Los riesgos del momento

Las derrotas y victorias recientes muestran que el modelo de saqueo financiero sigue vigente. El peronismo enfrenta el desafío de organizarse y proponer un proyecto nacional frente a la crisis del régimen de Milei. Por Eric Calcagno.

“El gobierno está terminado”. Esa frase del gobernador Quintela acerca del régimen de Milei no es una opinión, es una constatación. Para ser la cuarta vez que la Argentina sufre los mismos mecanismos de saqueo financiero, lo sorprendente es que haya sorpresa. A veces olvidamos que entramos en la modalidad designada como “valorización financiera” con el golpe de Videla-Martínez de Hoz. De 1976 a 1983 sufrimos a sangre y fuego la desarticulación de la sociedad nacional en nombre de la defensa del modo de vida occidental y cristiano contra la “subversión apátrida”. La otra ola cundió entre 1991 y 2001, ya que era urgente integrarse al mundo y no “quedarse en 1945”. Durante el gobierno de Macri de 2015 a 2019 había que pagar “la fiesta populista”. Desde 2023 la economía está regida por las Fuerzas del Cielo contra “los orcos”. Es notable que con ejes discursivos tan diferentes -al menos en apariencia- las medidas económicas fueran las mismas, tanto en dictadura como en democracia. 

¿Qué nos dejaron esas experiencias? Represión y terror, vaciamiento y privatización de empresas públicas; flexibilización y precarización laboral; desindustrialización y desempleo; destrucción de la salud y educación públicas; concentración y extranjerización empresaria; monopolios en producción y comunicación; alineamiento con Estados Unidos y Tratados Bilaterales de Inversión; libre flujo de capitales y endeudamiento externo. Quedan más, sin duda. La clase dominante modelo 76 logró destruir el proyecto industrial, industrioso, industrialista nacido al calor de las crisis de los años treinta del siglo pasado, pero fue incapaz de establecer otra modalidad económica capaz de ser sustentable en el tiempo. O acaso esa nunca fue la idea. 

En efecto, las acciones mencionadas no constituyeron un modelo oligarca, en sentido de la “generación del ochenta”, por ejemplo, sino que despejaron el escenario para asegurar la nueva  dominación financiera. Necesitaron el Estado militarizado para la violencia, al Estado legal para la toma de deuda pública para proveer los dólares para la timba, al Estado escribano para certificar la entrega del patrimonio nacional, primero con las empresas nacionales, luego con los recursos naturales y siempre con la extranjerización de la tierra. Después de cada ciclo “plata dulce-recesión-derrumbe” siempre apelan al Estado para socializar pérdidas y privatizar ganancias. ¡Qué estatistas son estos liberales-neoliberales-libertarios!

Eso sí, cualquier atentado a la propiedad privada será castigado. Eso lo pudimos constatar luego de “la feliz experiencia” de la “década ganada”. Más allá de cualquier acusación formal, Julio De Vido pagó con cárcel la nacionalización de Aguas Argentinas, Amado Boudou también perdió la libertad por recuperar el sistema jubilatorio público basado en la solidaridad entre las generaciones, en vez del sistema privado de capitalización individual, que fue un fracaso aunque permitió grandes negocios para el sector financiero. Cristina Fernández de Kirchner es condenada contra toda lógica jurídica y toda evidencia luego de sobrevivir a un atentado. Nadie puede “combatir al capital”. 

En ese contexto, la victoria peronista del 7 de septiembre en la Provincia de Buenos Aires cambia un poco el escenario actual. Que el resultado es multicausal es cierto, ya que no hay causas únicas, ni siquiera con Perón. Pero la derrota hubiese sido toda de Kicillof. Por eso festejamos que en La Plata Axel haya hablado de “pueblo”, que es un sujeto histórico, y no de “gente”, que es un aglomerado de individuos. El asunto es que se ganó una contienda defensiva. No es menor, y si cualquiera puede aprender de las derrotas, suele ser más difícil aprender de las victorias. Los justos y merecidos festejos no son un cheque en blanco, más bien todo lo contrario. Pero al fin ganamos algo. 

La respuesta de los representantes institucionales del capital no se hizo esperar. Aunque Milei reconoció la derrota -y cómo no hacerlo- redobla la apuesta perdedora en la fundamentación del proyecto de presupuesto nacional para 2026. “El futuro depende que el pueblo y la política respete el orden fiscal”, dijo, ya que es un “rumbo fijado en piedra”. ¿Cómo las leyes de Moisés? La necesidad de apelar a una instancia superior, tan inexplicable como fatídica, es lo propio del régimen financiero en cualquiera de las cuatro versiones que citamos. Es la redención a través del sufrimiento. Por eso el “consenso” es hacer lo que diga el “mercado”, entidad mítica superior a la República. Eso no significa tener un modelo, ni un plan. Construir un equilibrio presupuestario es un instrumento, nunca es un objetivo en sí mismo. Pero el mantra fiscal es usado una y otra vez para mantener las condiciones de captura y fuga del excedente económico. Para eso es necesario el endeudamiento externo, que asegura los negocios, pero sobre todo condiciona cualquier administración futura. El principio del fin de ciclo financiero es cuando tratan una crisis de solvencia como si fuera un problema de liquidez. Como antes y como ahora. Este esquema necesita de un hábil declarante, y Milei no lo es. Fue útil para conseguir nuevos negocios y concesiones, pero ahora el establishment local e internacional precisa de alguien que ejerza la escribanía, siempre en nombre de la intangibilidad de la propiedad privada y de los derechos adquiridos. Milei ya no es viable ni para los mandantes. 

Por eso la aparición de nuevas viejas caras, como bien lo escribió Morales Solá: quedan Villarruel y Schiaretti. Saludos a Conan. El ensamble de gobernadores juntados bajo la marca “Provincias Unidas” propone con mucha valentía encarar un mileísmo sin Milei, lo mismo pero con buenos modales. Como fue a fines de los noventa la idea de convertibilidad sin corrupción. El problema es que este esquema de saqueo es en esencia corrupto, ya que necesita ocultar tanto las modalidades de transferencia de ingresos de los sectores populares hacia los más pudientes y de la Argentina al exterior como permanecer siempre al margen de cualquier marco legal. Plata para hacer política, política para hacer plata. No construye poder: lo compra hecho. Y al establishment le sobra el dinero para eso.

Frente a la bancarrota política, económica, social y cultural del régimen de Milei, el movimiento nacional debe decidir si decide volver a ser “el hecho maldito del país burgués”, como decía Cooke, en ruptura con la oligarquía financiera, o el hecho burgués del país maldito, como ejerció en los noventa, en connivencia con “el poder real”. Los peronistas también tenemos que aprender que si participamos todos, entonces nos organizamos. No es al revés. Y de esa organización debe surgir un Proyecto Nacional para proponerle a la sociedad. Ya no va más decir “ellos son peores”, ya lo sabe todo el mundo. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo? “Hay que estar a la altura de las circunstancias”, nos dijo Nestor Kirchner. Es una urgencia interna, es una exigencia externa, son los riesgos del momento. Hay que existir.

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