen y el ocultamiento de los cadáveres.

Sucede que el secuestro de las víctimas –cifrado en la engañosa invitación a una fiesta– y su traslado hacia ese sitio, se hicieron sin tomar en cuenta las cámaras de seguridad a lo largo del trayecto ni el impacto de los celulares en las antenas de aquella zona. Ello, desde luego, exhibe la precariedad operativa de sus hacedores.

Entonces, la pregunta es: ¿el “Pequeño J” es realmente un avezado capo del narcotráfico porteño?

Poco se sabe de él, pero no por discreción profesional, sino debido a su naturaleza primeriza en el negocio en cuestión. Tanto es así que hasta carece de prontuario, siendo apenas uno de los tantos narcos minoristas del sur capitalino que, luego de atomizarse la oferta de cocaína y paco tras las caídas en desgracia de Estrada y Ramos Mariño, se disputan esa plaza. Y, a veces, a sangre y fuego.

Por lo pronto, Brenda, Morena y Lara estarían lejos de ser las primeras víctimas descuartizadas en esta –diríase– “puja comercial”.

En este punto, entra a tallar el rol arbitral de la Policía de la Ciudad, a la que los narcos le tributan para seguir existiendo. De hecho, sus efectivos supieron evitar el impacto mediático causado por la aparición de otros cuerpos desmembrados, enviándolos a distintos hospitales para evitar repercusiones indeseadas, además de archivar con suma rapidez las actuaciones correspondientes.

En este contexto, no pasó desapercibida la decisión del fiscal de la UFI La Matanza, Adrián Arribas, a cargo del expediente, de reemplazar a la mazorca porteña por fuerzas federales en la realización del allanamiento a la 1-11-14.

Dicho sea de paso, en la Defensoría del Pueblo de la CABA obra una denuncia por “hostigamiento” contra esta fuerza, efectuada unos meses atrás nada menos que por Morena Verdi. Rulos del azar.

En el aspecto fáctico, esta trama habría arrancado con la “mejicaneada” de un paquete de cocaína –menos de un kilo, según la estimación policial– y una pequeña cantidad de dólares. Fue un golpe a la autoestima del “Pequeño J”. Y lo más agraviante fue el método utilizado a tal fin.

Todo habría comenzado una noche en la “zona roja” de Flores, cuando su mano derecha, Osorio, trabó relación con una piba muy jovencita. Pues bien, con la modalidad de las “viudas negras”, ella –siempre según la hipótesis de la pesquisa–, durmió al galán y se hizo de ese botín.

Algo imperdonable. Osorio creyó –sin estar muy seguro de ello– que dicha maniobra habría sido obra de Lara Gutiérrez. Ya se sabe que el castigo fue espeluznante.

Es notable que la angurria vengativa del “Pequeño J” haya llevado a su banda hacia una crisis –seguramente– terminal. En estas horas hay unos 1.500 efectivos de distintas fuerzas tras su rastro.

Desde el viernes posterior al hallazgo de los cuerpos, la policía allanó tres de los “aguantaderos” que el “Pequeño J” solía usar. Todo indicaría que este sujeto puso los pies en polvorosa con lo puesto.

En una de estas viviendas, habitada por una mujer con la que él solía noviar, la policía secuestró su pasaporte –expedido apenas unas semanas antes–, junto con su pistola Glock calibre 40, recibos de transferencias a Perú por varios miles de dólares y un esquema de recaudación armado a través de Mercado Pago.

Sus perseguidores suponen que él ya abandonó el territorio bonaerense, y que se dirige hacia Jujuy, para llegar desde allí a su Perú natal. De Osorio se sabe aún menos.

Sobre ambos también pesaría el riesgo de caer en manos de otros narcos, a quienes aquella venganza poco beneficio le dio a su propia actividad.

El “Pequeño J” y Osorio están ahora entre dos fuegos. O peor aún, ¿se encuentran con vida? Esa es la pregunta del millón.

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